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14/04/2014

Narratio Fidei del Hno. Angelo Sala scj

Superior de la comunidad de Bouar-San Miguel Garicoits en Centrafrica

Hno Angelo sala scj

“Dios amó tanto al mundo que le envió a su Hijo unigénito, para que todos los que cren en él no mueran, sino que tengan vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. (Jn 3, 16-17)

“La idea de creador, ¿no implica la de padre? La creación es más bien un acto de amor que un acto de poder y sabiduría... Sí, Dios es nuestro padre, y cuanto la paternidad terrestre ofrece de más tierno y amable, es sólo pálida imagen de la suavidad y dulzura de nuestro Padre que está en los cielos…” (MS)

“A todo digamos sí, y estemos contentos. Dígalo también en los momentos de sequedad, de pena y de miseria, cualesquiera que sean; y, en las tentaciones, conténtese con lanzar una mirada de confianza y de amor al Corazón de Jesús, sin mirarlos ni combatirlos directamente. Finalmente, modérese e, incluso, calme los deseos de perfección; y que en su corazón, tiernamente unido al Corazón del buen Maestro, todo sea tranquilo y apacible.” (Corrisp. carta n. 4)

 

«Dios amó tanto al mundo que le envió a su Hijo unigénito, para que todos los que cren en él no mueran, sino que tengan vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él».

Este texto del Evangelio que me fue propuesto para mi narratio fidei me parece muy actual por lo que estoy viviendo en el País en el que estoy.

Al vivir mi misión en una nación en la que, a causa de los acontecimientos políticos, reina el odio, la venganza, la violencia, estos versículos del Evangelio de Juan me parecen centrales para lo que estoy tratando de comprender y para descubrir qué estoy llamado a vivir como religioso.

En este momento, más que nunca, me siento provocado a una toma de posición valiente en la situación apremiante que estoy viviendo, tratando de dar significado a lo que creo y que estoy realizando en el lugar donde me encuentro.

En esta nueva experiencia, me siento llamado más que nunca a vivir el ideal del evangelio: un encuentro profundo con Cristo que, sea por el tiempo disponible, sea por la dificultad de entrar en una comunión profunda, es difícil vivir. Mi opción de vida implica un compromiso de querer lo que tengo que hacer cada día, y este hacer lo que tengo que hacer, y hacerlo con el espíritu que San Miguel se propuso, es decir, en unión, lo más posible, con Dios en la oración para conseguir la fuente de todo bien y la más amplia participación en sus gracias. Redoblar de celo hacia el prójimo y hacia la comunidad, ser bondadoso con todos, sin rigidez, sin severidad fuera de lugar, con fuerza de ánimo, vigilancia y solicitud en comenzar las cosas y con vigor para llevarlas a cabo (DS).

Vivir según este ideal implica confrontarme con coraje y todos los días con mi comunidad y con laicos y religiosas que trabajan conmigo en el Centro de asistencia a los enfermos de SIDA.

El evangelista Juan me lleva a reflexionar sobre este gran amor de Dios al hombre y al mundo, hasta dar lo que le es más querido? Su propio Hijo Unigénito.

Dios ama al hombre desde toda la eternidad y este amor que, como hombre, he recibido siento que tengo que darlo a los demás.

Aceptar el don inmenso del amor es sentir que no puedes ya vivir sin Aquel que te amó primero, es sentirme pobre y necesitado de su misericordia.

La fidelidad a este amor recibido como don, me permite encontrarle sentido a la vida y no cansarme nunca de agradecer a Dios, por medio de la escucha de la Palabra y de las obras. Tiene que ser un amor que me impulsa a amar a las personas que encuentro, hacerles bien, sufrir con ellas.

Si Dios ama al mundo desde la eternidad, Está siempre cerca del hombre, haga lo que haga, aunque ignore su existencia, porque el amor de Dios para el hombre, es sin reservas.

Estar llamado a vivir este ideal, por medio de mi profesión religiosa, compromete todo mi ser especialmente a vivirlo no por necesidad, sino libre y gratuitamente, sin ningún interés.

Tiene que ser, más que nada, un amor fiel, es decir, un amor que no disminuye, no cambia, que surge del corazón y busca sólo el bien de la persona que encuentro cada día en mi misión.

Tiene que ser un amor creativo, especialmente generoso en perdonar, aunque cueste; un amor que no tiene que ser sólo palabras, sino una vida entregada a las personas que encuentras, que amas y respetas de manera que ellas puedan gozar de ese mismo amor.

Todo esto pasa por la persona de Cristo en la encarnación, en el Calvario, en la Eucaristía. Para recibir y dar este don de Dios tengo que liberarme de todo; sólo así puedo estar libre para amar y hacer todo, consciente de ser un simple siervo, consciente de que “las cruces son inevitables y nosotros, hermanos y padres misioneros, tenemos que predicar, con nuestras palabras y nuestros actos predicar el deber de llevarlas con amor” (DS).

Seguir este camino no es fácil, no faltan los fracasos. Esto exige un confrontarse continuamente conmigo mismo, con los hermanos y con todas las personas con quienes colaboro y trato de testimoniar mi opción de religioso betharramita.

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