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Sessione 3
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14/06/2013

Narratio Fidei. La alegría con Jacky Moura, scj

¿Viva y agradable emoción limitada en el tiempo, sentimiento de plenitud..., la alegría es un don que nos es ofrecido de vez en cuando? ¿O mas bien un estado de alma hecho de satisfacción y gratitud que tenemos que cultivar siempre? “Alégrense en el Señor” recordaba San Pablo a los Filipenses, quando estaba en la prisión de Roma.

De izquierda a derecha: Firmin Evasié (novicio de África central), Jacky Moura (maestro de novicios),  Joseph (novicio de Burkina Faso) y Habib (novicio de Benín) en Belén

«Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas»

(Carta del Apóstol Santiago 1,2)

«Demos a Dios el culto de amor y de entrega que le debemos, en el templo del corazón y en los santos ministerios... Ahí está nuestra dignidad y felicidad: Gaudete in Domino (Alegraos en el Señor) (Fil 4, 4).
La naturaleza dice y busca lo contrario, pero está corrupta. Hay que apiadarse de ella y despreciar, según su grado, las locas y mentirosas impresiones; hay que pasar por encima y, al mismo tiempo que nos ensimismamos en nuestra nada, entregamos, perdemos en la alegría del Señor: Gaudete in Domino...
En cuanto a nuestra conducta deliberada, hay que situarse, con la razón, la reflexión, la dimensión de la fe, en esa felicidad. Gaudete in Domino, de manera que, conscientemente, seamos como inconmovibles ante el éxito y el fracaso, la pobreza y la abundancia e, incluso, felices y orgullosos en todas las pruebas en pos del divino Salvador
».

(Doctrina Espiritual)

