El Calvario de Betharram (2)

1620. En el Béarn, el espíritu de rebeldía no afloja. A pesar del edicto de Fontainebleau, los protestantes se niegan a devolver a los católicos los bienes robados. El propio rey, Luis XIII, baja al Béarn (…). En 1621 las tropas del duque de Epernon restablecen cierta paz.

El cielo del Béarn, entonces, seguía bastante oscuro cuando Betharram recibió a un santo sacerdote, Huber Charpentier. El obispo de Lescar, Jean de Salette, pensaba en él para reavivar las peregrinaciones de Betharram, pero H. Charpentier dudó mucho, dice el historiador Marca, antes de “comprometerse con un lugar donde lo abrupto de las rocas” no le auguraban nada bueno. El P. H. Lasalle explicaba: “Es difícil, hoy en día, para nosotros … imaginar el lugar rústico y salvaje como era Betharram en esa época”. H. Charpentier había manifestado desde hacía mucho tiempo su devoción al misterio de la Cruz. Desde 1622 “decidió asociar al culto de la Madre, el del Hijo y erigir un Calvario en la pendiente de la colina”. Además, un signo del cielo lo invitaba insistentemente a hacerlo: el milagro de la cruz que se volvía a levantar, en el mes de setiembre de 1616.Por eso, H. Charpentier quiso averiguar personalmente la exactitud de los hechos narrados. Los cinco campesinos testigos se vieron sometidos a nuevos interrogatorios; todo fue puesto a prueba: la sinceridad, la cordura y la moral de los campesinos; Los investigadores por poco no se saltan los límites de la paciencia de esa buena gente y llegaron a la conclusión “Son bearneses de temperamento creativo, prudente y valiente; tan alejado de la ingenuidad y de la estupidez como de la malicia” (…)Animado por eso, H. Charpentier hizo plantar tres enormes cruces en la cima de la colina, en el lugar donde había acontecido el milagro de setiembre. Fue el primer Calvario de Betharram. Fue inaugurado el Viernes Santo de 1623. El 8 de setiembre siguiente fue objeto de homenajes solemnes. Ese día, una tormenta amenazó la santa colina, pero se alejó; los peregrinos no perdieron la ocasión para ver en ello, otro signo del cielo.

Pero H. Charpentier tenía un proyecto mucho más ambicioso, a la medida de su devoción. Unos cuadros o estatuas tenían que representar las principales escenas del último día de Cristo, antes de la Resurrección. Unas capillas-estaciones destinadas a recibir esas representaciones se distribuyeron a lo largo del sendero entre la “devota capilla” y la cima de la colina. El proyecto de conjunto llegó a nosotros bajo la forma de una estampa grabada (Cf. la imagen abajo) […]. Pero, con recursos limitados, ni H. Charpentier, si sus inmediatos sucesores pudieron realizar el proyecto.¿Cómo juzgar la importancia de la realización de H. Charpentier? No nos queda nada, hoy en día; el aspecto de los lugares cambió: en su tiempo no había ninguna de las construcciones actuales; durante tres siglos, la roca fue erosionada y la colina fue retrocediendo. (…)En 1625 la magnanimidad de Luis XIII permitió edificar en lo alto de la roca, en la vertical de la capilla, un gran oratorio, San Luis: serviría como quinta estación, la coronación de espinas. No había ninguna otra construcción, antes de la cima. Sin embargo, se puede suponer que las paradas en las estaciones intermedias eran marcadas por cruces u otros signos. En la explanada, frente a las tres cruces, pronto se emprendió la construcción de la capilla del Sepulcro; recién fue terminada en 1639, pero H. Charpentier había dejado Betharram en 1638.Ni la actividad de los capellanes, ni la intensa devoción inspirada por el Calvario había pasado inadvertidas por Mons. Jean de Salette que otorgó a N. Sra. de Betharram, el 9 de junio de 1626, el título de N. Sra. del Calvario. Pero en 1661, año de la consagración de la Capilla restaurada, sólo había cuatro estaciones y el Calvario quedó en ese estado a lo largo de todo el siglo XVII.

Raymond Descomps scj (1916 - 2009)
in «L’Écho de Bétharram»