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16/11/2015

La Palabra del Superior General

Hagan todo en nombre del Señor (Col. 3, 17)

La Palabra del Superior General

Participando de un encuentro de docentes cristianos en el Paraguay, se leyó la carta 258 de San Miguel Garicoits y me llamó la atención esta frase: “Unirte lo más posible a Dios y a Nuestro Señor, ya sea en la oración, ya sea en todas tus acciones, para obtener de la fuente de todo bien una amplia participación en sus dones y en sus gracias, para ti y para los tuyos, y mucha fuerza y eficacia para todos los medios que empleen en la ayuda a esas pobres pero buenas almas”.

Con gran prudencia y sabiduría habla San Miguel de mantener la unión con Dios y con Cristo tanto con la oración como con la acción. Es muy común y muy peligroso separar los momentos de oración del resto de la vida y reducir nuestra vida cristiana a la oración, haciendo de las actividades de la vida un apéndice que no se guía por lo experimentado en la oración sino por diferentes criterios que un relativismo práctico nos va ofreciendo.

La vida cristiana se fundamenta en la persona de Jesús, que es el Dios hecho hombre, que pasó por el mundo haciendo el bien, que entregó su vida en la Cruz y a quien el Padre, con quien estaba unido en los momentos de oración y las actividades de su misión, resucitó de entre los muertos para salvarnos y hacernos partícipes de una vida nueva. A los que creemos en Jesús, ninguna realidad humana nos resulta extraña, él asumió nuestra humanidad y en ella lo encontramos y nos unimos a él.

Una fe madura es la de aquella persona que empieza por la aceptación de sí mismo, con todas sus capacidades, don de Dios, para servir con ellas a los demás y con todas las limitaciones y pecados para no creerse superior a nadie y necesitar del perdón de Dios y de los dones de los demás para ser mejor.

Una fe madura es la de aquella persona que acepta a las personas que conviven en una determinada situación, con mucho realismo. Acepta las influencias de sus cualidades, asume sus defectos como desafíos que le piden la donación de lo mejor de sí mismo, sin reservarse nada, eso es el amor; y soporta con caridad y parresía la Cruz, los problemas que no tienen solución.

Una fe madura es la de aquella persona que ama la sociedad donde vive, sin lamentarse de la violencia, de los flagelos de la guerra y de la droga, o la generalización de las familias divididas. No piensa que el mundo en que vivimos es la época peor de la historia, sabe descubrir en los signos de los tiempos, los signos de Dios, que ama y sigue trabajando por el bien de los hombres concretos de nuestro tiempo. Pensar que en otra época, en otra circunstancia, en otra familia, en otra comunidad, en otro colegio… viviría mejor, es una ilusión. Es aquí donde me encuentro que tiene que darse el ejercicio del discernimiento de la Voluntad de Dios, en medio de muchas posibilidades reales y en medio de muchas ilusiones. ¡Espíritu Santo, inspírame!

Una fe madura es la de aquella persona que, consciente de sus límites, se entrega con total responsabilidad a realizar bien su trabajo, con magnanimidad, haciendo lo mejor que puede. Es allí, sobre todo, donde Dios le pide que aporte a mejorar a las personas y a ir gestando un mundo nuevo.

De esa manera, el discípulo-misionero de Jesús cumple la voluntad de Dios en la tierra, como se está cumpliendo en el cielo: “realizando la caridad que no tiene límites, porque es un don de Dios, en los límites de la posición”.

De esa manera, en esa circunstancia, en esa posición, dentro de esos límites, tiene que descubrir en el rostro de cada hermano necesitado, el rostro de Cristo (Mt. 25). Allí está llamado por el Señor a tocar la carne sufriente del hermano herido para curarlo con “el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.

Otra cita de San Miguel Garicoits que encontré en el muro de Facebook de Diego Barbé, que cada día pone un pensamiento de nuestro santo Padre Fundador: La perfección consiste en hacer bien las acciones ordinarias, en realizar bien todas las actividades de su oficio. Se dice a menudo: “Si estuviera en tal situación, en tal casa, con tal superior, en tal clase… avanzaría, aprovecharía y sería un santo”. Ilusión. Haced bien todas las actividades cotidianas: barrer, hacer la vajilla, dedicarse a los servicios más humildes que nos confían. Es lo que Dios les pide y cuyo cumplimiento los hará santos, su voluntad es nuestra santificación." (DS § 271)

La oración es muy importante en la vida de un discípulo-misionero. Tendría que encuadrar el día. Por la mañana la meditación de la Palabra de Dios, propuesta por la Iglesia para ese día (Lectura continuada). A la noche, el examen de conciencia para descubrir la presencia y la acción de Dios en su vida a la luz de la misma Palabra para agradecer, alabar, bendecir por los dones recibidos y pedir perdón porque ha faltado coraje para poner en práctica algunos aspectos de esa Palabra. Entre esos dos momentos de oración, se desarrollan las actividades del oficio o de la profesión que son por sí mismas una alabanza Dios y un servicio a los hombres. Si en algún momento podemos hacerlo consciente con un pequeño pensamiento dirigido a Dios, mucho mejor.

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General

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