El 150° aniversário

El 6 de Julio de 1947, Miguel Garicoits y Elizabeth Bichier des Ages fueron proclamados santos por Pío XII en una solemne ceremonia. Al día siguiente, el 7 de julio, el Soberano Pontífice explicaba a los peregrinos el fundamento y las notas características de su sublime santidad.

Al comienzo de este nuevo año, con un renovado entusiasmo y fervor, releemos, en las palabras mismas del Papa Pío XII, lo que hizo de nuestro fundador un Santo, sin dejar de meditar sobre las recomendaciones que dirigía a sus hijos espirituales, al final de su panegírico.

Más de una vez, celebrando a los elegidos que teníamos la gracia de elevar a la gloria de los altares, tuvimos el placer de hacer admirar, en las diferentes fisionomías, la riqueza del colorido de Dios, de esta multiformis gratia (1 Pedro 4,10) que proyectando en la frente de cada uno de ellos, como el prisma en una pantalla, uno de los reflejos con variables colores de la única e infinita luz increpada, produce, en conjunto, una imagen, seguramente muy pálida, pero maravillosamente hermosa, de la que es llamada por excelencia “espejo de justicia”, porque en ella misma refleja el esplendor de su Hijo que es, en sí mismo, “candor lucís aeternae et speculum sine macula” (Sab 7, 26).

Es que, si todas las virtudes - y todas practicadas en grado heroico - tienen que figurar en la diadema con la que la Iglesia corona a los bienaventurados; el carácter, el temperamento de cada uno, los acontecimientos o las circunstancias de sus vidas, ponen más o menos de relieve y en evidencia alguna de las joyas que hacen resaltar su esplendor.

Perfiles de los santos

Notamos esta diversidad entre los santos, cuando comparamos entre ellos a los dos sacerdotes cuya vida estuvo tan estrechamente entrelazada a la de Santa Isabel Bichier des Ages. Uno compartió con ella los honores de la solemnidad de ayer; el otro los precedió, en eso de varios años. Es imposible disociar este triple recuerdo.

Ahora bien, al estudiar la figura de Miguel Garicoits, su historia y su psicología, se tiene la impresión de estar frente a uno de esos aguafuertes que, por los trazos grabados con una clara definición en el cobre, por los contrastes que oponen la claridad de las luces a la profundidad de las sombras, definen claramente la fisionomía decidida de un carácter vigoroso. (...)

La figura de Miguel Garicoits

¡Los Pirineos! Allí entra en escena Miguel Garicoits. Este gran santo, tan diferente en el orden natural de Andrés Fournet, sería, después de su muerte y en el futuro, un segundo padre para las Hijas de la Cruz. Según él, debía todo a la madre de ellas: “Al ver, decía, la santidad de esta alma escogida, su vida religiosa, su pobreza, me sentí impulsado a reflexionar sobre mí mismo… ¿Dónde estaría sin ella? porque… fue a ella, después de Dios, a quien debo lo poco que soy; sí, les digo, fue ella quien me convirtió”. E incluso declaraba a quien quería escucharlo que había sido ella también quien “había hecho todo en la fundación de la Congregación de los Padres del Sagrado Corazón de Betharram, de la que fue el primer Superior General”. Tengamos en cuenta la modestia; los santos son excelentes en atribuirse recíprocamente el mérito de sus virtudes y de sus obras.

Sea como fuere, Miguel Garicoits, hombre de una sola pieza, no hacía nada a medias. Si es verdad que la vista de la pobreza de la noble Elizabeth Bichier des Ages convirtió “al joven vicario que, después de haber vivido muy pobremente… calzaba zapatos elegantes en vez de los zuecos de pastor”, no demorará mucho en igualar a su modelo, o hasta superarlo; y las sotanas del santo serán tan legendarias como los vestidos de la santa.

