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15/02/2017

La Palabra del Superior General

La experiencia de la vocación

La Palabra del Superior General

El Papa Francisco cuestiona mucho que algunos religiosos y sacerdotes se consideren funcionarios, guardianes y controladores de los sagrados misterios en vez de ser humildes servidores de la gente con alegría, pasión y espíritu misionero. Estos sacerdotes o religiosos se caracterizarían más por las actividades que realizan, que por la experiencia interior de la vocación, que no se refleja en ellas. Estos sacerdotes o religiosos no son capaces de revelar en las numerosas acciones que realizan, el misterio del encuentro con el amor de Dios, en la persona de Jesús, que es el núcleo de toda la vida interior y exterior de un consagrado. No se percibe en toda su actividad externa la experiencia interior que ha dado una orientación nueva y una motivación fuerte a su vida. Esta experiencia, si se ha tenido de verdad, es tan fuerte que se manifiesta en actitudes, palabras y acciones exteriores caracterizadas por la alegría, la pasión en la misión. Estas características hacen que la vida del sacerdote o religioso sea provocadora: capaz de remover interiormente a las personas con las que entra en contacto.

Y es que las actividades que realiza un sacerdote o un religioso deben estar motivadas por esa experiencia espiritual que es la vocación. Antes que nada y como motivador de todo, la vocación es la experiencia de un encuentro con la persona de Jesús. Encuentro que comenzó siendo la provocación de una palabra, de una acción, de una actitud, de una relación, que me inquietó, antes que a otros a mí, en lo más profundo de mi ser: una llamada que exige una respuesta, y no me deja tranquilo hasta que no la doy con las mismas características, aunque no tenga la misma proporción. Dios me ama con un amor que no tiene límites, yo le respondo con la entrega de toda mi vida que vale muchísimo menos, pero es todo de lo que dispongo. El encuentro se produjo cuando identifiqué que esa provocación venía de Dios que me mostraba que me amaba infinitamente y conseguí darle como respuesta el ínfimo amor con el que yo podía contar. Esta experiencia necesita de un acompañamiento que me ayude a aprender a identificar yo mismo los signos que revelan que el llamado procede realmente de Dios y no es un ilusión o invento mío.

La nueva Ratio fundamentalis instituciones sacerdotalis (Edit. San Pablo, Madrid 2016) insiste mucho sobre la prioridad del acompañamiento, por parte de los formadores (formador y director espiritual), a los jóvenes seminaristas, en el discernimiento de su experiencia vocacional. Insiste también en que los formadores sean claros, auténticos y firmes a la hora de detener el proceso vocacional de un joven cuando se está convencido de que no tiene signos verdaderos de vocación sacerdotal. La vocación sacerdotal, y también la religiosa, no es un derecho del bautizado. La Iglesia, después de comprobar la idoneidad vocacional de un bautizado, mediante el discernimiento, lo llama o no a las órdenes o a los votos.

Este acompañamiento a veces falta o no es siempre el adecuado por falta de regularidad, frecuencia y constancia y el resultado del discernimiento resulta a veces equivocado. Al avanzar en el camino de formación, la experiencia inicial, respuesta al llamado de Dios (encuentro vocacional) va eclipsándose hasta quedar tapada, por ejemplo, por la prioridad de los estudios que me darán prestigio; por conseguir un puesto de trabajo, aunque sea pastoral, que me asegura vivir cómodamente; por sentirme bien con la gente que me lleva poco a poco a apegarme a ella y negarme a cambiar de comunidad o de misión; porque el manejo de dinero en el ministerio encomendado ha ido acaparando el corazón del religioso que se va olvidando de aquella experiencia fascinante, y poco a poco, aunque sigue diciéndose sacerdote, se va mostrando más como un hombre de negocios.

Puede ser que un joven en formación tenga grandes heridas estructurales, de las que ni él mismo es consciente, pero que son un obstáculo para que su experiencia vocacional se clarifique, se despliegue, se plenifique y se convierta en experiencia fundante, que haga consistente su vida, hasta tal punto que las adversidades, en vez de ser una amenaza, sean una oportunidad de crecimiento y maduración. Estas heridas, a veces pueden llevar al religioso o sacerdote a no exteriorizar en su conducta lo que dice ser: un sacerdote o un consagrado. En ese caso se disfraza para esconder su fragilidad real, y si se muestra ante los demás, puede ser sin darse cuenta, no tanto desde la fuerza del misterio de su vocación, sino como un experto en Biblia, un maestro de lo sagrado, un promotor de devociones de moda que le gustan a la gente… Los datos estadísticos nos siguen señalando con preocupación que continúan los abandonos vocacionales en la vida religiosa y sacerdotal… se trata de un goteo constante y persistente que tiene su significatividad numérica, dado el escaso número de vocaciones en algunos países… (Se aducen) una gran variedad de causas… Entre todas las causas, no he visto nunca reflejada la que para mí tiene una influencia decisiva, por su incidencia, en todos los procesos vocacionales y, de un modo particular, en el proceso de fidelidad vocacional. Me refiero a la experiencia de la llamada vocacional; dicho de otro modo: a la conciencia de llamada vocacional. Sin ella, sin la conciencia de la llamada vocacional, sin la conciencia de sentirse llamado, no existe de hecho la vocación ni es posible iniciar el proceso formativo ni tampoco es viable mantener la fidelidad. Cuando la conciencia existe, la persona pone en marcha toda su vida y toda su personalidad al servicio del proyecto vocacional al que Dios le llama. Cuando desaparece o está debilitada, se da un proceso de pérdida de la experiencia vocacional primera y gran riesgo de pérdida de la vocación. Este es el caso de muchos de los que abandonan. Han perdido la ilusión primera derivada de la conciencia de la llamada vocacional. Sin ella no viven la vocación con entrega y servicio o al final, la abandonan. (Jesús María Palacios Alcántara: ¿(In)Consistentes?,Publicaciones Claretianas, Madrid 2016, pags. 42 - 43 )

Esta experiencia inicial de la vocación no termina el día que el joven entra al pre-postulantado o al noviciado; al contrario, tiene que ir creciendo y haciéndose cada vez más consistente y realista con las experiencias, las relaciones, los estudios y sobre todo el acompañamiento formativo, tanto inicial como permanente. Es esa experiencia vocacional, madura, integral, realista el fundamento de los votos perpetuos o de la ordenación sacerdotal. Es esa experiencia que con los votos perpetuos o la ordenación se hace efectiva y operativa. Es esa experiencia vocacional madura la que hace del religioso un testigo alegre del amor de Dios y un buscador incansable de las personas, sobre todo de las más heridas para consolarlas, curarlas, darles dignidad comunicándoles que Dios las ama y que también ellas pueden amarlo: “la misma felicidad”.

Gaspar Fernández Pérez scj
Superior General

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