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14/11/2017

La Palabra del Superior General

“La Paz esté con ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío”. (Jn 20, 21)

La Paz esté con ustedes; como el Padre me ha enviado,  así también yo los envío.

 

Queridos Betharramitas,

En un intento por seguir reflexionando sobre el Capítulo, les completo con ésta, la editorial del mes pasado en que resonaba el “Vayan yo los envío…” (cf. Mt 10,16).
Cristo, que nos ha llamado, dignificó la vida de nuestra familia misionera. Agradecidos, queremos contar con un proyecto intercultural asumido entre todos, sostenido por la disponibilidad de todos, y que dé prioridad a la vida más necesitada o amenazada, a fin de servirla y sanarla con la fuerza del Evangelio.
Hoy sentimos, además, la falta de fuerzas, la fatiga y a veces hasta la desilusión... somos como sanadores heridos a los que Jesucristo sigue desafiando, amorosamente, para que demos una respuesta incondicional y para que “no callemos lo que hemos visto y oído”. (Cf. Hch 4,20)
Quisiera rescatar brevemente dos orientaciones que parecen subyacer en la llamada a “salir” que nos ha propuesto el Capítulo General:
1. Para nosotros obedecer es dejarse guiar por el Dios-Amor. Él mismo, se da a conocer por medio de su Hijo Jesús, que está creciendo en el vientre de María. La escena familiar ilustra el gozo sensible de Juan en el vientre de su madre, Isabel. El Espíritu del Hijo de Dios la lleva a “salir al encuentro” de su prima, sin demora, como humilde servidora.
María, misionera, rompe con todos los itinerarios lógicos previsibles para una embarazada como ella. ¡Se arriesga y sale! Guiada por la fe, se olvida de sí misma. Es figura de la misión de la Iglesia, que no se limita a una actividad teórica y sistemática, a una tarea llena de garantías, que no deja lugar a la sorpresa.
Por otra parte, varios pasajes evangélicos nos narran que las exigencias del Reino nacen cuando sabemos aprovechar el momento oportuno del llamado del Señor. Escucharlo para ir a trabajar a su Viña, incluso cuando nos llama en la “última hora”, cuando ya parecen haber decaído todas las esperanzas... Miremos nuestra realidad: una vida sin sorpresa, meramente estructurada: entretejida de horarios, comidas, descansos, reuniones ( y “reunionitis”…) etc., nos pone en un camino aparentemente más “seguro”, pero demasiado cómodo, que acaba por restarle pasión al Evangelio y esperanzas al porvenir. Alguien sugirió una vez que: evangelizar es siempre una tarea que tiene algo de insolente y desestabilizadora… No se nutre de “lo que siempre se ha hecho así”. Requiere audacia.
Desde el principio de su vida pública Jesús, el Nazareno, propone ir más allá de los cálculos humanos. En nada se aparta de la voluntad del Padre que lo ha enviado. Es una vida apasionada, desafiante y cargada siempre de un componente “inesperado”.
Por su parte, los discípulos misioneros dudaban…:
Pedro y los discípulos se asombran de que Jesús sea tan claro y explícito respecto a su pasión y muerte, y quieren disuadirlo. El mensaje paradójico del evangelio –entregar la vida para ganarla- sobrepasa por un instante al apóstol, que se deja llevar por su lógica de hombre (cómo cuando dudaba en echar las redes después de haber trabajado inútilmente toda la noche). Sólo la fe en la Palabra de Jesús y el dejarse corregir fraternalmente lo harán cambiar.
Los discípulos ven cómo la mujer cananea, el Centurión romano, los leprosos, el ciego Bartimeo, le “roban el milagro” a Jesús. Lo hacen, en este caso, porque los que son pobres sorprenden con su clamor al Maestro, le suplican, le obedecen y se dejan curar. Afrontan riesgos, desafían costumbres humanas, y reclaman respuestas misioneras, gestos de Pastor. Jesús no es como los funcionarios asalariados. Con su obrar muestra a los discípulos que no necesita funcionarios, sino obreros que crean en la Buena Nueva del Reino, y que respondan al pobre sin hacerle esperar.
Los discípulos, en el Evangelio de Juan, se sorprenden porque Jesús está hablando en pleno mediodía con una mujer, y samaritana... No le preguntan nada, sabían que aquello no era políticamente correcto, además creían había otras cosas que hacer…. Pero Jesús, fiel a su misión como apóstol del Padre, confía en que Él es la novedad que evangeliza, el Mesías, ¡Vale la pena dedicar tiempo a dialogar con ella!… Al final de su diálogo le revela: “Soy Yo, el que te está hablando” Así quedan: un pozo solo, un cántaro vacío y una mujer que corre y se transforma en apóstol por haber acogido en la fe al judío sediento Jesús, que la sorprende.
También nosotros, desafiados por una diversidad cultural que a veces nos da miedo… ¡no renunciemos a ser felices como betharramitas, haciendo felices a los demás! Lo haremos si aceptamos a Cristo, cuyo rostro humano tiene mil colores, mil formas, siempre iguales en dignidad delante de los ojos misericordiosos del Padre.

2. El llamado a encarnar en nuestra vida concreta el Rostro de Cristo en cada región y en las diferentes culturas.
Cuando presentamos la Palabra de Dios a su Pueblo, lo hacemos a partir de una experiencia personal de fe. Es la garantía de que no se trata de un discurso muy bonito y bien dicho, pero vacío de una espiritualidad encarnada en nuestra vida. Es una relación personal con Dios que se refleja en el modo de hablar de Él. Le da autenticidad a nuestro mensaje: “hablar de un Dios a quien conocemos y tratamos familiarmente, como si lo estuviéramos viendo” (cf. EN 76). Toda una imagen de Dios se transmite cuando predicamos. Ese Jesús, anonadado y obediente que hemos interiorizado en tantos años de formación se hace visible, se transforma en propuesta de vida. Su rostro se deja ver y sentir en el misterio.
Ahora bien, cuando alguien realiza una actividad pastoral sin valorarla, sin amarla, entonces ésta se convierte en un cumplimiento externo que sólo se soporta y así, la actividad pierde todo su dinamismo y densidad espiritual. Anunciar el Evangelio es una peculiar forma de amor y gratitud.
Me alegro cuando escucho: “amo la manera de predicar de los betharramitas”. “Ustedes tienen algo diferente...”. “Al oírlos me sentí interpelado/a en mi propia vida...”. No debemos dejar extinguir en nosotros ese don que, “como instrumento bien unido a la mano del obrero” (DS § 342) , coopera con el Espíritu Santo que explica a los fieles el sentido profundo del Evangelio.
Necesitamos, imitando a María, estar atentos a los innumerables acontecimientos de la vida y a las situaciones humanas que vive la comunidad, y que nos ofrecen la ocasión de testimoniar, de manera discreta y eficaz, lo que el mismo Señor desearía decir en una determinada circunstancia. (cf. EN 43). Siempre fieles a la verdad revelada, como auténticos servidores de la Palabra.
Así, sanados, sorprendidos por el Dios Amor, y prontos para anunciarlo, seremos como esos betharramitas que no sólo “tienen algo diferente cuando predican”, sino que lo que los caracteriza es que “corren y vuelan tras los Pasos de Nuestro Señor Jesucristo”.

Eduardo Gustavo Agín scj
Superior General

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