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14/10/2013

La palabra del Superior General

En el lugar de todas las víctimas

La palabra del Superior General

El Manifiesto del fundador, prefacio de las Constituciones de 1838, al presentar a Jesús anonadado, lo llama por tres veces víctima: “se puso en el lugar de todas las víctimas…”, “los holocaustos y las víctimas por el pecado no te agradaron, entonces yo dije: aquí estoy…”, “Desde ese momento, permaneció siempre en situación de víctima…”

El salmo 39 (40), expresa el cambio de perspectiva del sacrificio ritual, por el sacrificio existencial: No te agradaron los sacrificios y las ofrendas, y me has abierto el oído. No has querido sacrificios y víctimas por el pecado, entonces dije: Aquí estoy, vengo, como está escrito de mí en el rollo del libro, para hacer tu voluntad (Sal. 39 (40), 7-10). Queda clara una sustitución de los sacrificios, holocaustos y víctimas cultuales por la ofrenda del fiel orante para hacer la voluntad de Dios, que está expresada en la ley divina que lleva gravada en su corazón.

Esta sustitución se intensifica y expresa un aspecto del misterio de la encarnación, cuando la carta a los hebreos refiere al mismo Jesús la cita del salmo 39 (40), según la traducción de los LXX. En esta traducción se ha dado la sustitución de la expresión “me has abierto el oído” por la de: “me formaste un cuerpo” (Hb. 10), a la cual San Miguel añade un paréntesis: “me lo apropiaste (el cuerpo)”. Desde esta perspectiva queda claro que Jesús, al hacerse hombre, entra en el mundo y se ofrece al Padre para hacer su voluntad y de esa manera agrada al Padre y ya no hace falta ofrecerle más sacrificios: él ocupa el lugar de todas las víctimas con la ofrenda de sí mismo en la cruz, por amor, para salvar a todos los hombres.

En nuestra regla de vida, art. 115, se dice: “En los hombres y los pueblos, marcados con toda clase de injusticias y de pobrezas, contemplamos el rostro desfigurado de Cristo, que “se colocó en el lugar de todas las víctimas”. Hasta aquí, siempre la palabra víctima tenía una connotación litúrgica, aunque la ofrenda de la vida del fiel orante o del mismo Jesús tuvieran una dimensión existencial. En esta interpretación que da la RdV, la misma palabra víctima tiene un significado existencial. Hay personas que son víctimas y Jesús por su encarnación, se solidariza con ellas, haciéndose semejante a ellas, poniéndose en la situación que están ellas.

Para entender esto, quizá sea necesario partir de la meditación de la encarnación de San Ignacio, en los EE. San Ignacio nos dice cómo ven el mundo las tres personas de la Trinidad: El primer puncto es ver a las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo. 2º: ver y considerar las tres personas divinas como en su solio real o throno de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad y como mueren y descienden al infierno. 3º: Ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda y reflectir para sacar provecho de la tal vista (EE. 106) .

El ejercitante es invitado a ver a la humanidad con los mismos ojos que las tres personas de la Trinidad. Los cuatro ven a la humanidad en la riqueza de su diversidad, pero enfrentada, dividida, unos en paz, riendo, sanos, naciendo; otros en guerra, llorando, enfermos, muriendo. La humanidad que contempla la Trinidad el día de la anunciación está en la misma situación que la humanidad que contempla hoy el ejercitante.

Tanto aquel día como hoy las relaciones entre las personas humanas tiene como exigencia el respeto de la dignidad única e irrepetible de cada persona dentro de la diversidad. Para los que somos creyentes, el fundamento de esto es la paternidad de Dios, por la cual todos somos hijos suyos y como consecuencia, hermanos entre nosotros. Nada puede justificar una superioridad de unos por encima de otros: ni el hablar mejor, ni el ser más guapo, ni el tener más bienes, ni el tener más poder, ni el saber más, ni el tener más educación, ni el tener más prestigio, ni el ser más astuto o más hábil, ni el gozar de más salud, ni el ser creyente…

Pero puede suceder, y sucede constantemente, a todos los niveles, que el que se siente superior a los demás, se coloca por encima, mira desde arriba a los demás, los desprecia y somete. (Experiencia de Jeremías). El que se coloca así por encima de los demás es un verdugo y humilla al que considera inferior, que se siente destruido, minusvalorado, tratado como una víctima. Esta humillación consiste en desprecio de su excelsa dignidad, no reconocimiento de sus derechos, limitación de sus oportunidades... Puede suceder también a veces que el que es tratado como víctima en otra situación actúe como verdugo y viceversa. Esto sucede entre personas y también entre pueblos.

Esta es la situación de la humanidad que asumió Jesús al hacerse hombre el día de la anunciación. La conocía muy bien y libremente se ofreció al Padre para ser uno de tantos, con el riesgo ineludible de ser tratado como víctima, como lo son tantos hombres y mujeres cuya dignidad es pisoteada. También el Padre y el Espíritu Santo conocían muy bien la situación de la humanidad que habían creado a su imagen y semejanza y aceptaron en su bondad que el Hijo corriera el riesgo de ser tratado como una víctima de las que suelen hacer los hombres. Y sabemos muy bien cómo fue la cosa: al ser tratado como una víctima, manifestó el gran amor misericordioso del Padre que es el más grande y consiste en dar la vida por la persona amada. “Mi vida nadie me la quita, soy yo quien la entrega”(Jn. 10, 18).

También en esto tienen que imitar a Jesús los religiosos de Betharram, en estar cerca y hacerse solidarios de todas las víctimas para que sientan cerca el consuelo del amor de Dios, manifestado en la entrega de Jesús.

Gaspar Fernández Pérez, scj

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