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Gustavo Papa 01
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14/03/2014

La Palabra del Superior General

La conversión pastoral

Papa Francesco celebra la Misa del miércoles de ceniza

La conversión pastoral es uno de los conceptos claves del magisterio del Papa Francisco y la experiencia fundamental para una renovación de la Iglesia desde dentro de los corazones y desde el interior de la vida de las comunidades (EG. 20-49). Se trata de la experiencia clave para que la Iglesia vuelva a ser ella misma viviendo “la alegre y confortadora tarea de evangelizar” (EN. 80; EG. 9): “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera… Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá”. (EG. 21)

Cuando hablamos de conversión solemos quedarnos a niveles muy íntimos y disfrazamos este cambio interior de esfuerzos, exigencias y sacrificios, que muchas veces no están orientados a una transformación de la persona en su corazón y en su conducta ni a una renovación de las comunidades religiosas y eclesiales. Nuestra conversión en esta cuaresma tiene que ser diferente, tiene que inspirarse en la Palabra de Dios tal como nos la transmite el papa Francisco con sus gestos, palabras, decisiones y acciones y tiene que expresarse en cambios serios en nuestra conducta y las relaciones comunitarias. Evangelii Gaudium tiene que ser la guía de nuestra reflexión.

La conversión pastoral significa un cambio profundo en la manera de entender y de vivir la fe cristiana. Se trata de pasar de una situación de tranquilidad y satisfacción muy centrada sobre la persona creyente o las comunidades (autorreferencialidad) a una situación de apertura y de salida de cada persona al encuentro de todas las demás; y de las comunidades al encuentro de las personas que están fuera para llevarles el gozoso mensaje del Evangelio, el Amor que Dios nos tiene, manifestado en la persona y el mensaje de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre.

Se trata de pasar de una vida cristiana adaptada a este mundo (mundanidad) a una vida cristiana evangélica de verdad que nos llena de alegría y que nos impulsa superarnos, a querer apasionadamente para los demás la misma alegría, como ya decía San Miguel Garicoits en 1838. “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien… Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG. 2).

El Papa Francisco señala algunos rasgos, propios de ese estado de satisfacción, a los que por ser muy sutiles nos hemos ido acostumbrando: la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo, la acedia egoísta (EG. 81-83), el clericalismo, la mundanidad espiritual (EG. 93-97) y la hipocresía. Nuestra conversión en esta cuaresma tiene que consistir en abrir nuestros ojos a los signos de los tiempos, un oído en el pueblo… (EG. 154-155). Examinar nuestra conducta y los motivos de ella. Interiorizar la Palabra de Dios, …otro oído en el Evangelio. Celebrar los sacramentos. Dejarnos interpelar por nuestro director espiritual, por nuestros hermanos de comunidad y por nuestros superiores. Sólo así seremos capaces de superar esas actitudes mundanas para revalorizar la persona de Jesús que pasará a ocupar el centro de nuestra vida y de nuestras comunidades. Y con él en el centro, los valores evangélicos: la humildad, la ternura, la misericordia, la acogida, el diálogo, el encuentro, la comunión, la fraternidad, la alegría de vivir y la misionariedad,

La clave de esta conversión pastoral es el encuentro con Jesús tal como ha sido expresado por Benedicto XVI (Deus Caritas Est 1) y retomado en el Documento de Aparecida y por el Papa Francisco reiteradamente y en (EG, 7). Jesús es una persona viva, apasionada por que todos los hombres conozcan el amor de Dios y puedan vivir de él. Si colocamos a Jesús en el centro de nuestra vida y vivimos en íntima relación con él, discípulos, no podremos quedarnos tranquilos mientras no dediquemos nuestra vida a lo que él la dedicó: que todos los hombres de hoy conozcan y vivan del amor que Dios les tiene (EG.264-267).

No se es plenamente discípulo sin ser misionero. No seremos misioneros auténticos sin ser discípulos, compañeros, sin estar con él en intimidad (Mc. 3, 13-15; EG. 262-267). El estilo de vida del discípulo-misionero, como el de Jesús su Maestro, es el amor evangélico, expresado en el grano de trigo que cae en tierra y da fruto y en aquel dicho de Jesús: Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará (Mc. 8, 35). Evangelii Gaudium expresa bien que este amor es el núcleo de donde todo procede: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (8); “Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien” (9). Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: “Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (10)

En este proceso tenemos que entrar todos los religiosos y laicos de Betharram para participar en la renovación de la Iglesia, renovando nuestras comunidades, nuestras misiones, nuestros servicios, nuestras obras y las estructuras de nuestra Congregación para que sean más evangélicas y no sean un obstáculo para la evangelización. “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG. 20).

Ésta es la tarea en nuestra subida con Jesús a Jerusalén para celebrar su misterio de muerte y resurrección en esta Pascua. Cada betharramita, religioso o laico, lavando sus vestiduras en la sangre del cordero, renueva el fervor de su bautismo y de su consagración con toda la Iglesia, para vivir con más alegría y entusiasmo la fraternidad evangélica y la misión evangelizadora. Y cada comunidad betharramita fermentada por la renovación de los religiosos será un testimonio creíble de Jesús resucitado.

Gaspar Fernández Pérez, scj

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