El año jubilar

Las iniciativas fueron, hasta este momento, numerosas, de una variedad sorprendente, de una fantasía a veces inesperada. Eso manifestó la voluntad de los religiosos de compartir la herencia recibida del fundador y revela, entre los laicos que beben de la misma fuente, así como de parte de los amigos de Betharram, la alegría simple de celebrar este acontecimiento familiar.
¡Cuántos jóvenes asistieron para rendir homenaje a San Miguel y profundizar su mensaje! Vean como se empeñaron en dibujar a San Miguel y su pueblo, en elaborar paneles sobre su vida, en construir maquetas, en preparar decoraciones de teatros, en reflexionar para conocer mejor al santo de Betharram y asimilar su testimonio escuchando a sus propios compañeros y fraternizando con ellos. Y eso, gracias a un “campamento volante” de docentes, de animadores tan discretos como entregados.
Las charlas, las asambleas, las reuniones intercomunitarias, las catequesis sobre la vida de San Miguel, las meditaciones propuestas por los religiosos, la realización de videos, los folletos, se multiplicaron; son signos de que nosotros, religiosos de Betharram, estamos deseosos de narrar nuestra fe y, como subrayaba Mons. Landel, scj, “de difundir la alegría de ser discípulos del Aquí Estoy de Jesús”.
De este a oeste, celebraciones solemnes, misas y adoraciones eucarísticas asociaron religiosos y laicos en un espíritu de comunión sea en ocasión de ordenaciones, de ceremonias de profesiones religiosas, de procesiones, de primeras comuniones, de vigilias de oración delante de reliquias del Santo. Se unieron también más que nunca los Betharramitas con sus obispos.
Muchos de ellos, a veces retirados de los asuntos diocesanos pero siempre agradecidos a la obra de Betharram, quisieron participar con profundas homilías en las celebraciones o a distancia con mensajes de adhesión para la conmemoración de los 150 años de la muerte de San Miguel, el hombre que vio llorar a obispos y fue obediente hasta el fin a su pastor; la celebración en el magnífico santuario de Betharram, con la presencia especial del Cardenal de Burdeos, Mons. Jean-Pierre Ricard, de muchos obispos y del P. Gaspar Fernández Pérez, nuestro Superior General, marcó con un sello solemne este 14 de mayo de 2013, a pocos metros de la pieza despojada desde la que San Miguel fue al encuentro del Padre, hace 150 años. Inundado de oro y de luz, el santuario recibió, con el sonido del gran órgano, a sus numerosos hijos como lo hace, desde hace más de un siglo, pero también a una multitud de fieles laicos, religiosas de congregaciones hermanas, sacerdotes y párrocos de la diócesis…
De norte a sur, ágapes fraternos se celebraron aquí y allá, como cumbre festiva de asambleas, de una reunión parroquial, de manifestaciones lúdicas y deportivas de un colegio, de celebraciones que unían a varias comunidades.
De un continente a otro, los corazones cantaron, las voces entonaron las máximas queridas de San Miguel; espectáculos de teatros y danzas representaron la vida del sacerdote de Betharram para permitirnos revivir las alegrías y las vicisitudes de un camino de santidad. El corazón del mundo comenzó a latir hacia el corazón de San Miguel…
Hace 150 años, nuestro fundador, antiguo “superior de cuatro muros de un vasto edificio” vacío se apagaba. ¿Por qué tantas fiestas hoy? Porque el grano que él había sembrado y que, a su muerte, seguía enterrado, germinó maravillosamente.
La herencia recibida de San Miguel no es una pieza de museo que conservamos como un precioso recuerdo entre muchos otros. Es algo vivo que nos exige esforzarnos para hacerlo nuestro. El rostro de San Miguel se refleja y tendría que reflejarse cada vez más en el de los betharramitas que compartieron su experiencia de Dios y que buscan, más particularmente en este año, renovar su identidad carismática.