Narratio: Siempre tuve miedo de zambullirme de cabeza en el agua. Tendrán que admitir que hacer la zambullida que se me propone… ¿Cómo lograr “zambullirse, perderse en el Señor” , aunque la perspectiva sea alentadora? Qué felicidad bañarse en ese océano benéfico.
De entrada, no firmaría la manera con la que Santiago lo manifiesta y prefiero escuchar, de la boca del Señor, palabras como “les he dicho eso para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea perfecta” (Jn 15,11); “Esta alegría nadie se la podrá quitar” (Jn 16,11). Sin embargo sé muy bien que Jesús dice esto en el momento en que va a encarar, y los apóstoles con él, los sufrimientos de su Pasión y de su muerte. Necesité tiempo y tormentas, para ver instalarse en mi vida, a fuerza de pequeños toques, comprendendo pequeños signos que me fueron dados, una especie de baño de alegría que constituye, desde ese entonces, el entorno de mi vida.
Signos de esta alegría estuvieron frecuentemente vinculados, me doy cuenta ahora, a la celebración de sacramentos. Celebré mis primeras misas en un campamento del Movimiento Eucarístico de Jóvenes, en La Font Sainte, cuyo proyecto era de entrar realmente en una vida eucarística; las celebraciones se vivían en un verdadero clima de alegría, de alabanza, de compartir, de adoración profunda que dio un color a mi manera de celebrar. Ver iluminarse un rostro de un hombre o de una mujer, en la acogida de la misericordia del Padre, fue, para mí, una ocasión de apertura al Amor que se manifestaba. Darme cuenta de la atención sorprendida de un bebé a los gestos y palabras de su bautismo y sentirlo participar realmente del acontecimiento que lo abría a la presencia trinitaria me impresionó profundamente. Vivir momentos de amistad, de verdadera comunión en tao o cual encuentro, compartir momentos de intenso disfrute al compartir un concierto, un espectáculo de la naturaleza…
Allí entiendo la expresión de San Miguel: “rindamos a Dios el culto de Amor y de entrega que le debemos en el templo de nuestros corazones y en nuestros santos ministerios”.
El verdadero culto es el de dejarnos atrapar por esta alegría profunda y descubrir lo que significan realmente las maravillas producidas por el Amor del corazón de nuestro Dios. Y se trata de instalarse en este éxtasis no beatamente (no duraría mucho). La oración de meditación pasó a ser, para mí, después de un largo camino de búsqueda, de tanteos, de expresiones parciales y diversas, un lugar seguro donde se aprende a ir al encuentro como acceso al “templo de mi corazón”, mi alma, ese lugar, en lo más profundo de mí, donde el Dios presente espera mi presencia y donde todos los complementos nutricionales de mi vida se purifican para derramarse sobre mi vida cuotidiana, “nuestro pan de cada día”. Esta es la fuente de la que puedo sacar constantemente el agua viva que podrá regar mi corazón y hacer madurar los frutos de toda alegría. Así se abren en mí posibilidades infinitas de felicidad, que irradiarán lucidez y confianza en mi mirada sobre la realidad. Porque los acontecimientos, las situaciones encontradas, todo lo que la actualidad y la lectura mediática presentan, nos hacen encarar dolorosamente lo que contradice nuestra búsqueda de serenidad y de paz. El sufrimiento, la muerte, las enfermedades, la violencia, las situaciones de injusticia, de guerra, oponen sus contradicciones. El acompañamiento de familias de duelo, especialmente en situaciones difíciles como el suicidio de jóvenes, la irrupción de enfermedades en las familias, la toma de consciencia y la indignación crónica frente a muchas situaciones de injusticia a todos los niveles, me obligaron a ir más a fondo. Es lo que constata San Miguel: “La naturaleza proclama y busca lo contrario, Pero ella está corrompida”. Y San Pablo: “La creación entera gime en su sufrimiento y pasa por dolores de parto que continúan, y no es la única” (Rom 8,22).
Se trata, entonces, de fundar y construir la vida sobre la Roca de una confianza absoluta en el amor con el que soy amado, “nuestra conducta interior y exterior… para instalarse en esa felicidad...“. “Razón, reflexión y mirada de fe” son todos ingredientes que San Miguel propone.
No hay secretos; el encuentro con la experiencia de otros es un recurso inagotable en las relaciones que se nos regalan, como en la lectura que me ofreció recientemente un libro de Christian Bobin cuyo título es su contenido: “El hombre-alegría” colección de verdaderas joyas. Acabo de leer “Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerc; estoy leyendo un libro de Jean Clapier (un carmelita que encontré en Pau) con el subtítulo: “El itinerario pascual de Teresa de Lisieux; un camino de confianza y de amor”, che han sido un placer descubrir…
Hay que recoger también en la vida cotidiana lo que viene a ser un aporte calórico de alegría. Al leer y comentar en la Regla de Vida, el capítulo sobre la “Vida fraterna en Comunidad”, constatamos, en estos días, con los novicios, los pequeños acontecimientos que tanto contribuyeron a la evolución y al progreso de la fraternidad en la comunidad que forman aquí, en Belén, los 7 religiosos que somos, con nuestras edades, culturas e historias personales diferentes. Los saboreamos juntos como pequeños tesoros de alegría.
Voy a terminar con la última frase del texto de San Miguel sobre lo que San Ignacio llama Indiferencia: la alegría nos puede llevar a ser como “impasibles delante del éxito como del fracaso, de la pobreza como de la abundancia, e incluso felices y orgullosos en todas nuestras pruebas en el seguimiento de nuestro divino Salvador”. Pienso que eso es el colmo y la cumbre de la alegría profunda. Todos sabemos lo que producen en nuestras vidas la amargura y la tristeza (relean los intercambios de mensajes a propósito del tiempo de esta primavera), la acidia, el “estoy podrido”, los “ufa”, los “me cansé” y todo lo que acompaña decepciones y fracasos… Alegrarse en el Señor permite dejar que en toda ocasión nos tomemos la distancia necesaria para no dramatizar, la paz profunda que nos ayuda a relativizar y la justa medida de nuestros sentimientos. El cristo viviente y que encara las pruebas de la pasión después de los momentos de angustia del Getsemaní, demuestra esa paz profunda, arraigada en la confianza total que le tiene al Padre.
Como conclusión, quisiera decirles la alegría que tuve, después de una consulta médica, cuando la cardióloga me diagnosticó un “corazón dilatado”; no pude evitar decirle: “ Esa sí que es una buena noticia; era lo que nos recomendaba nuestro Fundador”. Demoró un momento en darse cuenta del sentido de eso.
Gracias por compartir mi alegría.

Jacky MOURA

 

El P. Jacky vivió su infancia en varios pueblos a los pies de los Pirineos, antes de llegar a Lestelle-Betharram, donde la Escuela apostólica de Behtarram lo recibió para toda su escolaridad. Más tarde, su misión lo envió a otras regiones de Francia, y después a otros países e, inclusive, a otros continentes: Burdeos, Marruecos, Limoges, Costa de Marfil, Pibrac una vez, Casa General en Roma, Pau, Pibrac dos veces y, finalmente, Tierra Santa... Los llamados del «Aquí estoy» son muchos y diversos: maestro de escolásticos, Provincial, animador de sesiones de formación, postulador, superior de comunidad, asistente e secretario general, maestro de novicios, revisor de la Regla de Vida... ¡Ah, qué curriculum! dirán ustedes. Quien no lo conoce diría que Jacky parece ser un super-activo, ávido de cargos y de responsabilidades... Quien lo conoce, no lo reconocería en estos calificativos. ¿Super-activo? no. ¿Ávido? seguramente no... Apenas un poco goloso, pero de manjares sabrosos y de buenos libros. Pronto para lanzarse por nuevos senderos y super-reflexivo: eso sí... Y, para completar, o casi, curioso de todo, deseoso de conocer mejor, de comprender mejor, de profundizar, preocupado por el hombre de hoy no sólo a través de lecturas sino también con encuentros, escuchando y compartiendo. Para terminar, o, mejor dicho, para comenzar, Jacky es, en primer lugar, una gran sonrisa generosa y comunicativa, iluminada por una buena dosis de auto-ironía y de humor.

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