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14/12/2015

Spiritualidad

La “seriedad” de la Navidad para los betharramitas

La Navidad – es decir, el nacimiento de Cristo que vuelve visible para el mundo su Encarnación – tendría que ser para los religiosos betharramitas (y para los laicos que comparten su carisma y su espiritualidad) la fiesta que les recuerda el “corazón” de su ser y de la exigencia de su actuar.

San Miguel quedó impresionado, seducido por el amor de Dios que precede cualquier mérito nuestro y que se volvió visible, totalmente concreto desde la Encarnación del Verbo, que se ofreció al Padre con su “Aquí estoy” para colocarse al servicio de los hombres con toda su vida, hasta el sacrificio de la Cruz.

El Verbo tomó en serio la Encarnación: Se hizo totalmente y plenamente “hombre”, “carne” y la opción del Verbo es definitiva: el Aquí estoy de Cristo encarnado es eterno. La totalidad de la asunción, la verdad de su compartir, la perennidad de su identificación (Salvo en el pecado, pero Cristo, de todos modos “se hizo pecado” por nosotros) son testigos de la seriedad con que se puso al servicio de los hombres.

Y San Miguel captó toda la “seriedad” de la Encarnación: el “escándalo” de un Dios que entra con humildad y fragilidad en la historia del hombre para compartir su precariedad y fragilidad (aún ofreciendo indicaciones y medios para superarlas) empujó a San Miguel a ponerse sin reservas en la estela de Cristo para imitar y seguir su “locura de amor”.

Y también los hijos de San Miguel están llamados a tomar en serio la Encarnación, que tiene que prolongarse y concretizarse entre los hombres también a través de su vida y de su obra de evangelización.

La nuestra es una Congregación (nos repite, en resumen, la Regla de Vida) que tiene como tarea propia (identidad) la de reproducir el Aquí estoy de Cristo (modelo) para la salvación de los hombres (misión).

La Encarnación de Cristo nos llama (como herederos de San Miguel) a repensar y actualizar el concepto de “encarnación”. Ahora bien, “encarnarse” quiere decir realizarse entre los hombres, volverse visibles, comprender las diferentes situaciones personales y culturales , sentir las tensiones y los interrogantes de las personas para compartir los problemas, las esperanzas, las expectativas y preparar instrumentos de salvación y de redención.

Todo esto fue – de manera sublime – la Encarnación de Cristo.

Volver a dar vida al Aquí estoy de la Encarnación (como es deber de los Betharramitas, religiosos y laicos) significa encarnarse en el hoy de la historia y de la Iglesia. Podemos decir que esta es la “condena” de los Betharramitas, porque la actualidad de nuestro carisma es perenne, por el hecho de que es constante la preocupación de las esperanzas y de los interrogantes del hombre, en cualquier tiempo, situación o cultura. Así como es perenne la Encarnación de Cristo en medio de los hombres.

La Navidad (es decir la Encarnación, la “realización” del Aquí estoy) se coloca como fundamento consciente e irrenunciable de toda dimensión, sea espiritual, sea pastoral, de la vida y de la obra de los Betharramitas: es la raíz de nuestra “espiritualidad de la Encarnación”.

El Verbo eligió a la humanidad y se hizo pobre, se hizo compañero y partícipe de toda persona herida, humillada, perseguida, necesitada: de los “descartados” diría hoy el Papa Francisco.

Y el camino de los herederos de San Miguel tiene que pasar inevitablemente (si queremos ser “Betharramitas”) por el misterio de la Encarnación. En este camino – nos recuerda San Miguel – tenemos que apropiarnos de los sentimientos que guiaron al Corazón de Cristo encarnado: caridad, mansedumbre, obediencia, entrega, sentimientos que brotan de las primeras palabras del Verbo: Ecce Venio, Aquí Estoy.

La Encarnación implica una tensión? Hacia Dios y hacia el hombre. Una relación que se hace impulso, olvido de sí y que se alimenta de la atención al Otro y a los otros y se hace, explicitándose en la historia, proyecto y don.

Celebrar la Navidad, – para los hijos y discípulos de San Miguel – es sumergirse en este misterio del Amor de Dios que se hizo visible y concreto desde la Encarnación, para sacar motivación, luz y fuerza para hacer presente, en el hoy de la historia y de las culturas que vuelve y es perenne, el Amor encarnado.

Que siempre nos llama a “nuevas encarnaciones”: las nuestras.

Ennio Bianchi scj

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