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17/03/2021

TRIVELLI Fiorenzo (Hermano) - Italia

Bene Lario - Grandola ed Uniti, 14 de diciembre de 1940 - Carate Brianza, 23 de febrero de 2021 (Italia)

Hno. Fiorenzo Trivelli scj

De la homilía del P. Piero Trameri scj, Vicario Regional en Italia

Todos nosotros, –sacerdotes, consagrados y laicos– fuimos llamados a trabajar en la viña del Señor. Cada uno fue llamado cuando Dios quiso y volverá a serlo cuando Él así lo decidirá.

Fiorenzo recibió el llamado del Señor, de madrugada, en el amanecer de su vida, a los 14 años, para trabajar en la viña del Señor. Primero, para prepararse en el seminario, en Cólico y Monteporzio, a perfeccionar las técnicas y el estilo de quien trabaja para Él. Un estilo que se manifestó de inmediato, casi naturalmente, en Fiorenzo, ya preparado por una educación sencilla y sólida recibida en su familia. El estilo que Pablo describe en su carta a los Colosenses: “Revístanse de sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de magnanimidad... la magnanimidad de aquel que tiene un corazón grande”... A juzgar por los muchos mensajes recibidos de sus hermanos y amigos en estos días, puedo decir que todos percibieron y subrayaron estos rasgos en la persona del Hno. Fiorenzo. Y pienso que es por eso que todos lo recuerdan con tanto cariño.

Después de la primera hora, después del período de formación, el Hno. Fiorenzo siguió trabajando firme en la viña del Señor, en todas las horas de la jornada de su vida; y no sólo en el ámbito espiritual y comunitario sino también de manera muy concreta y práctica viajando con su tractor entre las hileras de la viña y a lo largo de la pendientes del olivar en la propiedad agrícola de la comunidad de Monteporzio, que fue y siempre siguió siendo su “casa”, en el corazón. Ni siquiera un terrible accidente de coche, a los 24 años, con inevitables consecuencias en su cuerpo, lo detuvo. Y trabajó sin pretender del Señor más salario que el de aquel que había trabajado sólo una hora. Sin pretender particulares reconocimientos sino contento de estar en comunidad, de contribuir con su trabajo a los estudios de los hermanos que se preparaban para el sacerdocio. Feliz de ser, como San Francisco “hermano de todos”, llamado a recordar también a los hermanos sacerdotes, el valor de la comunidad y de la vida fraterna, valorizando su vocación específica de “hermano”, tan apreciada también por San Miguel Garicoits, nuestro Fundador.

El Señor lo llamó a dar su ayuda discreta y efectiva también en otros campos: como sacristán, en el Santuario de la Caravina, aquí cerca,... en Albiate para ayudar en la casa de acogida y, además, también en la misión, lejos, en un lugar perdido de la pampa argentina. En El Cimarrón, fue ayudante de un misionero de otras épocas, serio y muy austero, para atender y tratar de educar a chicos hambrientos de pan y de ternura, donde seguramente, Fiorenzo llevó con dignidad el “hábito” delineado por San Pablo, que vistió desde el comienzo como su uniforme.

Después de los sesenta años, Fiorenzo siguió sirviendo al Señor: en Roma, en la Casa General, atendiendo con sencillez y espíritu de servicio las necesidades de la comunidad y sobre todo, recibiendo con su delicadeza y su atención característica a todas las personas -amigos, hermanos, parientes y visitantes- a los que acompañaba con entusiasmo y competencia a disfrutar de las bellezas de la ciudad eterna.

Fiorenzo siguió cumpliéndo su temprana misión con el mismo estilo, incluso en las horas de la tarde de su vida. Primero en su amada Monteporzio, cercano con la sonrisa y el cariño a los enfermos de HIV; después en Albiate para cuidar de su cuerpo cansado y prepararse a recibir del Señor el salario prometido a todos los que fueran buenos y generosos como él. Se entregó en los brazos del Señor, en los largos días de internación en el hospital, sin una queja y diciendo siempre a los que lo iban a visitar: “¡Todo bien! Y ustedes ¿cómo están?”.

Gracias, Fiorenzo. Quiero agradecerte en nombre de todos y en particular de Superior General y Regional, y de todos los hermanos, por tu luminoso testimonio. Creo que en ti se realizaron de manera muy particular las virtudes del Sagrado Corazón tan valoradas en nuestra doctrina Espiritual: “disponibilidad y obediencia absolutas, sencillez perfecta, y mansedumbre inalterable”. Gracias por tu ejemplo.

Te agradezco también en nombre de tus sobrinos –si me lo permiten– : ¡cuánto cariño tienen por su tío (...)!

Te agradezco también en nombre de tus amigos de Bene Lario, el pueblito natal que nunca olvidaste y tanto magnificaste: me parece escucharte todavía hablando de las maravillosas cerezas maduras, ya en marzo o en abril, gracias a las caricias de un sol especial y contando las carreras sobre el lago helado de la llanura. Estos también eran signos de tu amor por la creación y por su Creador y el tuyo.

Te agradezco en nombre de todos los misioneros que me escribieron palabras muy lindas de saludo, de recuerdo y de agradecimiento sobre ti.

Acuérdate, ahora, en la hora de la esta entre las hileras de la viña del cielo... –deja tranquilo el tractor, y descansa– recuerda frente al Señor a todos aquellos que te conocieron y apreciaron... Acuérdate de nosotros, de tus amigos para los cuales seguirás siendo, “simpáticamente”, nuestro “Capo” [el jefe].

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