La Regla vivida
Riqueza de la oración compartida
En el capítulo sobre “La Vida de oración betharramita”, el artículo 91 de la Regla de Vida abre dos perspectivas que podríamos resumir con estas dos palabras: educación y comunión. Desde el principio, P. Giancarlo Monzani scj descubre el que escogió para contarnos su experiencia a las facetas múltiples y entregar un testimonio donde la emoción reserva bellas sorpresas.
Artículo 91
Así como Cristo inició a sus apóstoles a la oración, nosotros tenemos que ser educadores de la oración de los fieles laicos rezando con ellos. “Celebren al Señor de todo corazón con salmos, himnos y cánticos espirituales, dando gracias siempre y por todo a Dios el Padre, en el nombre del Señor Jesucristo” (Ef 5, 19-20).
“… somos los educadores de los fieles laicos a la oración rezando con ellos…” (RdV 91).Confieso con alegría que nunca me puse frente a los laicos para enseñarles a rezar. Sólo me esforcé de estar con ellos para rezar. La pregunta que resuena dentro de mí es: Yo ¿enseño o aprendo? Cuando estoy con los laicos el corazón late fuerte y está atento a lo que comparten. Porque ellos tienen un corazón atento y que ama, las manos llenas de vida, un largo recorrido en este mundo y, en su realismo, no agregan palabras inútiles, no predican.
En comunidad estamos acostumbrados a repetir las mismas oraciones. Nuestras liturgias tienen la huella de los siglos y, a veces, siguen siendo oraciones recubiertas de polvo o animadas por gestos difíciles de entender y que no nos dicen mucho. Pero tienen la riqueza de ponernos en comunión con todos los santos, con la Iglesia universal. Oraciones con las que se santificaron Miguel, sor María de Jesús Crucificado, y nuestros santos padres betharramitas que nos precedieron. Oraciones que nos hacen Iglesia peregrinante, que canta la gloria de Dios, que confiesa sus errores y perdona. Iglesia como pueblo que a veces camina por el desierto, a veces pelea contra el enemigo y a veces goza de la paz y de la abundancia por la presencia del Altísimo.
Me gusta rezar con los salmos y el evangelio del domingo, Desde hace tiempo ya, una religiosa española, Aleixandre Dolores, me enseñó a descubrir en estas oraciones el corazón de Jesús, de la Iglesia y el del hombre de hoy. Inclusive por que el evangelio me obliga a preparar la predicación del domingo.
Me tocó vivir diferentes experiencias de oración con gente de todas las edades. Me gusta rezar todavía hoy, con los chicos de jardín de infantes. Me sorprende su capacidad de ponerse en contacto con Dios, de entrar en el misterio de Dios, cercano, misericordioso, que abraza y da alegría. Los niños no razonan, apagan rapidamente la cabeza y encienden el corazón. Alcanzan pocos gestos, un beso, un abrazo, o las manos en el corazón, los ojos entrecerrados, un momento breve de silencio y todo es conmoción y alegría. Aquí siento paz, me embarga la sencillez de los pequeños, y me hacen sentir, delante de Dios, pequeño como ellos.
También con los chicos de Primera Comunión es fácil tocar el cielo con un dedo. Hay más movimientos, cantos, danzas. Juntos hacemos gestos, movimientos del cuerpo, representación mítica del Evangelio… Traemos presente la creación en todas sus formas, colores. Ofrecemos a Dios lo que nos regaló y, junto con las cosas, nos ofrecemos nosotros mismos. Y se hacen oración también los pequeños gestos de servicio y de encuentro con el otro.
En la parroquia donde vivo, me encargo de los novios y de los jóvenes esposos. A éstos, los visito en sus casas, los invito a que se reúnan en pequeños grupos de amigos. En estos pequeños grupos, la oración consiste en contarse la vida, las alegrías y los sacrificios de todos los días. Todo es nuevo y tiene el perfume del amor. Las páginas del evangelio guían la oración, iluminan la vida, empujan a asumir nuevos compromisos en la sociedad. El evangelio se desgrana como un choclo y nos habla, y nos regala su riqueza que alimenta. Recuerdo el nacer de nuevas amistades en los grupos, fiestas vividas juntos, los bautismos de los “últimos llegados” (y los padrinos y madrinas eran elegidos entre los miembros del grupo). Cómo tengo que agradecer a Dios por el don de esas amistades que duran a pesar del tiempo y de la distancia.
San Roque, en Santiago del Estero, fue un beso del Altísimo. Recuerdo esos años con cariño. Tal vez los años más lindos de mi sacerdocio. La gente del interior es más sencilla, las relacione humanas más fáciles. En esa tierra quemada por el sol, la vida es una fiesta, y la fiesta es “asado”, vino y cantos, es familia. En la oración no pueden faltar esos valores. La misa es rimada por los cantos: al comienzo, en el acto penitencial, en el salmo, etc. Me parece oportuno, antes de comenzar la celebración, dejar un tiempo para el canto que dispone el alma al encuentro con el Dios amigo. Y es verdad, porque disminuye las penas, da oxígeno al espíritu, nos hace hermanos y ayuda a encontrarnos en Dios.
El tiempo no es oro; es simplemente tiempo, un espacio que nos damos para comenzar el encuentro con nosotros y el Altísimo.
No puede faltar el abrazo de paz. Multiplica el deseo de perdonar y de vivir la vida en fraternidad, en comunión. La vida menuda de todos los días, de esta manera se hace presente en la oración como: alegrías y tristezas se devuelven al Señor como ofrecimiento de este pueblo que camina. Navidad y Pascua son fiestas especiales. La parroquia está dividida en 8 comunidades y cada comunidad en estas fiestas cena junta en la calle. Me recuerda la vida en los patios, cuando era niño. Después de la misa de media noche (celebrada a las ocho de la noche) participo de la cena de una de estas comunidades y después, a media noche, con la bicicleta visito las otras comunidades. Compartir un vaso de vino y un pedazo de pan dulce es un modo de celebrar a Dios inclusive con aquellos que casi nunca veo en la iglesia.
En Buenos Aires me proponen la animación de FA.LA.BE. Falabe no es sólo una sigla que significa Familia Laical Betharramita, Es un grupo de amigos, cercanos a los religiosos, que colaboran y apoyan espiritualmente la misión del Vicariato. Rezar con ellos significa despertar en los corazones el mismo deseo de Dios, que tenía San Miguel, poner toda la persona al servicio de los demás, como nos pide Dios. Permanecemos en contacto por Internet, jornadas de espiritualidad y retiro anual en octubre.
Te agradezco, Señor, la alegría de compartir la fe con los hermanos. Con ellos me encuentro contigo. Con ellos, la oración de hace vida y la vida oración. Con ellos la vida es una fiesta.
Giancarlo Monzani scj
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