La Palabra del Superior General

San Miguel Garicoits nos dice que “nuestro Señor tenía un espíritu de mansedumbre, de humildad y de entrega, no para castigar y confundir, sino para atraer a la penitencia y a su imitación” (M.323, MS. 203). Eso nos ayuda a conocer y vivir mejor el Evangelio, que él llegó a comprender tan bien. Jesús llama a la penitencia y a ser y vivir como él. Que vivamos como hijos en el Hijo, del amor del Padre.

Jesús describe muy bien su misión al leer Is. 61, 1-2 en la sinagoga de Nazaret y al comentar: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír” (Lc. 4, 16-24). Jesús ha sido consagrado por el Espíritu y enviado por el Padre para llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Se trata de salir a encontrar a las personas, conocer sus necesidades, sus dramas o sus heridas y aportarles consuelo, sentido, curación y alegría. Se trata de restaurar la situación de las personas haciéndoles conocer el amor que Dios les tiene. Esto es lo que hace Jesús siempre en el evangelio, y produce en ellas un efecto consolador, que es la salvación. La parábola del buen samaritano presenta bien a Jesús realizando su misión con gran ternura.

También San Miguel Garicoits llegó a captar esa ternura que caracteriza su misión: “¿Qué nos predica Nuestro Señor? La ternura en todo momento: en la Encarnación, la Santa Infancia, la Pasión, en el Sangrado Corazón, en toda su persona exterior e interior, en sus palabras, en sus miradas… ¿Cuál debe ser el principal carácter de nuestra vida espiritual? La ternura cristiana. Sin esa ternura no podríamos poseer nunca ese espíritu de generosidad con el que tenemos que servir a Dios. Es necesaria tanto para nuestra vida interior y nuestra relación con Dios así como en nuestra vida exterior y nuestra relación con los hombres” (MS 200)

El primer rasgo de Jesús es dejarse impactar por la situación de las personas, siente compasión por la multitud, por el sufrimiento de la madre del joven muerto de Naín, por el buen ladrón. No es indiferente ante el sufrimiento de las personas, se conmueve.

El segundo rasgo es acercarse, aproximarse, para encontrarse con las personas en su realidad existencial, sin miedo a contagiarse: La Samaritana, Zaqueo, los pescadores Pedro, Andrés, Santiago y Juan, Mateo el publicano, Nicodemo, el joven rico, el leproso, los amigos de Betania, el paralítico, el ciego de nacimiento, el endemoniado de Gerasa, Jairo,…

El tercero es el encuentro. Como dice el Papa en Evangelii gaudium, 87, 171, 220, 239), encontrarse es dejar que las dos vidas dialoguen, se influyan, se comuniquen, se pasen cada una algo de sí para enriquecer a la otra. Así, cada una se siente valorada por la otra.

El cuarto el consuelo. Es el resultado del encuentro. Jesús a veces consuela curando una enfermedad o liberando a la persona del demonio, como al ciego de nacimiento. Otras veces consuela haciendo entender que uno está encerrado sobre sí mismo y que si se abre confiando en los demás y en Dios todo puede ser distinto, como a Pedro. Otras veces consuela perdonando los pecados como a Magdalena. Otras veces consuela haciendo arder el corazón de los oyentes con su Palabra de fuego, como a los discípulos de Emaús. Consolar es mucho más que curar, consolar es descubrir que la vida tiene sentido porque Dios me ama, aunque todo parezca contra mí. Si se consigue consolar a un enfermo, se le ayuda a soportar el sufrimiento de su enfermedad, y esto es ya , aliviar el dolor del corazón para poder aliviar el dolor del cuerpo.

Consuela también con lo que dice: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad…!” (Mc. 1, 27), el sermón de la montaña, las parábolas, el sermón eclesiológico,

El quinto es el cambio de orientación que provoca en la vida de la persona encontrada que queda consolada, plenificada, entusiasmada, comprometida y feliz: experimenta la salvación. La persona así consolada vive y actúa con una nueva mentalidad, con una vida nueva, porque se siente una persona nueva.

Este resultado curativo y consolante del encuentro con Jesús es la experiencia de salvación que tienen las personas. Es una experiencia que las marca tanto que se sienten atraídas por él (Mt. 14, 13-14; 15, 32; 18, 16-18; Jn. 6, 1-2). Es lo que hace que consideren a Jesús como la vida, la verdad, el camino, la luz del mundo, el pan de vida, el esposo, la resurrección y el agua viva.

El contenido de la predicación de Jesús es el Reino de Dios: A partir del encuentro de las personas con él y el cambio que se produce en ellas al sentirse tocadas por la experiencia del amor de Dios, se va generando una nueva manera de vivir las relaciones humanas para que en vez de ser hirientes se hagan humanizadoras, en vez de ver en cada persona un adversario o un competidor, seamos capaces de ver un hermano: dependientes de Dios, como hijos porque nos ama; iguales a los demás como hermanos de todos porque Dios los ama, señores de las cosas pero “en tanto en cuanto” nos humanizan, porque son dones de Dios para todos los que ama.

Y este es el secreto del Reino: Hay que perder la vida para encontrarla, no hay que conservarla a cualquier precio o para cualquier cosa. Hay que servir, amar hasta a los enemigos, perdonar, dar la vida. El primero tiene que ser el servidor de todos. El que se humilla será ensalzado. Por eso, de la predicación sobre el Reino de Dios, Jesús pasa a mostrar con su humillación la realización del Reino de Dios, porque es la oportunidad que el Padre tiene de salvar a la humanidad por la entrega de su vida en la cruz como expresión del amor más grande para con el Padre y para con los hombres. Jesús, su vida, su pasión, su muerte y su resurrección es la Buena noticia, porque su persona, su vida y su misterio Pascual revelan el amor que tiene el Padre por cada una de las personas.

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General