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Betharram
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15/07/2015

La Palabra del Superior General

Mirar el pasado con gratitud y humildad

Betharram (Foto Stockli)

Es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma”. (Francisco, Carta a los consagrados, I, 1)

Alaba al Señor, alma mía, por el don de San Miguel Garicoits: por su persona, su vida, su época, su experiencia de encuentro con “Jesús anonadado y obediente”, su decisión de configurarse con él y de continuar su misión en las misiones populares y en la educación de los niños y jóvenes. Por los primeros compañeros de San Miguel: Guimón, Chirou, Fondeville, Perghilhem, Larrouy, que creyeron en la novedad carismática de su experiencia y la compartieron con entusiasmo. Y por el ardor misionero de los comienzos, que en 1856, en vida del Santo fundador, los hizo salir hacia Buenos Aires y a Montevideo.

Perdón, Señor, por las resistencias al Espíritu manifestadas en aquellos que veían en la opción por la educación una amenaza para el proyecto de las misiones populares y en los que aprovechaban de la manera diferente de ver las cosas por parte de obispo, como un motivo para la división de la comunidad.

Alaba al Señor, alma mía, por la dedicación y la conducción del Padre Augusto Etchecopar, cuyos escritos ayudan a conocer mejor al fundador y su Carisma. La Congregación adquiere un nuevo vigor con la aprobación de la RdV. por la Santa Sede. Con él, el proceso de canonización de nuestro Padre San Miguel recibe un fuerte impulso, reuniendo sus “pensamientos” y los testimonios sobre su vida. En su tiempo (1879) se funda la residencia y el escolasticado de Belén, confiando en la sabiduría de Santa María de JC.

Alaba al Señor, alma mía porque por la expulsión de Francia en 1903 “Dios nos ha dispersado para ser sembrados” (P. Estrate) en España, Italia e Inglaterra donde el carisma dio sus frutos, y en Bélgica, donde la rama no prendió. Ese acontecimiento doloroso permitió también el afianzamiento de la misión educativa en Argentina, Uruguay y Paraguay. ¡Cuánta entrega de los religiosos del Sagrado Corazón para formar ciudadanos responsables y cristianos comprometidos!

Perdón, Señor, porque junto al gran bien realizado en la educación en Argentina, Uruguay y Paraguay, nos dejamos seducir por “la grandeur” del prestigio y del rendimiento económico de las obras, al que muchas veces se subordinaba la autenticidad de la vida consagrada. Perdón porque se llegó a prohibir a los religiosos hacer la propuesta vocacional a los alumnos, para evitar que los padres pudieran retirarlos del colegio.

Alaba al Señor, alma mía, por aquélla aventura misionera hacia el Oriente, hacia China, en 1922 de los padres Pirmez, Etchart y Palou, que ya eran misioneros en Argentina y Paraguay. Por la persecución y expulsión de China en 1951, un hecho desgraciado, que nos transplantó en Tailandia, donde nuestros misoneros han realizado un trabajo precioso de evangelización en la diócesis de Chiang Mai, sobre todo entre la etnia de los karianes.

Alaba al Señor, alma mía, por la beatificación de San Miguel Garicoits en 1923 y por su canonización en 1947; con ellas, la Iglesia reconoce la santidad de nuestro Padre fundador, la autenticidad del carisma, la fraternidad y la misión de nuestra Congregación.

Alaba al Señor, alma mía, porque por esa época, se da la organización de la Congregación en provincias respondiendo a una necesidad: se habían abierto muchas comunidades al servicio de nuevas misiones, porque el número de religiosos había aumentado: Se llega a Brasil (1935), apertura a Africa del norte primero, Casablanca (1940)) y Sidi-bel-abbés (1949) y África subsahariana a partir de 1959, Katiolà. De esta época es también el llamado a trabajar en la formación de los sacerdotes en los seminarios de Auch, Jerusalén, San Juan de Cuyo y Rosario.
Perdón, Señor, porque las provincias creadas se fueron cerrando sobre sí mismas, dificultando la comunicación, el compartir de las vocaciones, de las personas y de los bienes. Perdón también, Señor, por las envidias, las luchas de poder y las dificultades en aceptar y respetar las diferencias culturales.

Alaba al Señor, alma mía, por la misión realizada en las parroquias desde la fundación en 1909 de la del Sagrado Corazón de Droitwich. ¡Cuánta entrega para que Jesucristo sea más conocido, amado, imitado, testimoniado y anunciado! ¡Cuánto trabajo por construir la comunión eclesial! ¡Cuánto tiempo dedicado a la predicación, la catequesis para profundizar la Palabra de Dios! ¡Cuántos momentos de celebración de los sacramentos para que los discípulos puedan encontrarse con su Maestro! ¡Cuántas energías empleadas en cultivar la caridad haciendo de todo para socorrer a los pobres! ¡Cuánto tiempo dedicado a encontrar a las personas!

Perdón, Señor, porque muchas veces, acaparados por el trabajo pastoral de las parroquias, hemos quitado importancia a las exigencias de la espiritualidad, la fraternidad, la pobreza y la obediencia. Perdón también, por no darnos cuenta que se nos desgastaba la identidad carismática y la pertenencia a la Congregación siendo esto un obstáculo para la atracción vocacional.

Alaba al Señor, alma mía, por todo lo que Betharram ha vivido en el momento del concilio: el centenario de la muerte del Santo Fundador, la encuesta a toda la Congregación, la comisión interprovincial, el capítulo de renovación, la Rdv. de 1969, la sesión sobre el carisma en Betharram a los 150 años de la fundación de la Congregación. Agradecimiento también por las fundaciones de África Central y la India, apertura a las nuevas pobrezas con la Casa familia de Monteporzio para enfermos terminales de AIDS.

Perdón, Señor, porque a veces, sin darnos cuenta, en todo el trabajo de renovación que nos pedía el Concilio, contaban más las ideologías que el Evangelio. Pedimos perdón porque el apego a algunas presencias nos ha quitado soltura misionera. Pedimos perdón porque el apego a algunas presencias nos ha quitado soltura misionera.

Alaba al Señor, alma mía, por el don de numerosos laicos que gracias al Concilio comparten con nosotros el carisma y la misión, y nos apoyan para solucionar situaciones difíciles incluso desde el punto de vista económico.

Perdón, Señor, por la falta de apertura en la relación con los laicos, porque muchas veces no sabemos cómo hacer para compartir más la espiritualidad y la misión, respetando la originalidad de cada vocación.

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General

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