Escuchando a San Miguel...

El 3 de febrero, durante la instrucción de los jueves, hablando de la discreción:

Padres, quiero compartirles un pensamiento que me impactó esta semana y que dejó en mi alma sentimientos de temor y de tristeza: ¿Quién, entre nosotros, practica sólidas virtudes? ¿la caridad, la obediencia, por ejemplo?

Tal vez hagamos bien, nos dediquemos a la sacristía y, por otro lado, critiquemos a un hermano, no logremos soportar un mal carácter, obedezcamos a un Superior y no respetemos la voluntad de otro.¿Voy a decir que estas faltas son debilidades? No; tengo el derecho de decir que no hay solida virtud y que si, en algunas circunstancias somos caritativos, obedientes, lo somos por momentos, por impresión.¡Cómo debe reír el demonio, cuando ve que nos mantiene tan fácilmente en la ilusión e incluso, nos la hace gustar!

Es capaz de hacernos trabajar, de hacer que nos santifiquemos, si fuera necesario, ,con disposiciones muy inocentes, en apariencia, y sin embargo dejarnos con las manos vacías en la hora de la muerte. Con su astucia, nos privará de todas nuestras buenas acciones; va a absorber todo lo que hay de vida en nosotros y nos dejará sólo la cascara. Es muy hábil el demonio. ¡Oh! Se cuidará mucho de tentarnos abiertamente contra la castidad, de pretender que seamos asesinos, ladrones, abiertamente desobedientes. Al contrario. En ese sentido nos dejará muy tranquilos; ¿qué le importa, por otro lado, que no seamos grandes pecadores, si puede mantenernos totalmente desnudos de todas las virtudes, si puede hacer que lleguemos a la tumba con las manos vacías, después de mucho trabajar y sin que tengamos consciencia de un sólo pecado venial? Va a dejar que creamos que tenemos virtudes y no sacudirá ese inútil andamiaje que no tiene ninguna base sólida y que, en determinado momento, se va a caer y a ofrecer a la vista sólo grandes y lamentables ruinas.

Cuaderno Cachica, 2