SAINT-PE Joseph (Padre) - Francia
Lectoure (Francia), 7 de Marzo de 1938 - Lourdes (Francia), 2 de Diciembre de 2014
Discreto, P. Saint-Pé, tan discreto que descubrí estas últimas semanas que tenías diversos nombres: para nosotros, religiosos de Betharram eres “Jo” y para tu familia humana “Jojo”. Para no decepcionar a nadie te voy a llamar con el nombre de tu santo patrono, tan discreto, fiel y presente, como tú: “José”.
José, partiste en el silencio de la noche que precede el día. Partiste después de algunas semanas en la que esperabas, lúcido, con coraje y fe, la cura de la enfermedad que te llevó. Partiste ese martes, 2 de diciembre, que esperabas ansioso para volver a Betharram y continuar allí las curas entre tus hermanos religiosos y con el personal de la Casa de Reposo que conocías. Partiste esos días en que la Iglesia comienza ese tiempo de Adviento; tiempo de la Espera del Salvador que viene para darnos vida. Sí, tiempo de Espera que también marcó tu vida humana y espiritual. Tal vez sea un mensaje que nos dejas, al vivir tu paso en este tiempo de Adviento para que miremos al futuro, a la estrella de Belén que va a brillar, a ese Niño que va a nacer, el Emanuel, Dios con nosotros. Tal vez sea el testamento que nos dejas un testamento de esperanza para que continuemos nuestro camino.
Partiste al comienzo de este tiempo de Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de espera con una alegría discreta en el corazón. Sin embargo, esa mañana tu partida nos golpeó, la muerte nos hace mal.
Tenemos que acoger las palabras de Isaías, en medio de nuestro dolor. Palabras de consuelo que abren a la esperanza. Con un lenguaje figurado, el libro de Isaías anuncia el banquete abundante que Dios va a ofrecer a todos los pueblos en la montaña de Sión. No sólo pondrá fin a la humillación de Israel, sino que enjugará toda lágrima de todos los rostros como signo de reconciliación del conjunto de la familia humana. Gracias al Señor, Dios del Universo, la vida tendrá la última palabra. “El Señor preparará a todos los pueblos un banquete en su montaña… destruirá la muerte para siempre”. Sí, José. Partiste en el silencio de la noche que espera el día.
Mirando tu vida, José, las palabras de Jesús resuenan de una manera particular en nuestros corazones, palabras que nos sacuden también: “Mantengan ceñidas las vestidura y encendidas sus lámparas … Felices los siervos que su dueño encuentre vigilantes a su llegada… Ceñirá sus vestiduras y los servirá a la mesa“. Sí, Jesús exhorta a sus discípulos a que permanezcan con las vestiduras ceñidas, como los siervos de la parábola que esperan al dueño que vuelva de las bodas. Pero, una vez que llegue el dueño, la situación se invierte. Es él quien va a servir, haciendo sentar a la mesa a los que lo supieron esperar sirviendo. Y bien, esta inversión de roles sólo es característica de un Señor, Jesús de Nazaret, el Emanuel, que vino para servir, no para ser servido. A su vez, cada discípulo es invitado a hacer propio el celo de su señor-servidor. Porque no estamos destinados a un futuro enigmático y ciego. Esperamos a alguien que nos hace saber que nosotros mismos somos esperados. Sí, José, partiste en el silencio de la noche que espera el día.
¿No es ese día que queremos celebrar al acompañar a José esta mañana? Ese día en que la vida es más fuerte que la muerte, desde la mañana de Pascua. Ese día en el que el Señor Dios del Universo, nos espera como un pastor, como el buen pastor que prepara para sus amigos la mesa de su Cuerpo y de su Sangre y que, más allá de los abismos de la muerte, los conduce hacia la morada celestial donde todo será gracia y felicidad.
En medio de nuestro dolor, que esta esperanza nos dé la fuerza de creer que la vida es más fuerte que todo. Que esta esperanza nos una para dar gracias a Dios por todo lo que José pudo sembrar a lo largo de su vida de hombre, de religioso, de sacerdote. Que esta esperanza alimente nuestra fe.
Tú, el Dios de la Vida, Tú la fuente del Amor, danos la fuerza de tu Espíritu Santo para que creamos, gracias a la muerte y resurrección de tu Hijo Jesús, que José vive en ti, contigo, en ese día que no termina: la vida eterna. Amén.
Jean-Dominique Delgue scj
Vicario Regional
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