La Palabra del Superior General
Queridos hermanos Betharramitas:
“Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (I Jn 4,11)
Un poco titubeante me dirijo a ustedes, con la certeza de que este primer intercambio será acogido como el compartir de un hermano mayor. La Paz del Corazón que procede del Espíritu Santo, se ha hecho muy presente en el último Capítulo. Así como la llamativa actualidad de nuestro Carisma, de nuestra vocación y misión.
Descubrimos que si somos fieles, seremos capaces de responder a los llamados que nos hace hoy la Iglesia.
La presencia de muchos laicos – que beben de la misma fuente – nos ayudó a vivir una auténtica experiencia de fraternidad. La escucha, el respeto, el gozo y la fiesta fueron los sellos distintivos de este tiempo de gracia. Aprovecho para agradecer a todos los que nos acompañaron con su oración constante.
Desde el 18 de mayo último, el P. Gaspar Fernández ha dejado de conducir la Congregación, así como también sus colaboradores los Padres Enrico Frigerio y Laurent Bacho. Siguen en sus cargos el Ecónomo General, P. Graziano Sala y el Consejero para las Misiones, P. Tobia Sosio. Los elegidos son: el nuevo superior general, los padres Jean- Dominique Delgue (Francia-España) como Vicario General y Stervin Selvadass (India) como Consejero para la formación.
Ahora les voy a contar algo sobre quien suscribe esta editorial (me lo han pedido, aunque no haya mucho para decir…) Y, como al pasar, doy respuesta a muchos, que como yo, se deben haber preguntado: ¿por qué?... ¿De dónde salió este “periférico”…?.
En efecto, nací el 17 de agosto de 1962 en la ciudad de Buenos Aires; pero me crié en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina. Mi padre era de profesión marino mercante y mi madre peluquera. Ambos, de condición modesta, siempre hicieron todo lo posible para que junto a mi única hermana tuviéramos una buena educación. Cursé mis estudios primarios en el Colegio Sagrado Corazón de Barracas; el secundario en Colegio Don Bosco, con los salesianos. Luego de la Guerra de las Malvinas en 1982 (entre Argentina e Inglaterra) me dedique a estudiar el Profesorado de Ciencias Económicas. Ejercí como profesor laico 7 años en el Sagrado Corazón de Barracas, mientras militaba en los grupos de la pastoral juvenil de la parroquia. Allí se despertó mi vocación. Ingresé en 1988 a la Casa de Formación de Adrogué (y posteriormente en Martín Coronado), en las que el P. Gaspar fue mi formador por 8 años, junto al P. Martín. Terminé mis estudios eclesiásticos como Profesor y Bachiller en teología. Fui ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1995. Cursé la Escuela de Formadores y después de pasados tres años como asesor espiritual en los Colegios San José de Buenos Aries y Sagrado Corazón de Barracas, me destinaron a la formación, en la que permanecí por 11 años. Fui formador de postulantes y escolásticos en Martín Coronado durante cuatro años y Maestro de novicios por 7 años en Adrogué. En esos 11 años también fui Vicario de la Provincia del Río de la Plata. Desde el 2009 he acompañado a la Región Venerable P. Augusto Etchecopar como Superior Regional.
Presentadas estas magras credenciales, admito que nunca imaginé que los hermanos podrían llegar a pedirme el presente servicio… Recuerdo que el Papa Francisco decía a los cardenales que: “hagan Obispos a los que no hacen campaña para serlo”… creo que el mío debe ser un caso parecido. Es verdad que me lo he preguntado algunas veces. ¿Qué pasaría si…?. Mis respuestas entonces no habían sido tan convincentes. Pero llegada la hora acepté. Nunca me sentí solo. Una Paz creciente me hablaba en el silencio… Más allá de los límites y temores que siento, tengo la certeza de que, junto conmigo, se ha elegido a un grupo de obreros para el Reino, que aman a Betharram y están dispuestos a entregar su vida por ella. Somos servidores de los servidores. El Señor nos lo dejó como mandato: “El que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos y el esclavo de todos” (Mt 20,27). Su Palabra me da confianza. Todo lo pongo en sus manos.
Mi deseo es ayudar a que todos nos renovemos desde la fidelidad al Carisma de San Miguel para que nuestra vida religiosa sea cada día más creativa, fraterna e integradora, incluso en el disenso y las diferencias. “El encuentro” es una condición necesaria para lograrlo. Entonces sí, podremos volver a salir en comunidad a proclamar por todo el mundo el Evangelio de Jesús.
Comprendo que somos una familia que también corre riesgos de disgregación en un mundo cambiante y relativista. El visitante de moda: “el individualismo” golpea a la puerta de nuestras comunidades y quiere instalarse. Al abrirle, nos conduce sutilmente a la consciencia aislada, a la autorreferencialidad. Empezamos a comprender que no es la crisis en vida religiosa la que nos produce desencanto e indiferencia…, sino que lo es el presente cómodo que nos gratifica ahora, para después abandonarnos en el sinsentido… Ha decaído mucho el discernimiento en algunos de nosotros y tenemos que rescatarlo.
Esta vida nos está impidiendo volar, como lo hacían San Miguel y tantos betharramitas que nos han precedido. No nos deja ser testigos de Jesús con la fuerza de la Pascua.
¡Salgamos sin demora!
Salir, “como el esposo de su alcoba, contento como un héroe a recorrer el camino” (Smo. 18,6) .
Salir a encontrarnos con la vida amenazada de tantos hermanos que habitan esta tierra (a veces muy cerca en nuestras comunidades).
Salir a entregar la vida por Cristo.
Betharram se ha reunido en San Bernardino, Paraguay, y se ha propuesto “Salir sin demora al encuentro de la Vida”. Hacia adentro y hacia afuera (hacia periferias que están en nuestras mismas comunidades y instituciones, y hacia periferias que están en la sociedad). Para servir, para sanar, para hacer crecer, para consolar, para vivir en gozosa fraternidad, para ser la voz de los que no tienen voz, y la Luz que ilumina tantas tinieblas que emergen de la cultura de la muerte.
Afirmo y sostengo que un auténtico betharramita no puede transigir con semejantes impulsos. Nuestro corazón betharramita clama liberación interior… Sólo debemos oírlo.
San Miguel supo de “cálices”, pero también conoció un gozo inacabable que le movía el alma, lo impulsaba, le hacía tocar el cielo con las manos. Nunca quiso negociar ese Don que había recibido de lo Alto. Lo alimentaba con el amor que él mismo prodigaba a los hermanos. Amor que iba destinado a servir a la Iglesia más pobre: a los ministros que lloraban, a la creciente descristianización del lugar. Dedicó su vida a gestar una familia religiosa dispuesta a obedecer. Inclinada a escuchar, acompañar y perdonar. Una comunidad que sufriera por el Señor, para sufrir menos… Dispuesta a hacer siempre la Voluntad de Dios. He ahí su itinerario y el nuestro.
Gustavo Agín scj
Superior General
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