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14/11/2016

La Palabra del Superior General

“¡En avant, en avant toujours!”

La Palabra del Superior General

Tanto en las cartas de San Miguel Garicoits, como en otros escritos, encontramos muy a menudo esta expresión, que se ha hecho muy conocida para todos los que conocemos al Santo, lo queremos y hemos decidido vivir el Evangelio como él lo propone. Veamos algunos ejemplos de las cartas:

Desde ahora Ud. no mirará más para atrás, ni a derecha, ni a izquierda; ¡siempre adelante! ¡Hacia el fin de su vocación! ¡Llevando como una combatiente las cruces ligadas a su posición! Teniendo cuidado de no abrazar otras que no harían más que entorpecer su marcha gloriosa... Así que nada de imprudencias bajo pretexto de notificación. (Carta 24, 117)

Cuando sucede que Ud está y que hace bien, diga: Así sea. Y si le reprochan que hizo algo mal, diga: Voy a tratar de hacerlo bien. Y luego, ¡adelante! Esfuércese realmente por hacerlo bien. (Carta 59 (n. 14)166)

¡Coraje, pues! ¡Siempre adelante! ¡Dios lo quiere! ¡Siempre adelante! Dando la espalda a todas las tentaciones. ¡Que así sea! Carta 78 (195)

La cruz está en todas partes. Solamente, ¡coraje! A una buena Hija de la Cruz no puede faltarle nunca; siempre tiene que tratar de progresar en su santa carrera, ¡siempre adelante! porque el bien está ahí y sobre todo la corona está al final y ¡qué corona! Coraje entonces, buena hermana, siempre y a todo precio. (Carta 129 – PS (259)

Se trata de la expresión de una experiencia espiritual cristiana muy profunda. Manifiesta una espiritualidad itinerante, propia de aquellos que siguiendo al Santo de Betharram quieren vivir junto a otros en estado de “camp volant”, sin dejarse instalar en lo más cómodo. Ya he explicado otras veces que el Jesús que fascina a San Miguel Garicoits, no es un hombre estático, sino el Verbo Encarnado siempre en movimiento: del seno de la Trinidad al de María, del cielo a la tierra, caminando siempre en el Evangelio, recorriendo los pueblos y las aldeas de Galilea y de Judea, subiendo a Jerusalem, de Jerusalem a la Cruz y de ésta a la Gloria del Padre. Esta itinerancia es la característica que hace de nosotros peregrinos y no huéspedes en este mundo. El peregrino no deja de caminar hasta que alcanza la meta que busca: en este caso la unión con Cristo en el cielo, nuestro gran deseo “adelante, siempre adelante, hasta el cielo”. Es desde esta experiencia de peregrinos como podemos gritar: ¡Adelante, siempre adelante! San Juan de la Cruz, en el Cántico Espiritual, dice que no hay que detenerse ni para disfrutar lo agradable, del bienestar alcanzado, ni por miedo a los peligros, ningún obstáculo podrá detenernos: “buscando mis amores,/ iré por esos montes y riberas,/ ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras /y pasaré los fuertes y fronteras.

Podemos encontrarnos siempre ante la tentación de instalarnos, encerrados en la amargura de nuestro dolor o pensando que porque nos ha ido bien, ya lo hemos conseguido y que es imposible progresar más. Es lo que expresa Santa Teresa de Jesús en esos versos tan conocidos, combate: “nada te turbe,/ nada te espante,/ todo se pasa,/ Dios no se muda,/ la paciencia todo lo alcanza, / quien a Dios tienes nada le falta, /sólo Dios basta”.

Gritar “¡en avant toujours!” es también optar por una constante autotranscendencia en el amor, ir cada vez más hasta el fondo en la entrega, tanto en las situaciones agradables como en las desagradables de la vida, que se convierten en desafíos de progreso que dinamizan nuestra vida en una cada vez mayor calidad humana y de discípulos del Maestro Jesús. Y el motivo de este ir siempre adelante es la alegría y la fuerza que nos da ser discípulos de Jesús, es decir, sentirnos unidos y acompañados por él en todo momento. Y teniendo como único objetivo en la vida, exactamente como El, agradar al Padre en toda situación, realizando su voluntad y sirviendo a los hermanos para que tengan una vida integralmente digna. Es una espiritualidad realista, de encarnación, que valora los acontecimientos y la relaciones humanas, y en ellas se aprende a descubrir la presencia de Dios.

El Evangelio nos presenta a Jesús en esta dinámica de no detenerse ante nada, de ir siempre adelante. “Duc in altum”. Pedro, desalentado, ha trabajado toda la noche y ha sido inútil porque no había pescado en el lago. Confía en la palabra de Jesús más que en su experiencia y, sólo porque él lo dice, él está convencido de lo contrario, echa las redes. Y por hacerle caso a Jesús, encontró el pescado que él creía que no había en el lago. La desesperanza se cambió en confianza en aquél que hace nuevas todas las cosas y para quien nada es imposible. “Apártate de mí, soy un pobre tipo”. Jesús no acepta quedarse en el Tabor, a pesar de la tentación de Pedro, que le quiere prolongar el bienestar, pero no sabía lo que decía porque estaba lleno de miedo. Jesús, en cambio, los acompaña en su descenso del monte para continuar su camino a Jerusalén. Hay situaciones en las que seguir caminando implica imponerse con fuerza y decisión porque el cuerpo o la naturaleza se resisten. Así le sucede a Jesús cuando decide la subida definitiva a Jerusalén, donde sabe que le espera la pasión que anunciará tres veces. Lucas dice que “Jesús endureció el rostro…”. San Miguel Garicoits dice de si mismo algo parecido: “En los momentos en que la naturaleza se rebela interiormente, yo repito el grito de gracia: “!Adelante Dios lo quiere!” y luego camino. Haga Ud. lo mismo, buena hermana.” (Carta 107 – PS)

¡Que fuerza de voluntad habrá necesitado Jesús para no esconderse, no escaparse, no protegerse, en aquélla situación de soledad, miedo y angustia que tuvo que vivir en Getsemaní. “¡Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya!”. Levántense, vamos, esto llega a su fin, ahí está el que ha de entregarme”. Para ir siempre adelante tiene que encarar la situación injusta que lo despojará de toda su dignidad y hará de él un gusano. Y es que había un más allá de la pasión, la cruz y la muerte: el Padre esperaba su don para glorificarlo y que todos aprendan que el amor es más fuerte que la muerte. No puede ir siempre adelante, el que vive para sí mismo, para conseguir sus intereses, para proteger su persona, para aprovecharse de todo y de todos hasta conseguir sus caprichos personales. Hay personas que todo esto lo buscan y lo consiguen en nombre del Evangelio y de Jesús, que les ha llamado para darles una oportunidad misionera y no han sabido responderle dándole la solución profética que Jesús y todos esperaban de ellas. Se quedaron cerrados sobre sí mismos, fueron incapaces de ir más allá, sacrificándose a sí mismos en una entrega desinteresada como la ofrenda de Jesús al Padre, iniciada en el momento de su concepción virginal y culminada en el “Todo está cumplido” de la cruz.

Gaspar Fernández Pérez scj
Superior General

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