La Palabra del Superior General

Los medios de comunicación tienen que favorecer el intercambio dentro de la comunidad y hacia afuera. Su uso “puede ayudar a conocer mejor la complejidad del mundo, permitir una aceptación críticamente evaluada y saber colocar esos medios al servicio de la evangelización”. Su uso moderado y prudente, en el respeto de nuestra opción por la pobreza, tiene que ser acompañado por un claro discernimiento comunitario hecho con sabiduría. (RdV.107)

Vivimos en un mundo caracterizado por el uso de medios tecnológicos en todos los ambientes humanos. Muchas veces no se puede evitar hacer uso de ellos para la vida y la misión. En otras situaciones constatamos que los religiosos toman decisiones muy personales para conseguir el último móvil o el último tablet. El ordenador es un instrumento de trabajo, exigido muchas veces por los profesores de las universidades o institutos de estudios. ¿Este argumento es suficiente para justificar que cada religioso estudiante tenga su ordenador personal o puede ser suficiente con que haya algunos ordenadores en la comunidad al servicio de todos? ¿En todas las realidades se tienen que tener los mismos criterios? ¿El aceptar uno de esos instrumentos como regalo no crea divisiones en la comunidad? ¿Qué hacer cuando en una comunidad los religiosos comen con el móvil en la mano, enviando y recibiendo mensajes y respondiendo llamadas? Se dan situaciones más peligrosas: religiosos que, por un uso inadecuado de los medios tecnológicos, terminan en adiciones que les privan de la libertad suficiente para llevar una vida mínimamente equilibrada. Las situaciones son muy complejas.

Con el uso de los medios tecnológicos se dan situaciones más peligrosas

El chino Liu Xiaobo, premio Nobel de la paz 2010, dice que Internet es un don de Dios. El Papa Francisco hace una reflexión optimista del uso de os medios tecnológicos al servicio de la cultura del encuentro en el mensaje par la XLVIII Jornada Mundial de las comunicaciones sociales 2014, como ya había escrito en EG. 87: Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos.

Prohibir a los religiosos el uso de los medios tecnológicos no parece la mejor forma de educar a los jóvenes y de tratar a los adultos. Como en tantos otros aspectos de la vida, en el uso de los medios tecnológicos las situaciones son ambiguas y necesitan de reflexión y discernimiento comunitario teniendo en cuenta que se ponen en juego valores muy importantes de la vida consagrada: la pobreza, la seriedad en el trabajo, la castidad, la fraternidad, la responsabilidad en el cumplimiento de la misión. Hay que tener en cuenta el “tanto en cuanto me ayuden o me estorben…” del Principio y Fundamento. Como otros ámbitos de la vida consagrada, el uso de los MCS necesita una cuidadosa atención en la formación tanto inicial como permanente: este aspecto de la vida necesita ser tratado con tanto rigor en el acompañamiento personal, como se trata la oración, la fraternidad, la castidad, el uso de los bienes materiales… El formador, el superior y el director espiritual tienen que ir verificando la autenticidad de lo que dice el religioso, confrontarlo con situaciones que contradicen su opción por la vida consagrada y alentarlo a convertirse para evitar una conducta hipócrita y mundana que niega lo que dice ser.

De nada sirve este acompañamiento en la formación inicial, si, los religiosos de votos perpetuos viven esta dimensión con autonomía, sin referencia a la comunidad, a la dirección espiritual y a la obediencia. Está en juego la fidelidad a la vocación de consagrado y por ende el testimonio significativo. De nada sirve, como en otros aspectos de la vida, soportar las exigencias durante el periodo formativo, cuando se sabe que al ser aceptado definitivamente en la Congregación, podré hacer lo que yo quiera.

La comunidad tiene que ser el ámbito de reflexión, revisión, discernimiento, decisión y corrección fraterna del uso de los medios de comunicación social. En comunidad se debe hacer un discernimiento sabio para ver si el uso de estos medios tecnológicos facilitan o dificultan la fraternidad, nos aproximan (acercan) más unos a otros o nos distancian y aíslan cada vez más. En comunidad se debe decidir si un religioso tiene que cambiar su móvil o su ordenador por las exigencias de la misión y si se puede hacer en las condiciones económicas de la comunidad o hay otras prioridades. En comunidad tiene que haber también una revisión y corrección fraterna sobre cómo afecta el uso de los medios tecnológicos a los otros valores de la vida consagrada: el silencio, la oración, la comunicación dentro de la comunidad, la castidad, el empleo del tiempo para escuchar al hermano, para la misión y para los servicios.

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General

Sigue vivo en la memoria ese gesto que, hace más o menos diez años, volvió locos de alegría y de curiosidad a miles de internautas. Simplemente oprimiendo la tecla “enter”, Juan Pablo II quiso promulgar la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Oceania” en noviembre de 2001, única y exclusivamente por la web y eso, según los expertos, fue el gesto que inauguró la evangelización en el “sexto continente”.