In memoriam...

Hermano Bertrand Belhartz

Chéraute (Francia), 14 de Febrero de 1920 - Bétharram, 24 de Enero de 2014

Un día del mes de setiembre de 1949, había, de pie sobre el último escalón del altar, cuatro jóvenes dispuestos a llevar el Evangelio a China, en la provincia de Yunan: dos bearneses, los PP. Pédebideau y Bignolle, uno de Languedoc, el P. Sableyrolle y un vasco de Chéraute, el Hno. Bertrand Belharx.

Era la ceremonia del adiós: un rito simple, conmovedor y un poco triste; era el adiós a Betharram, a su familia, a su país. tenían un pasaje de ida, en el barco, pero no tenían pasaje de vuelta. Habían puesto su vida en las manos de Dios.

Frente a ellos, en la nave central del santuario, los alumnos de la escuela apostólica, los escolásticos del seminario mayor de Floirac, algunos Padres, parientes y amigos.

Se habían cantado las vísperas y entonado el canto de la partida: “Partan, alegres mensajeros de la luz, vayan a conquistar el Yunan para el Señor. Vayan, alegres hijos de San Miguel”

Durante ese canto, comenzó la procesión silenciosa y conmovedora, la procesión del beso: todos los que estaban en la iglesia vinieron a depositar un beso en los pies de esos jóvenes misioneros.

Era el símbolo del envío y del compartir la misión.

El 16 de setiembre Bertrand Belhartz subía con sus hermanos misioneros a bordo del barco “le Chantilly”. El viaje durar;a 50 días y finalmente tocaría tierra. Estaban en China.

Pero falta lo más duro: aprender la lengua, aceptar las costumbres, vivir como la gente del lugar y comer con palitos, no olvidar nunca el cuchillo…

Los primero misioneros llegaron 20 años antes; ya habían fundado la Iglesia de Tali.

El Obispo, Mons. Lacoste, primer obispo de Betharram, tenía grandes proyectos: construir una casa para las Hijas de la Cruz, abrir un dispensario y una escuela profesional. Y escribía: “para todos estos trabajos las múltiples aptitudes del Hno. Bertrand serían de mucha utilidad”. A Bertrand le gustaba construir y crear: su misión pasaba por eso y eso le permitía entrar en contacto con obreros chinos.

El P. Dotton que hacía años que estaba en Yunan, escribió: “El trabajo más grande, aquí, es cuidar los cuerpos; así, tal vez, se pueda después llegar a las almas; yo cuido enfermos, me agarro la enfermedad, después de lo cual sé lo que es y puedo curar la enfermedad del otro. Mons. Lacoste no tendrá el tiempo de realizar todos sus proyectos. La revolución de Mao Tsé Tung, nuevo dueño de China, no podía soportar la presencia de religiosos extranjeros. Algunos misioneros fueron arrestados y encarcelados. Fue el fin de la misión betharramita en Yunan. Pero sabemos que la Iglesia de Tali está siempre viva: los cimientos son sólidos. Un sacerdote chino continua la obra de los misioneros de Betharram.

Y el Hermano continuó a construir y a crear: había instalado en un galpón de la granja una carpintería moderna, con todas las máquinas perfeccionadas modernas, que le permitieron hacer puertas, ventanas, armarios, y cosas raras como el altar para nuestra capilla y el panel de madera esculpida debajo del altar. A alguien que le preguntaba si había hecho alguna escuela de carpintería, respondió:“Nada de escuelas. Soy autodidacta”. Había aprendido todo solito.

Con él desaparece nuestro último misionero de China y nuestro último carpintero.

Pidamos a Bertrand que rece por nosotros y por la Iglesia de China que experimenta siempre momentos difíciles. Y que el Señor que fue el Carpintero de Nazaret, reciba en sus talleres a nuestro pequeño carpintero.

Firmin Bourguinat, scj