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14/09/2016

La Palabra del Superior General

Eres el más bello de los hombres

Vidriera del R. P. Francesco Radaelli scj en Nazaret

Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente…” Esta afirmación que el salmo 45,3 atribuye al hijo del rey, el orante y lector cristiano la atribuye a Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre y nacido de la Virgen María. El vocabulario de todo el salmo despierta los cinco sentidos para que captemos por ellos toda la belleza del Verbo Encarnado.

Los evangelios no se detienen a describir la belleza física de Jesús, pero si nos describen otro tipo de belleza: la belleza de su humanidad, su delicadeza con las personas, su capacidad de acogerlas, de escucharlas, de encontrarse con ellas…La belleza de su mensaje, de sus discursos, de las bienaventuranzas, de sus parábolas. No sé si se habrá escrito algo más hermoso que las bienaventuranzas, la parábolas del Padre que tenía dos hijos (Lc. 15,11ss.). Es una belleza que la gente que lo veía y lo escuchaba expresa así: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!.” La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”, “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen”. (Mc. 1, 27; 2,12; 4, 41).

Es en este sentido que San Agustín canta la belleza de Jesús: “Hermoso siendo Dios, Verbo en Dios [...] Es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra; hermoso en el seno, hermoso en los brazos de sus padres, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes; hermoso invitando a la vida, hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la vida, hermoso tomándola; hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro y hermoso en el cielo. Oíd entendiendo el cántico y la flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el esplendor de su hermosura” (VC. 24)

El culmen de su hermosura se manifiesta en su transfiguración y en su resurrección. Pero parecería que esta hermosura de Jesús transfigurado, se irradia a toda su vida, iluminando incluso los momentos en que se manifiesta desfigurado por la maldad y la crueldad del pecado de los hombres en su Pasión: agonía en Getsemaní, flagelación, coronación de espinas, humillación de los insultos, de la bofetada, de la condenación injusta, en su crucifixión y muerte infame. “Aquel que en su muerte aparece ante los ojos humanos desfigurado y sin belleza hasta el punto de mover a los presentes a cubrirse el rostro (cf. Is 53, 2-3), precisamente en la Cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de Dios” (VC. 24).

Todos esos sufrimientos y oprobios manifiestan, en medio de ese océano de dolor, la persistencia y la fidelidad de seguir amando al Padre y a los hombres. Aún desfigurado, Jesús es bello por su amor, por su paciencia, por la entrega de su vida, por el perdón, por su capacidad de reconciliar.

Sólo la belleza es atractiva. Por eso Jesús, levantado en alto, atrae a todos hacia así. Se convierte en un atractivo inefable para el corazón, que nos gana al amor de Dios, en un modelo perfecto y en una ayuda omnipotente (San Miguel Garicoits: Manifiesto)

Esta belleza se prolonga, se manifiesta y reproduce en sus discípulos, que atraídos por su hermosura han decidido conocerlo, amarlo, servirlo, imitarlo. Estos discípulos, si son auténticos, dejan translucir la belleza del Maestro, y con su vida alegre y responsable, se convierten así en atractivo para otros hombres y mujeres con los que viven, que no dejan de hacerse la pregunta irresistible: ¿Y éstos por qué son así? (Evangelii Nuntiandi 21) Esa pregunta es la oportunidad que el discípulo tiene para hablarles de Jesús, para anunciarlo. Es la belleza de los santos.

Y los discípulos de Jesús se congregan en la Iglesia que también es hermosa. Hermosa por la Palabra, anunciada, escuchada y practicada. Hermosa por la presencia tierna de la Virgen María, la Madre de Jesús. Hermosa por el ministerio sacerdotal, la diversidad de carismas en la vida consagrada y el compromiso de los laicos en el mundo. Hermosa por la liturgia y el arte cristiano, hermosa por la comunión, por el servicio, por los misioneros, por los mártires, por el cuidado de los pobres y por el perdón de los pecadores…

Este es el primer motivo que los religiosos del Sagrado Corazón de Jesús tenemos para vivir con alegría la belleza de ser discípulos de Jesús. El segundo es nuestro origen, el lugar donde “ese Sagrado Corazón nos concibió y formó” con la mediación de nuestro Padre San Miguel Garicoits: Betharram (Rama hermosa). Muchas veces nos llaman Betharramitas y sin darse cuenta nos están llamando hermosos.

Para que este nombre signifique algo, tiene que referirse a personas que manifiestan la belleza de Jesús con las bellas características que testimonió San Miguel Garicoits y que quiso para nosotros: humildad, pasar desapercibidos, obediencia, entrega, mansedumbre, alegría y caridad. La combinación de estas virtudes constituyen nuestra originalidad y si las vivimos con alegría seremos atractivos para que otros quieran vivir de esta belleza. La historia nos ha ido haciendo hermosos por esas cualidades, en el brillo de las grandes obras, en el silencio del trabajo con los pobres, en las persecuciones y expulsiones de Francia en 1904 y de China en 1951. Hermosa es la espiritualidad, la consagración, la fraternidad y la misión betharramitas. Hermoso es el pasado, hermoso tiene que ser el presente para que el futuro pueda ser hermoso. Hermoso como el Corazón de Jesús, La Virgen de Betharram, San Miguel Garicoits, Santa Mariam y el P. Etchecopar.

Gaspar Fernández Pérez scj
Superior General

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