Spiritualidad

En el departamento de Tacuarembo (Uruguay), cuya densidad de población no alcanza a los 6 habitantes por km2, nuestros hermanos betharramitas (P. Angelo, P. Wagner y Ho. Victor) ofrecerán este año a la comunidad cristiana local la alegría de la Navidad compartida delante del altar.

La Navidad es una fiesta compartida en gran parte del mundo, se celebra con familiares y amigos, y con todas las personas importantes de nuestra vida.

Cuando se aproximan, las celebraciones Navideñas se me generan ciertas añoranzas de mi casa paterna, de Paraguay. El pequeño Pesebre se prepara con arbustos e imágenes de barro y frutas de la época con la familia reunida en la víspera del 25 de diciembre. Se comparte la cena, el rezo del Rosario y los abrazos de “Feliz Navidad”.

Este año, lejos de ese calor familiar, la Navidad tendrá sentido junto a mi Comunidad Religiosa desde la realidad misionera en Uruguay y celebrando en las comunidades rurales. Después de muchos años, estas comunidades volverán a celebrar la Navidad con la Eucaristía. Gracias a la misión Betharramita, la Navidad tendrá otro valor, otra manera de encarnar la fe en la vida, otra manera de descubrir y contemplar a Jesús en la vida de la misma comunidad.

Pero, más allá de lo acostumbrado o de lo que genera añoranzas, ¿qué es Navidad?

La Navidad, como intervención de Dios en la Historia del Hombre, es una fiesta que, por medio de las celebraciones o acontecimientos, actualiza la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra humanidad. ¡Qué espectáculo! podría decirse con San Miguel.

No puedo dejar de contemplar la “disponibilidad” de María y de José en el proceso de la Encarnación. Primero, el mismo Dios que toma la iniciativa de auto-revelarse por medio del Ecce Ancilla de María y en la obediencia de José. Luego, la alegría que genera el obrar de Dios, expresada en el Cántico de María. Y finalmente, el coraje de José de andar hasta Belén y encontrar un lugar para que, de manera tan humilde, pero grandiosa al mismo tiempo, naciera el Salvador.

El “Aquí Estoy” de María, de José, y sobre todo, del Niño Dios, se manifiesta en ese pequeño establo, manifestándose tan frágil, tan vulnerable, tan pobremente. Pero así quiso colocar Dios su carpa en medio de nosotros para que todas esas miserias, tengan sentido en la Voluntad de la Misericordia y del Amor.

La Natividad es un espectáculo prodigioso por el cual San Miguel Garicoïts se dejaba asombrar. Para Miguel la Encarnación del Hijo de Dios es el resorte secreto que le ha impulsado a hacer la experiencia del despojo de sí, de hacerse pequeño, una nada. Tomó conciencia de su humanidad vulnerable, pobre, miserable, al contemplar al Hijo, asumiendo la condición humana. Pero, en ese Pesebre, en esa pobreza, también contemplaba un camino, un camino trazado por Dios de manera real y particular; y, en ese horizonte San Miguel permaneció para siempre, logrando discernir, ver, contemplar y andar siguiendo los designios de Dios, manifestados en el Niño humillado, anonadado en el Pesebre.

Esta misma intuición y este mismo espíritu me acompañan en esta etapa de inserción misionera, como agente pastoral y sobre todo, como religioso, Hermano.

Siendo un acontecimiento que ayuda a re-significar la vida y la respuesta a Dios, la espera de la Navidad también la estoy viviendo como un momento propicio para ver y juzgar lo interior, el entorno, para que el actuar Betharramita sea un actuar de la voluntad del Padre; y que, el “Aquí Estoy” que profesamos, sea una manifestación real de la intervención de Dios en la humanidad de quienes comparten con nosotros la vida y la fe.

La realidad que vivo aquí en Uruguay me mete en la situación de los que conviven con nosotros y de los que nos observan, para que realmente puedan vislumbran en la vida de la comunidad religiosa o en la vida personal de cada religioso, la bondad de Dios y de su misericordia; sobre todo, su cercanía por medio de nosotros.

El Nacimiento del Niño Dios como abertura y auto-revelación de Dios para con nosotros, nos invita a re-descubrir su voluntad en nuestra propia miseria y a través de la relación con los demás, compartiendo el don del carisma, transmitiendo el infinito amor de Dios desde los límites de nuestra posición.

La Celebración del Nacimiento, como Betharramita, me impulsa a renovar con fervor el amor y la confianza hacia el Padre levantando la divisa “Fiat Voluntas Dei” como un estandarte orientador del camino y en el cumplimiento de la caridad. Celebrar este evento es volver a discernir el Evento Histórico como una manifestación actual, real y particular. Si no actualizamos la Auto-comunicación de Dios en nuestra vida y si no compartimos con los demás la alegría del amor, caemos en la misma mediocridad en el que cayó el pueblo israelita, colocando bajo la cama la Luz que debería alumbrar toda la casa, o callando el Anuncio que debería llegar a los confines de la tierra.

El Pesebre nos demuestra cómo comunicar esa experiencia de Dios a los que aún no lo han experimentado. Nuestra experiencia de Dios, que parte del encuentro con Él, es una manifestación alegre y esperanzadora junto a aquellos que se han sentido abandonados, olvidados.

El “Aquí Estoy” de Jesús, contemplado y asumido por San Miguel, y heredado por nosotros a través del Carisma, que no sea un refugio manifestado solo en santuarios o en grandes multitudes, sino que sea una constante peregrinación del corazón al Corazón de Jesús, siendo siempre un “Campamento Volante”. O sea, estar disponibles para vivir la aventura del Evangelio, donde fuéramos llamados. Que la opción de un Betharramita tenga siempre como punto de partida el misterio divino, de Dios; que su presencia sea percibida en la luminosidad de la fe y que, por medio de la Gracia, seamos capaces de vivir como hombres idoneos, expositos y expeditos, en la Voluntad de Dios prolongando el Aquí estoy del Verbo Encarnado.

Victor Torales scj