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Gustavo Papa 01
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15/12/2017

Los primeros compañeros de San Miguel

La otra parte del edificio

Los primeros compañeros de San Miguel

Al finalizar el año 2017 y observando la galería de semblanzas de los primeros compañeros de Miguel Garicoits, ¿qué tenemos que recordar? La NEF nos presentó a los primeros discípulos, dándole especial atención a los que partieron para América. Narrando la historia de los orígenes, se puede percibir que está se construye con historias humanas, a veces de “anécdotas”.

El fundador podía asegurar: “En primer lugar, que fue Dios el que hizo nuestra obra, ella es santa; los hombre ni siquiera hubieran podido comenzarla”; y mandaba rezar: “Dios mío, no mires nuestros pecados sino la Sociedad que concibió y formó tu Sagrado Corazón”. Pero unos y otros tuvieron también su papel en esta construcción. La influencia del P. Guimon, por citarlo sólo a él, es impactante; incluso aún cuando el P. Garicoits tenía algo que reprocharle, hasta en el momento de decidir sobre la misión en América. Pero, los primeros compañeros no hacían siempre lo que querían; la prueba fue que cuando los católicos de Uruguay querían al P. Larrouy como Vicario Apostólico, a pesar de la coherencia de la propuesta, Miguel Garicoits pone su veto. Nada de honores excesivos para sus religiosos.

“Los padres de la Comunidad necesitan hermanos”. Esta era la convicción del Fundador desde el comienzo; el P. Etchécopar lo asegura. Cita otra vez: “Serán considerados no como empleados domésticos, sino como hermanos cooperadores: ellos mismos deberán considerar que están en una vocación santa y perfecta, en razón de sus votos, de sus obras y por el fin de sus obras, y serán guiados por el amor y no por el miedo”. El Hermano Arnaud Gaye abre el camino de los hermanos.

Él también, Arnaud, el pastor de Rieulhès (barrio de Saint-Pé-de-Bigorre), es atraído por el P. Guimon. En 1840, éste predicaba en Peyrouse, cerca de Lourdes. En el confesionario, ese joven de 25 años manifiesta su deseo vocacional; el padre, precipitadamente, responde: “Vamos a ver más tarde”. Pocos días después, el hombre, decidido, vuelve a la carga; el misionero le dice: “En Betharram buscamos hermanos. Va a ser igual a nosotros, mismo pan, mismo vino, misma carne; nada de diferencias entre nosotros…” y, con picardía agrega: “Si es glotón, no venga: perdería, porque tendría todo a su alcance”.

Entre los parientes de Arnaud, todos se oponen; los mejor intencionados le propusieron que fuera a Garaison o a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Él tomó su decisión: “La idea de Betharram, la idea de asociarme a los buenos Padres de Betharram me atrae de corazón”. Y fue a Betharram. Encontró allí al P. Chirou, siempre cordial, pero incapaz de decidir. El pastor sigue camino hasta Igon y encuentra allí al P. Garicoits; Éste lo manda de vuelta a hablar con el P. Guimon, visto que ya había hablado con él.

¿Se desanimaría Arnaud? Se enrola en el ejército. Renuncia en seguida a esa carrera… el 24 de marzo de 1840, está a la puerta del Superior de Betharram. El P. Garicoits tiene sólo una pregunta: ¿Qué hacer con un muchacho con semejante trayectoria? En primer lugar, que estudie; fue alumno de la Escuela de Nuestra Señora. Cuando faltaba un celador, su edad le permitía reemplazarlo. Después, resulta que el sacristán se fue: con una sotana y una sobrepelliz, Arnaud puede ejercer ese oficio. Después el encargado de la ropería y el del comedor se van: Arnaud los reemplaza muy bien. Salvo que, por correr a todas partes, el Jueves Santo se olvidó de apagar las velas, después de la ceremonia… Y una vez la mesa no estuvo preparada a la hora de la comida y el P. Perguilhem, siempre preciso, tuvo que esperar… Peor aún: el P. Bellocq, con el reloj en la mano, le reprochaba cualquier atraso.

