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14/12/2015

La Palabra del Superior General

La misericordia del Corazón de Jesús

La Palabra del Superior General

El Papa Francisco en la catedral de Bangui y en la basílica de San Pedro, y todos los obispos en sus propias diócesis, acaban de abrir la Puerta Santa, para iniciar el Jubileo de la misericordia. Todos los hombres pueden encontrarse con la persona de Jesús, el Verbo encarnado, muerto y resucitado. En Él podrán conocer el rostro misericordioso del Padre y experimentar la ternura de su amor inmerecido.

San Miguel Garicoits puede guiarnos con su mensaje y su testimonio para hacer a lo largo de este año la experiencia de la misericordia. Así la expresa:

¡Que proceder admirable de la Providencia! Cuando la ley natural, que había impreso en los corazones, se borró de ellos, la imprimió en tablas visibles de piedra… Da un rey a ese pueblo, que no acepta que sea Dios mismo quien lo gobierne. Se presta, se acomoda a la fragilidad de la criatura; la persigue, diríamos, en su iniquidad, y allí mismo, le presenta las trizas de salvación que ella es todavía capaz de agarrar, para salvarla.

Es lo que se puede admirar sobre todo, cuando Dios, como una madre que se rebaja a la altura de su hijo, al ver que el corazón del hombre y todo el hombre se ha hecho carne, desciende hasta el barro de nuestra carne, y se hace carne como él, para elevar al hombre hasta Dios: Y el Verbo se hizo carne (E, 2, 2).

Esta cita de San Miguel expresa bien lo que es la misericordia: Acercar el corazón a la miseria. Inclinarse, rebajarse, arrodillarse ante quien esta postrado en la miseria porque tiene amenazada su humanidad para levantarlo, rescatarlo, devolverle su dignidad. El movimiento parte del corazón de Dios que se mancha (iniquidad, el barro de nuestra carne) y corre el riesgo de contagiarse con la miseria a la que ha quedado reducido el corazón del hombre (que se ha hecho carne, el barro de nuestra carne). Desde esta perspectiva, el misterio de la Encarnación es el misterio de la misericordia.

El Evangelio nos habla que Jesús, el Hijo de Dios, se anonada, sin considerar un privilegio el ser igual Dios, se hace uno cualquiera de los hombres; se arrodilla para lavar los pies a sus discípulos; libera de los demonios, cura las enfermedades, perdona los pecados, consuela a los afligidos. Como Buen Samaritano se compadece, se acerca, cura y se hace cargo del hombre medio muerto al lado del camino; como el Buen Pastor coloca sobre los hombros la oveja perdida, como el Padre abraza y llena de besos al hijo que se había alejado.

San Miguel Garicoits asocia siempre la humillación o anonadamiento con la entrega, “dévouement”: “un Dios anonadado y entregado”. La humildad, el anonadamiento y la humillación es compatible con la entrega que, si es responsable, es capaz de magnanimidad: hacer lo máximo posible para que al prójimo le vaya bien. Y lo máximo es cuando Jesús entrega su vida en la cruz para que todos tengan vida abundante. El máximo de misericordia coincide con el máximo de humillación. Se trata de no quedarse en buenas intenciones, bonitas palabras, grandes proyectos sino de hacer lo máximo que esté a mi alcance, como el Buen Samaritano que, después de ver y conmoverse por la situación del “descartado” al borde del camino, realizó todas estas acciones: se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver” (Lc. 10, 33 – 35).

La misericordia entonces es activa. Acciones son también las que propone el Rey de Mt. 25, 35 – 36 : “porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Estas son las obras de misericordia corporales.

Y la Iglesia, que es Madre y Maestra, en el cumplimiento de su misión se ha dado cuenta que existen otras necesidades que se refieren a la dimensión espiritual del hombre y por eso quiere que practiquemos también las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de nuestros prójimos, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

El Papa Francisco está desempolvando la auténtica práctica cristiana y con sus acciones de atención a los pobres hace brillar el Evangelio: las duchas en la Plaza de San Pedro, el peluquero que viene para los pobres, el dormitorio para treinta personas que ha hecho cerca de San Pedro… Es un ejemplo que se va imitando en muchas parroquias y en otras instituciones de la Iglesia. Ya lo hacía en Buenos Aires con el gesto solidario de cuaresma: lo recaudado con ese gesto era invertido en una obra social al servicio de los pobres de la diócesis, cada año en una Vicaría distinta.

Para que nuestras comunidades betharramitas vivan intensamente este Año Santo de la Misericordia, para que acerquemos nuestros corazones a las situaciones humanas de miseria, para que toquemos con nuestra mano la carne de Cristo en los pobres, mirándolos a los ojos, propongo encarecidamente que cada comunidad betharramita prevea en su proyecto comunitario la práctica de una obra de misericordia cada mes, para que aprendamos a vivir con realismo nuestra fe que nos enseña que “el amor está más en las obras que en las palabras” (S. Ignacio de Loyola).

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General

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