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14/10/2016

La Palabra del Superior General

El camino de la Cruz gloriosa


Adiapodoumé, 14 de septiembre de 2016
Profesión perpetua de 
Armel, Valentin, Hermann y Marie-Paulin

Estamos celebrando hoy la Cruz gloriosa. La cruz, un instrumento de muerte, que Jesús, nuestro Maestro y Señor, ha transformado en un instrumento de vida. Con su muerte en la Cruz, Jesús ha dado a conocer el mayor amor: entregando su vida, el Padre lo ha resucitado y le ha dado la razón: el amor es más fuerte que la muerte. Al entregar su vida en la Cruz, Jesús ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho participar de la vida misma de Dios. El Viernes Santo, no se entendía nada de esto. Estaba escondido, pero es lo que realmente pasó. La Cruz gloriosa, es el lugar, donde la misericordia de Dios se manifiesta como su don sublime: “Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo” (Exultet, Vigilia Pascual).

Es precisamente el camino de la Cruz gloriosa lo que Jesús nos propone a todos. “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14,27). Es el camino del despojo, de la humildad, del olvido de sí, del servicio, de la responsabilidad, del perdón, del don de sí… Es el camino que libremente recorrió Jesús y que, a los ojos de los hombres, terminó en el fracaso de la Cruz. Para Dios, el Padre, no fue un fracaso, fue más bien un gran éxito: La Cruz gloriosa es el triunfo de Cristo y de su Reino. Porque el Padre, que conoce el secreto de las intenciones del Corazón de Jesús, lo ha premiado, no por su sacrificio voluntarista y sufriente, sino más bien, por el amor que mostró entregando su vida.

Hay otro camino, el camino que apunta a obtener el éxito personal en todo. Es el camino que consiste en presumir de todo lo que uno puede, de sus diplomas, de la facilidad de entablar relaciones para encontrar benefactores que, con sus regalos, me permitan sacar adelante mis proyectos personales, que van a hacer hablar de mi, por el poder que de esa manera voy a poder acumular... Se trata de un camino cuyo fin es el éxito y ya no hay que esperar nada de Dios. “Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.” (Mt. 6, 16), dice también Jesús.

Armel, Valentin, Hermann y Marie-Paulin, primero ante Dios y después ante esta comunidad cristiana de San Bernardo, presidida por Mons. Jean Salomón, obispo de Yopougon, elegís hoy comprometeros a vivir caminando por el sendero de la Cruz gloriosa.

Vuestra pobreza, como la de Jesús, “que no tenía donde reclinar su cabeza” (Lc. 9, 58), es un compromiso a no poseer nada como propio y vivir con una gran confianza en la Providencia, que no permitirá que les falte nada.

Vuestra castidad, como la de Jesús, es el compromiso a vivir un amor que no se limita a una familia, sino que nos hace ser “hermanos universales” de todos, en la comunidad y en la misión.

Vuestra obediencia, como la de Jesús con el Padre, es un compromiso a no tener grandes proyectos personales, sino a asumir como propios, los proyectos de la Congregación al servicio de la Iglesia. La eficacia de estos proyectos no se conocerá hasta que el Creador y Señor de todos y de todo no haya glorificado vuestras Cruces.

Vigilen y oren, porque las intenciones son buenas, pero la debilidad de nuestra naturaleza es muy grande (cf. Mc. 14, 38). Hoy más que nunca, la fidelidad al proyecto de la Cruz gloriosa es difícil en una sociedad que no propone más que un pensamiento único fundado sobre el prestigio, el bienestar y el poder, a los que no tienen acceso más que un pequeño número de personas, al precio de la sumisión y de la exclusión de la mayoría de los demás. Tendrán que enfrentarse siempre a tentaciones muy sutiles, propuestas mundanas que les parecerán más razonables que aquéllas más austeras, que les propone Jesús en el camino de la Cruz gloriosa. Pidan consejo, recen, hagan discernimiento, consulten la Palabra de Dios y obedezcan a sus Superiores, no decidan nunca lo que les gusta, sino más bien lo que los haga más parecidos a Jesús practicando el Evangelio. Esta comunidad de San Bernardo reza hoy por vuestra fidelidad.

Hoy, como cada día, únanse a Cristo en su ofrenda al Padre, en la Eucaristía. Ofrézcanle todo lo que vayan realizando en la misión. Agradézcanle por todos los gestos de ternura con los que les va a ir colmando. Pídanle perdón por las infidelidades. Pídanle la humildad, el don de ustedes mismos a Dios en la oración, el don de ustedes mismos a los hermanos en la comunidad primero, y después en la misión. No se olviden nunca de que Jesús camina con ustedes por el camino de la Cruz gloriosa, que conoce tan bien.

¡Siempre adelante, hasta el cielo! nos dice San Miguel Garicoits. Allí nuestras cruces se harán gloriosas. Bendigamos al Señor porque es bueno y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación! Amén.

Gaspar Fernández Pérez scj 
Superior General

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