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14/12/2016

Spiritualidad betharramita

La Navidad del Señor

Spiritualidad betharramita

En nuestras miserias surge la vida...

Desde el comienzo del tiempo de Adviento, las calles de Belén comienzan ya a ser iluminadas con guirnaldas y luces. En la gran plaza de la Natividad un árbol de Navidad enorme ya está instalado; cada tarde peregrinos, turistas, habitantes de Palestina y de Israel, sean musulmanes o cristianos, no permanecen al margen del acontecimiento que se aproxima. La atmósfera anuncia ya que se va a cumplir aquí, en Belén una noticia, una buena noticia tan esperada y que será alegría de multitudes. Sin embargo no es posible quedar indiferente frente a la pobreza y a la sencillez del lugar. En Belén, hoy una pequeña ciudad con mayoría musulmana, los cristianos son una minoría, pero una minoría que tiene un lugar importante y apreciada. Por otro lado, la celebración de Navidad convoca a todos los habitantes de Belén, así como personas que vienen de ciudades lejanas, sin olvidar a los peregrinos que acuden al lugar de la Natividad para ser testigos de un acontecimiento único y universal.

¡Qué lindo admirar la presencia y el fervor de todas esas personas que vienen para celebrar el nacimiento de aquel que nos trae la paz, aquel que viene a estar en medio de nosotros. En ese lugar sobrio que no tiene nada de extraordinario ni de grandioso, Dios nació. Nuestro Señor se hizo carne. Su nacimiento nos muestra cuánto precio tenemos a sus ojos. Dios podría habernos salvado desde su grandeza o desde su trono celestial, pero no: él vino a nosotros. Baja hasta nosotros para compartir nuestra pobreza, nuestra miseria, la realidad de nuestra existencia. Este completo abajamiento nos recuerda que desde ese momento nuestra humanidad está llamada a entrar en comunión con su creador. Dios mismo viene al encuentro con su criatura para comunicarle su Ser y su vida. Viene a nosotros para vivir con nosotros para hacernos hombres y mujeres de vida. El pueblo de Israel estaba sumido en la incertidumbre, a la espera de ver surgir para él un nuevo sol, un sol de justicia y de paz; y de pronto, se cumple y se realiza la palabra anunciada por los profetas “un ramo nacerá del tronco de Jesé, un brote saldrá de sus raíces” (Is 11,2). La navidad de Nuestro Señor nos muestra la nueva esperanza que se nos da. Es una vida nueva que se inaugura, la humanidad ya no está condenada a la perdición. Dios la levanta para divinizarla y hacerla digna. En nuestra pobre, débil y limitada humanidad Dios habita para hacer nacer la vida.

En Navidad el pobre recibe en su casa al Hijo de Dios que vive con él su miseria y hace nacer de su desesperación y de su llanto un día nuevo y una esperanza nueva. Nos trae la luz de la Navidad. Dios se hace pobre para enriquecernos. Enriquecernos con su vida y con su amor. Un himno navideño dice así: “Los que andaban en las tinieblas vieron iluminarse su noche y sobre los pueblos angustiados una luz resplandeció”. El nacimiento del Mesías salvador es la buena noticia que nos sacó de nuestra angustia, de nuestro miedo, de nuestra duda y de nuestra fatalidad. Sí, la vida es posible, la vida puede nacer y recomenzar. Desde ahora los caminos de la vida están abiertos para nosotros. Dios está allí, la vida está allí, el amor está allí. Y esta vida, él la construye con nosotros día a día y tenemos que creer en ella, Sí, no podemos celebrar la Navidad de Nuestro Señor y no creer en la vida. La Encarnación nos dice que desde ahora nuestra humanidad está regenerada y revivida. Aquel que nació entre nosotros hace de nosotros personas de pie, personas vivas. Estamos invitados a abrir los ojos de nuestro corazón para que brille siempre aquel que es la luz del mundo. Celebrar la Navidad es celebrar la alegría, la vida, el amor de Dios entre los hombres. Miguel Garicoits contempló ese lindo misterio de fe. Contempló a Dios que desciende en la humanidad pobre y pecadora para reconciliarla con él: “El Verbo encarnado, es un Dios anonadado y entregado. Desde el seno de su Padre al seno de María ¡qué paso! Deja ese Cielo animado para ir al más vil al más desagradable de los mundos, un establo… Señor mío, ¡qué gracia extraordinaria tuviste que conceder a la Virgen Santa, que te recibió tan bien y te hospedó durante nueve meses con tanto amor, sin perder la virginidad!” (DS 5)


Que la celebración de Navidad sea para nosotros fuente de esperanza y de vida nueva.

Jean-Paul Kissi Ayo scj

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