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14/05/2015

Los laicos y el carisma de Betharram

Una laica betharramita consagrada

Los laicos y el carisma de Betharram

Maria Eugenia es argentina y profesora de ciencias naturales. Podría ser una docente de nuestros colegios betharramitas. No es así. Su relación con nuestra Congregación es diferente, ha hecho un recorrido más original como nos cuenta aquí. Así nos permite valorar la fuerza del atractivo que tiene el carisma de S. Miguel Garicoits, cuando nuestra vida, nuestras obras y nuestras palabras consiguen comunicarlo con simplicidad, autenticidad y entusiasmo.

Conocí a los padres de Betharram hace un poco más de 9 años, cuando ayudaban con las misas, en la que entonces era mi parroquia, en Adrogué. Cuando rezaban o compartían la Palabra, siempre algo de lo que hacían o decían entraba en resonancia en mi interior, y me hacía levantar la cabeza para escuchar con más atención. Luego, durante la semana, me quedaba dándole vueltas en el corazón a lo que había sentido. Así fue que después de un tiempo me animé a acercarme a Casa de Encuentro, en Villa Betharram, y a participar de alguna de las actividades que proponían para los jóvenes.

Yo venía de atravesar un tiempo difícil, de confusión y dolor, y estaba intentando sanar mi corazón y volver a la vida. Las cosas que iba viviendo en Casa de Encuentro, me ayudaban de a poquito, a empezar a mirar con más esperanza hacia adelante y a hacerme responsablemente con mi vida.

Mirando a la distancia puedo vislumbrar los primeros pasos que fui dando en ese tiempo. Al principio fue poner un poco de orden interior y volver a tener proyectos, luego empezar a caminar tras las huellas de un Dios que se había hecho Hombre por mí, y después encontrarme con Él en su Palabra, que tiernamente empezaba a orientarme y a sanarme. Y esos pasos nos los fui dando sola, sino que iba recorriendo el camino acompañada de religiosos y laicos, que me quisieron así como era y así como estaba, y me enseñaron, entre otras muchas cosas, a discernir, a darme, a recibir, a arriesgarme, y se fueron volviendo presencia de Dios en mi vida, rostros y corazones concretos con los que Dios me amaba y me dejaba amarlo, a través de Betharram.

Fui generosamente invitada por los religiosos a compartir con ellos y otros laicos, el trabajo con los jóvenes, y a pesar de mis inseguridades y de lo poquito que podía dar, no pude negarme, pues no podía guardarme para mí el tesoro que estaba descubriendo.

Por entonces empezó a nacer, en torno a Casa de Encuentro, la pequeña comunidad de la que soy parte. Matrimonios jóvenes con sus hijos, religiosos, laicos solteros y otros en búsqueda, a los que creo que nos hizo mucho bien, y nos lo sigue haciendo, trabajar juntos para los demás, pero también compartir los sueños, las esperanzas, las alegrías y las angustias, y sobre todo sabernos compañeros de camino.
Mientras empezaba a vivir todas estas cosas, le pedí al padre Daniel González scj que me acompañe personalmente y el aceptó generosamente ser testigo de lo que Dios iba obrando en mi vida.

Simultáneamente fui haciendo la experiencia de los Ejercicios Espirituales, por etapas, a lo largo de algunos años. ¿Cómo transmitir el valor de esta experiencia tan profunda, tan humana, tan transformadora, tan integral? No me siento capaz de hacerlo fielmente, sólo puedo darle gracias a Dios por la sabiduría de san Ignacio para conocer el corazón del hombre y ofrecerle a toda la Iglesia un camino de encuentro con uno mismo, con el Señor y con todos los hombres. Y dar gracias, sobre todo, por la lucidez de nuestro padre san Miguel, que ha sabido ir a beber de esas fuentes y mostrarnos un camino a los betharramitas que veníamos detrás.

Un carisma que siento cada vez más propio, un espacio donde puedo crecer interiormente y encontrarme con Jesús, una oportunidad de trabajar para los demás, una comunidad me quiere y me deja quererlos, el descenso a mi propia realidad a través de los Ejercicios Espirituales para descubrir la misericordia de Dios y su Proyecto de Amor, y el acompañamiento personal que me ha hecho crecer en confianza hacia la vida, hacia los hombres y hacia mis propias posibilidades, han sido y siguen siendo, los cimientos necesarios, para empezar a desplegarme y descubrir que mi vida tiene sentido en la medida que puedo reconocerme amada y animarme a amar a los demás.
Misteriosamente, en este proceso de empezar a vivir en plenitud, me he descubierto queriendo consagrarle mi vida laical a Dios, en Betharram, compartiendo el mismo carisma que todos, con una vida cotidiana igual a la de los laicos y con una consagración parecida, pero diferente, a la de los religiosos. No puedo decir mucho más sobre mi vocación, porque la voy descubriendo muy intuitivamente mientras la voy viviendo, pero sí sé que plenifica mi vida y me hace muy feliz.

Desde hace un tiempo, cuando alguien me pregunta como estoy, casi sin pensarlo digo que ¡estoy alegre! y yo también puedo decir que vivo alegre, porque Dios me regaló la vida, me va revelando una vocación, me educa a través de Betharram, me deja reconocerme pobre y necesitada de Él y de los hombre, me deja amarlo a través de muchos, me ama a través de muchos otros y me cuenta al corazón que su voluntad es que viva, y que viva alegre. Y eso me llena de esperanza, porque en la Encarnación, a la Alegría de María, le sucedió la fecundidad; entonces sé, que algún día, por la gracia de Dios y con la ayuda de los hombres, podré dar frutos para el Reino, y que eso sucederá en Betharram.

María Eugenia Martearena

 

 

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