Las ovejas eran más pacientes. “¡Estaba tan feliz con mi rebaño!” decía. Hasta la Hna. Marta, de Igon, se daba cuenta de que le estaban pidiendo demasiado; le habló al P. Garicoits: “Hay que ayudar a ese hermano; aunque tuviera cuatro manos y cuatro piernas, no podría cumplir con todo”. Al final, desanimado, él mismo se decidió a abandonar: “Tengo demasiado trabajo”. El superior le respondió: “¿Qué quiere? Yo también tengo mucho trabajo, dos veces más de lo que puedo hacer. ¡Paciencia! Se hace lo que se puede; Dios no va a pedirle cuenta de lo que no pudo hacer. Además, usted tiene su edad… usted sabe que Dios lo quiere aquí. Por otro lado, yo me quedaría solo, si todos se fueran. Tendría que buscarme un criado…” Y Arnaud se quedó, hasta el final.

Cuando murió, en 1894, el P. Etchécopar cita el testimonio de un extraño: “”¿quién es ese hermano? Sólo verlo me hace bien; tiene una cara de santo”. Y él mismo agrega: “Creo que decía la verdad; porque, por mi parte, había tenido muchas veces la misma impresión; y, hace sólo unos días, al ver a este valioso hermano de pie, a la obra, observando la Regla con precisión, como cuando estaba en plena salud, siempre igual, no obstante sus piernas hinchadas, casi sin dormir y sin comer, siempre ocupado, siempre incansable, siempre sereno, me sentía conmovido y bendecía a Dios, interiormente, a la vista de ese coraje tan manso, tan antiguo y tan joven a la vez”.

Siguiendo al Hno. Arnaud, entre 1843 y 1844, muchas otras vocaciones siguieron. Ellos, los hermanos, eran la alegría de Miguel Garicoits: los amaba particularmente. Hasta iba a verlos en sus lugares de trabajo. Si alguno le preguntaba el motivo de su visita, obtenían como respuesta: “Por el placer de verte”.

Seguramente, los hermanos constituían “esa parte del edificio a la que el fundador daba tanta importancia” (P. Etchécopar) Los hermanos, presentes al lado de padres, aún silenciosos, contribuyeron, simplemente por estar y por su vida simple, a vencer las resistencias de Mons. Lacroix: hicieron posible la existencia de una verdadera vida religiosa.

Miguel Garicoïts indicó su lugar:

“Hacen falta hermanos para los padres de la comunidad (…) Los hermanos participan de todo lo que hay de más elevado en la comunidad, del mismo sacerdocio. Son los brazos, los pies del sacerdote. Tendrán, entonces, si quieren, la parte más grande en los frutos de la predicación (…) Es así como hay que ver las cosas. Hay que ejercer, en el marco estrecho de la propia función, la inmensidad de la caridad. Pero, si las ideas fueran tan estrechas como el cuarto donde trabajan, y los sentimientos tan bajos como la mesa de trabajo, entonces sería mejor que le colgaran una piedra de molino al cuello y que los arrojaran al mar“.

A lo largo de la historia de la congregación, los hermanos están presentes. Aún hoy, bajo todos los cielos, son para sus hermanos sacerdotes el recuerdo viviente de su identidad como religiosos. Después del Capítulo General de 2011, el título de la familia religiosa es “Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram”; aunque se trate de un “instituto clerical”, se compone de “religiosos, sacerdotes y hermanos” (cfr RdV nº 1).

La verdad obliga a reconocer que los hermanos no tuvieron siempre por igual el mismo pan, el mismo vino y la misma carne que los padres: desgraciadamente, hubo diferencias. En el Instituto, algunos libros –como Un Maestro espiritual – ni mencionan la existencia de los hermanos… y sin embargo: cuando dos jóvenes bearneses de Hours, hermanos de sangre, se presentaron en Betharram, uno para ser sacerdote, otro para trabajar como criado, los dos se hicieron religiosos: uno, hermano Leopold Duvignau, fallecido en 1986 en América Latina; el otro, Pierre Duvignau, fallecido en Betharram en 1995; sin embargo el mayor, autor de “Un Maestro Espiritual”, como pudo olvidarse de su hermano, Hno. Leopold…

“Les hacen falta hermanos a los padres de la comunidad”, hoy como antes… “Sean pequeños, sumisos, contentos y constantes; y Dios los va a bendecir”, dice hoy Miguel Garicoits, como lo escribía el 21 de agosto de 1861 al Hno. Joannès…

Beñat Oyhénart scj

Los 11 episodios de “Los primeros compañeros de San Miguel Garicoits” ahora están disponibles en un único adjunto pdf en la sección Multimedia<Biblioteca sobre el sitio de la congregación www.betharram.net

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