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Gustavo Papa 01
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14/05/2014

Narratio fidei del P. Gaspar Fernández Pérez scj

Superior General de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

Narratio fidei del P. Gaspar Fernández Pérez scj

Con el tema de la vocación y esta narratio del P. Gaspar completamos el recorrido que comenzamos hace un año. Quisimos que en el Año Jubilar, fueran narradas las historias de vida y de fe de algunos religiosos betharramitas elegidos con el criterio de diferencias generacionales, culturales y nacionales…

Quisimos dar consistencia al método de la narratio fidei que, como pudieron notar, no es otra cosa que dejar brotar desde el corazón la narración de la propia vida y de la propia fe.
Con un poco de atrevimiento, quisimos que también San Miguel se narrara. Lo hicimos con respeto y amor a partir de sus cartas y escritos. Lo hicimos convencidos que, si el Señor llena nuestra vida, nosotros también, como San Miguel, podremos ser en el mundo, semillas de novedad…

 

Me sedujiste y me dejé seducir (Jeremias 20, 7-9)

 

Un momento fundamental de mi experiencia de fe y vocacional fue el mes de EE ignacianos que hice en 1987. Con Paco y con Martín habíamos decidido incorporar los EE en el proyecto de formación. Era importante que lo que pedíamos a los jóvenes, lo experimentáramos también nosotros y así poder entendernos mejor en el diálogo formador.
Esta experiencia del mes de EE me ayudó a valorar la experiencia del Dios-Amor. A partir de ahí descubrí también cuántos criterios, ideas, actitudes y acciones mundanas atenazaban mi corazón, sin darme cuenta, porque externamente todo lo hacía bien: pastoral, liturgia, oración, comunidad. ¡Qué desolación! Me veía incapaz de salir de esa situación! Hasta que surgió la pregunta: “Señor, voy a volver a lo mismo, ¿Qué tengo que hacer?” Y llegó la respuesta consoladora: “Conviértete, no confíes tanto en ti, confía en mí para quien nada es imposible, y sígueme”. Y de esa consolación vino la fuerza para continuar mi seguimiento de Jesús, apasionándome por él, participando de la prolongación de su misión de agradar al Padre y servir a los hombres.
Esta experiencia me hizo redescubrir y revalorizar todas las experiencia anteriores en las que el buen Dios había estado presente en mi vida. En algún momento había llegado a dudar de lo bueno de tanta normalidad porque parecía que lo que más se valoraba era llegar a una conversión más espectacular después de pasar experiencias difíciles. Es por eso que a partir de ahí mi vida se iluminó como historia de salvación.
Me siento muy identificado con las palabras de Jeremías: Antes de formarte en el seno materno, ya te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado…(Jr. 1, 4-8). Desde antes de tener uso de razón, me he sentido atraído por los signos del misterio: una cruz, una procesión, una celebración, una campana, un sacerdote, una obra de caridad… En la memoria colectiva de mi pueblo se conserva y me han contado diferentes personas esta anécdota: Tendría yo dos años. Había una misión popular en el pueblo. Era el rosario de la aurora, mi madre no pudo asistir y estaba haciendo las cosas de la casa. Yo escuché los cantos y me fui a la puerta, no sólo como curioso, sino que me uní a la procesión poniéndome de rodillas y con las manos juntas. Y la atracción siguió, monaguillo siempre voluntarioso dispuesto a lo que fuera necesario para participar de las cosas de la iglesia. Me encantaba estar en la iglesia, a veces me olvidaba de volver a casa.
Con estos rasgos cuando tuve once años fui el candidato seguro del párroco para ser presentado al padre betharramita que me llevó al apostolicado de Mendelu. El párroco sabía bien que por la pobreza de mi familia nunca hubiera podido hacer un secundario si no iba con unos religiosos así. ¡Qué agradecido estoy a mis padres que se esforzaron “para que fuera lo que no pudieron ser ellos” como decían, y también a la Congregación. Ahora se une otro rasgo de la vocación. El “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te mostraré” (Gn. 12,1) de Abraham: Deje mi familia a los once años y me fui a Mendelu donde pasé seis años muy felices. Dejé mi tierra y fui al noviciado en Bel Sito (Francia), donde viví mayo del 68. Dejé el noviciado volví a Zaragoza para los dos años de Filosofía. Y a partir de aquí el “deja tu tierra” se convirtió en una peregrinación al ritmo de la crisis posconciliar: Mendelu, Zaragoza… siempre en comunidades Betharramitas, no siempre con votos, haciendo los estudios de Filosofía y Letras. En medio de todo esto, nunca se apagó el atractivo por el Señor. Llegó el momento de la definición. Y me definí movido por el atractivo que llevaba adentro, y al que no podía resistirme. Recuerdo la noche que pasé charlando con un compañero que pedía la reducción al estado laical, justo cuando yo decidía continuar mi camino vocacional. Gran respeto, pero también gran experiencia de libertad, gran experiencia de confianza en Aquél que me atraía, sin saber mucho dónde me terminaría llevando.
