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14/02/2015

El Cuaderno Fondeville (2)

Juvendud de San Miguel Garicoïts

El Cuaderno Fondeville  (2)

La pobreza de la familia, lo llevó a ir como criado a la casa de un buen campesino, cerca de Saint Palais, con 12 años de edad. Fue desde esa casa y en calidad de empleado de la casa que Miguel frecuentó el catecismo del excelente y distinguido párroco de Saint Palais, el P. Barbaste. Su sencillez, su modestia y asiduidad y especialmente su sólido juicio conquistaron rápidamente el corazón del caritativo y buen pastor. Después de haberlo preparado y admitido a la primera Comunión, le hizo frecuentar la escuela de la ciudad y lo inició a los primeros rudimentos de la lengua latina; sus progresos fueron lentos pero constantes; en 1814 mereció premios en su clase y elogios de inspectores universitarios por sus éxitos en los exámenes. Fue en esa época cuando mostró, junto con su piedad religiosa, su apego a los primeros exiliados que conquistaron para Francia la paz tan deseada. Pero lo que se destacaba en él era una verdadera indignación al ver el suelo patrio pisoteado por los extranjeros.

Mientras tanto, el buen y piadoso párroco, al enterarse de que en el obispado necesitaban a un joven vasco para algunos servicios de secretaría, no olvidó a su protegido; lo presentó a Mons. Loyson con notas precisas que se referían a él. El obispo se encargó de darle algunas clases de latín y Mons. Honnert, secretario del obispo, conocido como el obispo negro, se encargó de orientarlo. Dirigido por esa mano inteligente, sabia, suave y firme que se había ganado la consideración de tres diócesis administradas, lo podemos decir, por Mons. Honnert, el joven vasco hizo grandes progresos tanto en la piedad como en los estudios. En 1818 fue enviado para la filosofía a Aire; allí conoció y tuvo como apoyo en matemática a Mons. Laurence que estaba cerca del sacerdocio y que, pocos años después, sería con su condiscípulo, cooperador de las obras del P. Lassalle, uno en el seminario menor de Saint Pé y más tarde como obispo de Tarbes; el otro en Betharram, como colaborador primero del buen anciano y, poco después, como su sucesor.

El P. Garicoits contó muchas veces los cuidados que le prodigaron tanto Monseñor como el P. Honnert. Algunas veces el buen Obispo amenazaba al listo Cántábro de corregirlo con su bastón. Pero una misión predicada en Bayona por los misioneros de Francia hizo desaparecer esas pequeñas bramas, con gran edificación del joven Garicoits que también aprovechó los ejercicios.

El joven vasco pasaba sus vacaciones en el obispado, hasta la muerte del obispo, y en casa del canónigo Honnert, moentras Dios le dejó en la tierra a ese bienhechor insigne.El antiguo Secretario, canónigo después de la muerte de Mons. Loyson, llevaba a su protegido a Bagnères, en la temporada termal. Esas vacaciones eran agradables para el anciano e inválido canónigo ; la entrega de Miguel no tenía límites y dejaba muy contento al benefactor; le gustaba escucharlo cuando hablaba del método de los profesores de Aire que lo habían iniciado en la clericatura; se cuidaba mucho de no olvidar al venerable padre Dupuy, Superior del seminario de Dax, donde había hecho sus cursos de filosofía; a su vez el P. Garicoits no perdía nada de las conversaciones familiares del P. Honnert; grababa más profundamente en su memoria las lecciones recibidas y se despojaba, poco a poco, de las costumbres campesinas de su infancia, en contacto con el hombre más conocedor de la educación y de los buenos modales de la más pura educación.

Fue así como, preparado de esta manera, entró en el seminario menor de Larressore, como maestro de estudios y profesor, siguiendo al mismo tiempo un curso de teología bajo la dirección del P. Claverie, superior. Fue entonces cuando se creó entre esas dos almas, una unión íntima que sólo cesó con la muerte. Pero, mientras la Virgen preparaba su nuevo hombre para el santuario de Betharram, el P. Lassalle continuaba dirigiendo el Seminario Mayor que le era confiado, con la cooperación generosa y distinguida de los PP. Destenabes, hermanos, y del P. Labarrère. Las peregrinaciones se hacían cada vez más regulares; los ahorros para las obras que estaban en el corazón del P. Lassalle, aumentaban su tesoro, a medida que se acercaba el momento de la ejecución.

Simon Fondeville scj
(1805-1872)

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