La Regla vivida

¿Un momento de descanzo? ¡El jardin de los olivos! Sí, lo único que todos los discipulos se duermen... ¿Un momento de comunión? ¡La última cena! Sí, pero está la amenaza de la traición. ¿Se puede decir que hasta los momentos más fraternos con el Maestro Jesús no son siempre perfectos?

La fraternidad perfecta no existe. No se puede hacer magia, sierven sólo el esfuerzo, la paciencia, las pequeñas conversiones, las proprias y las del hermano, para hacer surgir y saborear la alegría de la fraternidad.

Una vez, siendo laico militante de la JuBe naciente en Barracas, Buenos Aires, hablábamos de “la amistad y la fraternidad”. Entonces nos invitaron a elegir un texto bíblico que expresara algo de nosotros mismos. Elegí el texto: “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran” (Rm 12, 15). Por aquel entonces gozaba de muchos amigos (varios que aún conservo). Además, ya había perdido algunos seres queridos y conocido el llanto, el duelo… Me sentía identificado con ese texto y lo adopté. Alguien me dijo que lo había hecho porque era una persona jovial y que, ser así, tenía que ver con el Evangelio. Nunca lo olvidé, e intenté vivirlo con intensidad.

De hecho, hoy suelo disfrutar de la compañía de personas alegres, y hasta pícaras… me tienen por un tipo “tranquilo”, pero confieso que en mi corazón hay un niño que goza de “los payasos y malabaristas de la vida”. De ese modo me he divertido mucho en encuentros, fogones, salidas comunitarias: he reído y disfrutado.

También aprendí que existía el otro lado de las personas: el que exige silencio interior, escucha, respeto. Agradezco al Señor que me haya concedido ser testigo del llanto sanador de muchos religiosos y laicos, que dieron lugar así al consuelo del Espíritu Santo. Durante el coloquio personal, en efecto, afloran heridas, frustraciones, traumas, caminos errados que transitamos sin saber muy bien por qué, pero que están ahí y duelen aún (o han hecho doler a muchos otros…).

Recuerdo que en la teología, alguien me había dicho una vez: “Vos eras un tipo tan alegre antes, y ahora…”. Quedé desconcertado con ese comentario. Algo de mí había cambiado… al menos para los demás. Me había quedado atrapado en una imagen exterior aparentemente muy seria. Ocultaba mucho de mí mismo, pensando en que algunos rasgos humanos debían morir con “mi Hombre viejo” (cf. Ef 4). Afortunadamente, siempre encontramos algunos “profetas”, que nos ayudan a rescatar lo más genuino. Ellos fueron mis formadores, mis hermanos y algunos laicos capacitados.

Artículo 101
Para que nuestra vida comunitaria sea real y dé testimonio, todos los miembros de la comunidad tienen que sentirse responsables del clima de caridad fraterna, necesaria para el equilibrio y el desarrollo de los religiosos.
La comunidad es el lugar de comunión “en el que las relaciones se muestran menos formales y en el que la aceptación y la comprensión son facilitadas. Al mismo tiempo, se redescubre en ella el valor divino y humano del hecho de estar juntos gratuitamente, como discípulos, alrededor de Cristo Maestro, en toda amistad y compartiendo también los momentos de distensión y de esparcimiento”.

Artículo 104
Nuestra vocación común, el respeto de las personas y la confianza mutua, contribuyen a superar las dificultades inherentes a toda vida común. Las iniciativas concretas de perdón, las palabras y los gestos de reconciliación construyen la fraternidad. Cada uno pone a disposición los dones y talentos que recibió de Dios.

Sí, ¡cuánto ayuda a la comunidad velar por el equilibrio psico-afectivo-espiritual de los hermanos! Es la base para lo que sigue en la vida religiosa… Sanarse servirá para no perder la sonrisa, la frescura, las ganas de trabajar, y en cierta forma: la vocación.

Ahora, quisiera evocar cuatro frases de algunos “héroes de la vida” que ya no están. Sus ejemplos de vida consagrada, como frases de sabiduría, me dejaron una huella imborrable:
“Oh, chico, decir “muchas gracias” es mejor que decir simplemente “gracias” (P. Juan Cravioti)
“Los que se distinguen y saben ocultarse, llegan más lejos en la vida que los que están siempre en el candelero…” (P. Barriuso)
“En la congregación es pobre, el que quiere ser pobre…” (P. Darío Rodríguez)
“Tú sigue siempre adelante. Malos pensamientos tendrás hasta cuando seas viejo…” (P. Ceferino Arce).

Como una herencia inmerecida, he sentido esa sabiduría transformarse en fraternidad concreta muchas veces. Con esto no digo que Betharram haya sido un paraíso para mí. Conozco bien el cáliz de la vida comunitaria. Pero afirmo con convicción , que el betharramita atento y gentil, el que saluda cada mañana y que dice “muchas gracias”; el que no se fija en el otro, ni murmura del hermano, ni conspira contra el que tiene el rol de gobernar, (porque se estima sanamente a sí mismo y ama la posición que le encomendaron por obediencia); el que teniéndolo todo en la comunidad no se ha olvidado de ser sencillo y de elegir ciertas austeridades por amor; el que no presume de su ciencia, ni de su fuerza o cualidades, sino que “acalla y modera sus deseos como un niño en brazo s de su madre”(S. 130): ése es el que construye la atmósfera de caridad fraterna que nos comprometimos a vivir.

Ese hermano -a quien no pongo nombre- es el gran artífice de la felicidad que he vivido estos años en Betharram. La que Dios me ha servido en bandeja, acompañada con mate, tereré y cafezinhos…. (bebidas latinoamericanas).

¿Y aquél otro…? El que me hizo la vida difícil, o al que defraudé con mi forma de ser… Pues, en él también me gozo, porque expresa el realismo de la encarnación que no fue ajeno al grupo de los discípulos de Jesús. Diría el P. Mirande: “Es de los nuestros, y eso me basta” (homilía).

¡Gracias, hermano difícil!. Y perdón…: cuando ése fui yo.
Acaso el mejor remedio siga siendo el ¡Toujours content! de San Miguel.

Gustavo Agín scj