No se interrumpió la peregrinación: Toulouse, Zaragoza y Buenos Aires, donde por fin, en 1980 hice los votos perpetuos, y fui ordenado diácono y sacerdote. Me sentí muy feliz tomando la decisión definitiva. Sé de quién me he fiado y estoy firmemente convencido de que asegurará hasta el fin el encargo que me dio (2Tim. 1,12). Son las palabras que puse en la estampa de mi ordenación y que expresaban bien lo que estaba viviendo para mí.
Los primeros años de mi ministerio los viví en la catequesis y la pastoral del Colegio San José durante la semana. Los domingos por la tarde iba a la parroquia de Barracas, confesaba, celebraba la eucaristía y acompañaba al grupo juvenil. Yo nunca me había imaginado trabajando pastoralmente con los jóvenes. Sin embargo, se me abrió un ámbito pastoral inmenso. En ese contexto los jóvenes nos pedían cuál era nuestra originalidad porque veían jóvenes identificados con la espiritualidad de otras congregaciones. Así surgió la Juventud betharramita, que nos obligó a profundizar los escritos de San Miguel Garicoits para encontrar los rasgos de nuestra identidad. El Señor me dio la gracia de descubrir la espiritualidad y la misión de Betharram, el carisma de la Congregación. ¡Cuántas actividades! ¡Cuántas veladas nocturnas para preparar los materiales! ¡Cuántos encuentros y cuántas amistades! ¡Cuánta entrega! ¡Cuánto crecimiento! Pero además, descubrí cómo San Miguel Garicoits con su manera de vivir el Evangelio manifestaba lo que yo quería ser y estaba siendo. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? ¡Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor! (Sal. 114-115, 12-13) Con la obediencia de la formación, el que tiraba de mí, me desestabilizó de nuevo, pero como cada vez que obedecí, salí ganando, porque se abrieron nuevas posibilidades, nuevas exigencias de entrega, nuevas oportunidades de crecimiento. Nunca hubiera pensado yo una cosa así, no tenía ninguna preparación. Tuve que ponerme a leer sobre el tema y a pedir consejo: Con el Paco fuimos a ver al P. Bergoglio sj. Recuerdo aquel mes de febrero de 1986, elaborando con Martín el Proyecto de formación de la Provincia, bajo uno de los tilos de la residencia de Adrogué. Y después tratando de ponerlo en práctica, elaborando recursos como “las 1001 preguntas”, que diría un postulante.
Recuerdo las desilusiones de las partidas, los dolores de bajo vientre de las rebeldías de los jóvenes, aquel retiro de la Provincia de 1996. En este returio aquélla consolación espiritual me iluminó, me hizo comprender y asimilar el fracaso y la vergüenza que sentía por los dos novicios que se me había ido después de los EE. Era en la capilla de Villa Betharram, en el último banco de la izquierda, sentado sobre el pasillo del centro, contemplando la vidriera del altar. Meditaba sobre las palabras del Manifiesto: Jesús se mantuvo en estado de víctima, sin actuar nunca por si mismo, sino movido por el Espíritu de Dios. Esa consolación me hizo entender que ese fracaso no era toda mi vida, que yo no era responsable de aquellas salidas, que aquéllos jóvenes eran libres, que no podía quedarme ahí detenido. En avant toujours!
Y Jesús siguió tirando de mí hacia sí. Por obediencia fui superior provincial. Y me toco vivir el corralito de 2001 y los problemas del San José. En aquella época pasé una fuerte depresión, en la que mi única oración era: Por tu nombre, Señor, consérvame vivo, por tu clemencia sácame de la angustia (Sal. 143, 11 ). Y María, consuelo de los afligidos, ruega por nosotros. Pero también de esta me libró el Señor, poniéndome en las manos de un buen psiquiatra. ¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios!
Con todo lo que había pasado y con todos los fracasos, nunca pensé que mis hermanos tuvieran el coraje de elegirme como Superior, en el Capítulo general de 2005. Dudé en aceptar por todo lo que acababa de pasar, pero no pude decir que no a Quien me ha dado tanto, manifestándome tanto amor. Dije sí, después de rezar aquella oración de San Miguel “Pero, ¿Quién soy yo? (Ex. 3/11). Reconozco y confieso mi nulidad, mi incapacidad y mi malicia. !Aquí estoy, sin tardar, sin condiciones y sin vueltas! !Adelante! Conozco tu corazón y tú conoces el mío, Señor. Tu sabes que te quiero y eso basta. !Aquí estoy! Lo puedo todo porque no puedo nada. Sólo puedo fracasar en todo. No a nosotros, Señor, no a nosotros, Sino a tu nombre da la gloria”.(D.S. 44-45).
Y el Señor me da la fuerza de un búfalo, me unge con aceite nuevo, me consuela con el vino de la alegría en medio de todas la exigencias que me pide, de las humillaciones por las que me hace pasar, configurándome con él. Pero tú, Señor, ha puesto en mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino (Sal. 4/ 8). Y me concede el privilegio de palpar su actuación en la vida de mis hermanos, en cuyos corazones manifiesta su amor y su rostro como una fermentación incesante.
Y soy feliz de vivir mi vocación sin instalarme, como un salir constante al encuentro de mis hermanos. Soy un elegido, un privilegiado, un niño mimado del Señor. Nunca pensé que podía ser otra cosa que lo que soy y soy feliz en esta vocación de religioso-sacerdote. Y sólo puedo bendecir al Señor por el bien que me ha hecho y vivo contento en medio de la complicaciones que a veces tiene la vida.

¡El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! me ha tocado un lugar de delicias, me encanta mi heredad! (Sal. 16, 5-6)

 

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