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14/11/2013

Narratio Fidei del Padre Sebastián García scj

Y ya que ustedes se distinguen en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de solicitud por los demás, y en el amor que nosotros les hemos comunicado, espero que también se distingan en generosidad. Esta no es una orden: solamente quiero que manifiesten la sinceridad de su amor, mediante la solicitud por los demás. Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. (2 Cor 8, 7-9)

Ten gusto por la vida escondida; pero no temas salir todas las veces que la amable Providencia te presenta la ocasión de ser útil al prójimo, pues el amor que tienes por nuestro Señor debe apasionarte para ganarle los corazones. (S. Miguel Garicoits, Corr. carta n. 9ter)

Narratio... Uno de los textos que más influye en mi ser religioso es el de 2Cor: «Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza». Creo que encierra lo que busco en mí como consagrado. Ahondar cada día más en este rostro Anonadado de Jesús que se hace pobre. En palabras de San Miguel, “que ocupa el lugar de todas las víctimas”. Pienso en Jesús y pienso en su vida pobre. Y pienso en su vida y en la vida de tantos pobres. Y veo mi vida. Y veo que no soy pobre. Me cuestiona este modo revolucionario de ser que tiene Jesús que toma el último lugar, se despoja de su rango, se deshace de su condición divina. Y me conmueve verlo unido a todos los hombres, especialmente a aquellos que sienten o tienen efectivamente la vida y la fe amenazada.

No puedo evitar como religioso conmoverme con tal actitud de Jesús y con su cercanía a los pobres, con los que comparte su estado y condición. Y me lleva a pensar en mi vida, en mi compromiso con los más pobres y por sobre todas las cosas con mi consagración en pobreza en el seguimiento de Jesús.

La de Jesús es una praxis liberadora: asumir el último de los lugares, el más bajo de todos y a partir de allí comenzar a rescatar a todos. Creo que me identifica profundamente con la pedagogía de la encarnación: Jesús, uno de tantos que sale al encuentro, va de igual a igual, se “mete” en el barro y se la juega por amor.

Estos textos me hablan de dos cosas que son fundamentales: por un lado la experiencia mística de Dios, que se hace presente en dos lugares: en el Evangelio y en el Pueblo; por otro lado el poner por obra todo aquello que es fruto de la experiencia mística en una acción de praxis liberadora. Los textos me gritan que oración, vida, apostolado, ministerio, prójimo, caridad… son realidades inseparables. Van de la mano. Se integran. Una nutre a la otra y la otra a la primera. Es la verdad incondicional de unidad entre amor a Dios y amor al prójimo. No se los puede separar. Dios y Pueblo van de la mano. Son parte de la misma realidad. De la experiencia mística nacen los grandes deseos del corazón; del celo apostólico nace la necesidad de presentarle al Señor todos esos nombres, historias, rostros, dolores, heridas, propias y ajenas, de tantos varones y mujeres de hoy que sienten la vida y fe en vilo.

Una de las cosas que trato de vivir en mi vida cotidiana y que creo que tiene que ver con estos textos es el esfuerzo por ser un “místico de la encarnación”; pero místico de ojos abiertos. Es decir, encarnarme en la realidad desde la realidad misma. Jesús es uno de nosotros. Igual en todo menos en el pecado. Por tanto, trato de hacer lo mismo. Ser Padre, sacerdote, religioso, consagrado… no me pone “arriba”. Al contrario, me hace más que nunca sentirme hermano, par, prójimo. Y así cultivar la cultura del encuentro. Es decir, salir al encuentro del otro. Como dice el papa Francisco: “dejar las cuevas y las sacristías” para encontrarse de verdad con la gente. Esto lo vivo a diario con los jóvenes en los colegios, con sus problemáticas concretas: abusos, depresiones, abandonos, enojos, amores mal cuidados, soledades, tentaciones de abandonar, de bajar los brazos, de aflojar en la batalla. Lo vivo en la particularidad de ser el “cura de las grandes preguntas”. Así me bautizan algunos. Porque soy el que pregunto: “¿cómo estás?”; “¿qué te pasa?”; “¿sos feliz?”; “¿esto de verdad te llena?”; ¿y esto… cómo lo vivís en tu vida?”. Soy el de los grandes interrogantes. Porque yo mismo me los hago todos los días. Yo me pregunto lo mismo. Sigo siendo un buscador: de deseos, sueños, horizontes…

Un hermano me definía hace unos días como un apasionado. Y de veras creo que lo soy. No puedo ser de otra manera. Esto lo sufren muchos de mis hermanos, especialmente con los que vivo, Giancarlo y Bruno. Entonces me siento llamado a hacer todo un proceso de ahondar cada vez más en mi apasionamiento, a conocerlo, a tratarlo, a trabajarlo, a moldearlo, a dejarme tocar por un Dios que es ternura y misericordia. Ahí va mi experiencia mística, de oración y de Dios: cómo hacer para encauzar mi ser apasionado. Y a partir de allí, apasionarme por los jóvenes y los pobres. Creo profundamente que son las dos periferias más existenciales a las que Dios me envía. Hacer opción preferencial por los pobres y los jóvenes, vivir con ellos, padecer con ellos, compartir con ellos alegrías y esperanzas, dolores y tristezas. Me siento impulsado a vivir en la dinámica liberadora de Jesús: salir al encuentro, sufrir con ellos, compartir la mesa, pan y vino… Y anunciarles con la vida que lo primero que brilla a los ojos de Dios no es el pecado, su situación de regularidad (o no) canónica, las normas morales, los mandamientos… No. Anunciarles que lo primero que brilla a los ojos de Dios es la dignidad de saber que somos sus hijos y sus hijas. Es lo que me recuerdo todos los días a mí mismo para poder vivir en la libertad. Es lo que les recuerdo a los jóvenes y a los pobres, cada vez que tengo oportunidad de compartir la vida con ellos.

Va una oración con la que rezo en mis tareas y apostolados:

Señor: perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles “no sólo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.
Amén.

P. Carlos Mugica (1930-1974)

El padre Carlos Mugica, sacerdote cercano a la izquierda peronista, fue asesinado en Buenos Aires el 11 de mayo de 1974 delante de la iglesia de San Francisco Solano, donde acababa de celebrar misa y de hablar con una pareja de jóvenes que iban a casarse. «Los que militaban en formaciones políticas lo consideraban un líder político. Pero para la gente de la Villa él era simplemente “el padrecito”», dice hoy su actual sucesor en Villa Retiro. En 1999 los restos mortales del padre Mugica se trasladaron a la capilla de la Villa donde había ejercido su sacerdocio. El arzobispo Jorge Mario Bergoglio rezó en aquella ocasión con estas palabras: «Por la muerte del padre Carlos, por sus asesinos materiales, por quienes fueron los ideólogos de su muerte, por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y por las veces que, como miembros de la Iglesia, no tuvimos el valor de denunciar su asesinato, Señor ten piedad».

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