“De forti dulcedo”

Con la pobreza, comprendida y amada, recibió su inseparable cortejo de humildad, mortificación, abnegación, celo, caridad y se impregnó al mismo tiempo de tanta bondad que se podría muy bien aplicarle el “de forte… dulcedo” (Jc 14, 14). De su corazón en miles de detalles de su vida, de sus labios en sus conferencias y conversaciones espirituales, de su pluma en sus cartas, brotan, como de un volcán en incesante erupción, explosiones de llamaradas chispeantes de toda virtud. Desborde espontáneo, sin embargo insuficiente para derramar el exceso de caridad cuya presión hará estallar su corazón incapaz de contenerla. Es esa necesidad de superarse a sí mismo que, además de hacerlo fundador de una familia religiosa, lo hace también amigo apasionado y entregado a todos los demás. Allí donde otros, menos grandes, vería competidores, él ve hermanos y, más aun, apóstoles, de los cuales ambiciona él mismo ser un cooperador humilde. Recibió a los capuchinos huidos de España; presta su colaboración a la congregación naciente de los Misioneros de la Inmaculada Concepción; ayuda a los Jesuitas a establecerse en Pau con una alegría solícita; hace lo que puede para facilitar la vuelta de los premostratenses; colabora con la fundación de Nuestra Señora del Refugio del P. Cestac; se entrega a la dirección espiritual de las Carmelitas, de las Ursulinas, de las Dominicas y, especialmente, de las Hijas de la Cruz.

Maravillosa actividad de su celo

No le faltaron obras personales: la formación y el gobierno de su Congregación de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús, el santuario y el Calvario de Betharram, la creación y la dirección de los colegios, orfanatos agrícolas e industriales, el reclutamiento de los Hermanos coadjutores. La región de los Pirineos, donde hay tanto que hacer y donde tanto hizo, no le impide responder a la propuesta de una exigente misión en Argentina y después en Uruguay.

Y, ¡si se hubiese conformado con concebir, crear y lanzar! Pero se hacía presente y actuaba en todas partes, sea con visitas, sea con su correspondencia de una extraordinaria multiplicidad y, al mismo tiempo, tan preciosa, tan llena de sentido común, tan cordial y tan inflamada de ardor sobrenatural, que no se entiende como un sólo hombre pudo encarar tanta actividad.

Glorificación suprema

La Providencia que, al ocaso de la vida de Isabel, en la brillante aurora de la vida apostólica de Miguel Garicoits, acercó a esos dos santos y garantizando por su mutua ayuda la solidez y la eficacia de sus obras respectivas, quiso legitimar su encuentro en la tierra con su encuentro en la glorificación suprema.

Maravillados por la plenitud que hace semejante esas dos existencias tan diferentes, el mundo superficial preguntará por qué milagro se pudo reconciliar la extensión sin límites y la profundidad insondable de su actividad externa con el recogimiento interior de su vida eminentemente espiritual y contemplativa. ¿Quién habla de reconciliar? ¿Una reconciliación entre las llamas del celo de los dos que propaga alrededor el incendio y la hoguera de la caridad que lo encendió? ¿entre la claridad que se irradia alrededor de ellos y la luz infinita de la cual son el reflejo?

Exhortación paterna

¡Qué lección para ustedes, mis queridos hijos, Sacerdotes del Sagrado Corazón, queridas Hijas de la Cruz! Sale de los labios amados de los dos santos a los que unos y otras deben tanto. Que el celo de ustedes, como el de ellos, sea ardiente y actuando, conquistando, se vaya adaptando a las necesidades de cada época, pero alimentándose siempre en la fuente viva. Manténgase sordos a las tentaciones de sacrificar su vida religiosa y su santificación personal al apostolado. Sería como arrancar del árbol flores abiertas para hacer un ramillete y después pretender sacar flores de las ramas despojadas.

A sus enseñanza, a sus ejemplos se agrega el poder de su intercesión. Con confianza, la invocamos para ustedes, dándo nuestra a ustedes y a todos aquellos y aquellas que ustedes representan aquí, a todos aquellos y aquellas con los que o a quienes ustedes se entregan, a sus familias y a todos sus seres queridos, Nuestra Bendición Apostólica.