Los primeros compañeros de Miguel Garicoïts

« Los padres de la comunidad necesitan hermanos ». Es el P. Augusto Etchécopar quien cita palabras del P. Garicoits. Por eso no hay que maravillarse si hay dos hermanos entre los misioneros enviados en 1896 a América meridional.

Fabien Lhôpitales de los primeros hermanos que entraron a Betharram.

Nació en Pau en 1821 y entró a Betharram en 1846. Después de los primeros votos en 1849, se comprometió definitivamente en 1855. Su primer oficio fue de cocinero. Se había hecho urgente que un hermano ocupara este puesto, ya que ¡los empleados habían robado tanto a la pobre Comunidad…!

Desde Betharram, el Hno. Fabien fue enviado a Othez; de allí a América. En seguida estuvo al servicio de la comunidad de San Juan, en Buenos Aires. “Una vida totalmente simple” se podría decir. Y sin embargo…

El P. Garicoits escribió al P. Barbé, superior de la comunidad: “Dígale al Hno. Fabien que recibí su carta [en la que habla de la enfermedad y de la muerte del P. Simon Guimon (22 de mayo de 1861)] y me quedé muy contento; y que reconozco  siempre en él, al hno. Fabien. (…) Que sea siempre un buen hermano y que el buen Dios le dé siempre esa gracia de ser un buen hermano. Es así como tendrá una linda corona”. Y al Hno. Fabien, el 21 de agosto de 1862, Miguel Garicoits respondía: “Recibí su carta con mucho placer. Reconocí en ella al hno. Fabien. Por todos los problemas que me comenta, no tiene nada que temer si obedece. En los casos extraordinarios, hable con el P. Barbé. Abandónese a la Divina Providencia; si se enferma, no le va a faltar nada. El P. Barbé lo ayudará, así como ayudará a todos los nuestros. Es nuestro deber, pero también nuestro placer, créalo. (…) Lo importante es que se comporte bien para servir a Dios y a la sociedad del Sagrado Corazón. Para eso, la mejor receta es ser pequeño, como un niño, sumiso, contento y constante”.

En 1871, la fiebre amarilla hizo estragos; el hno. Fabien se prodigó con los enfermos. Contagiado, murió el 8 de abril de 1871. Su nombre figura, con los de los PP. Larrouy e Irigaray, en el monumento erigido en una plaza de Buenos Aires como testimonio de gratitud.

Joannès Arostéguy estaba en Betharram antes que el Hno. Fabien; tuvo una vida más atormentada.

¿Por qué el Hno. Joannès renunció a un trabajo en la catedral para hacerse hermano en Betharram? Respuesta: había nacido en Barcus, como Simon Guimon y éste sabía convencer a la gente.

Joannès nació en 1825, en una familia profundamente cristiana. En 1844, su compatriota lo puso en contacto con Miguel Garicoits. Pronunció sus primeros votos en 1846 y el compromiso definitivo en 1854. Dio este testimonio del fundador: “Ese buen padre, no se conformaba con inflamar las almas con el fuego de su palabra, a menudo se unía a nosotros para compartir nuestros trabajos más humildes y más bajos”.

Inteligente y despierto, al hno. Joannès le confiaron toda clase de trabajos en Betharram, en Pau, en Orthez o en Asson. En la escuela de Asson fue cocinero y prefecto de estudios; una sencilla cortina entre la cocina y la clase le permitía vigilar, al mismo tiempo, a los alumnos y el fogón…

En 1856, estaba entre los primeros misioneros de América. Con el P. Barbé y el Hno. Magendie, en pobreza y con privaciones, acompañó la fundación del colegio San José de Buenos Aires; unas pequeñas habitaciones servían de comedor, de clase y de dormitorio; como cocina un miserable galpón. Los días de lluvia, el agua entraba por todas partes; un paraguas reparaba el fuego y las ollas. Las carencias no impedían ni la paz ni la alegría.

En 1862, el Hno. Joannès fue a Montevideo para unirse a los PP. Harbustan e Irigaray. Aquí era, al mismo tiempo, sacristán, portero, cocinero… Su conducta era ejemplar; su ejemplo valía una predicación. Se ganaba la confianza; más de una vez el obispo lo llevaba en sus misiones apostólicas.

En 1892, a los 70 años, volvió a Betharram, con la idea de morir allí. Se dedicó al santuario en el que Nuestra Señora lo había recibido; rezaba, trabajaba. Recibía a los peregrinos.

Y llegaron las leyes contra las Congregaciones religiosas. En 1903, a los 79 años, el Hno. Joannés volvió a partir para América, después de despedirse de sus dos hermanas, Hijas de la Cruz, de todos sus hermanos, de las tumbas del P. Garicoits y del P. Guimon, de la Virgen.

Dejó una crónica pintoresca del viaje. Recibido cordialmente en Montevideo, él mismo estaba feliz de volver. Daba  ejemplo de oración, de regularidad y de trabajo, repitiendo a menudo: “Sólo me queda un viaje para hacer: el de la eternidad”. Respondió a ese último llamado, el 19 de mayo de 1910.

De una carta del P. Garicoits al Hno. Joannès: “Veo con un indecible placer que está contento con su posición y con las personas con las que convive, especialmente con el P. Barbé. Esto me demuestra que dejó definitivamente de seguir su carácter… siga, querido amigo, vigilando siempre sobre eso, sin tener, desde ahora en adelante, otra regla de conducta, otro motivo de consuelo que el de agradar a Dios”. El Hno. Joannès ¿tenía tal vez un carácter fuerte, causa de sus frecuentes cambios de comunidad? Lo que es cierto es que se dominó con el tiempo.

El 21 de agosto de 1861, el P. Garicoits escribió así al hno. Joannès: “Recibí su carta con un gran placer. Lo que me hizo esperar bien de usted, sobre todo, fue su deseo de cuidad su carácter y de crecer, como lo manifiesta. Adelante, entonces. Sea pequeño, sumiso, contento y constante; y Dios lo bendecirá y, por consideración hacia usted, a toda su familia”.

Beñat Oyhénart scj