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Betharram
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12/05/2016

La Palabra del Superior General

¿No ardía nuestro corazón…?

Vigilia pascual 2016 en la Basílica del Sagrado Corazón di Barracas  (Bs. As, Argentina)

La Resurrección de Jesús de Nazaret es el acontecimiento fundamental y original de la fe cristiana… Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también la fe de ustedes (1Cor. 15, 14). Los cuatro evangelios nos narran cómo los seguidores de Jesús viven la experiencia del encuentro con Cristo resucitado, en contraste con lo que habían vivido en la pasión y la muerte en cruz de aquél que tanto querían y en quien habían puesto su esperanza porque daba respuesta a tantos interrogantes de su vida.

Identifican al Resucitado con el Crucificado. Les cuesta mucho reconocerlo tanto a María Magdalena, como a los discípulos de Emaús. Lo vieron morir en la cruz y estaba bien muerto. Se había acabado todo lo que habían vivido con él, no podía pasar por la cabeza de nadie, lo contrario: que el muerto Jesús estuviera vivo. “Había algo que les impedía conocerlo”, dice Lucas. Había que pasar de la experiencia de estar con él, a creer en él, a confiar en él de manera absoluta, no por un tiempo, sino para siempre y para todo. Se convencen cuando ven que el resucitado tiene las llagas de las manos, los pies y el costado por haber estado en la cruz. ¡El Resucitado es el mismo Jesús Crucificado!

El escándalo de la pasión y muerte de su Maestro Jesús “que había pasado por el mundo haciendo el bien” porque “era poderoso en obras y palabras” los dispersó desilusionados, porque la muerte truncó sus ideales y sus proyectos salvadores y todo terminó en un fracaso. La experiencia de que el crucificado está vivo, les hace entender lo contrario y lo verdadero: la muerte de Jesús no fue un fracaso, en la entrega de la vida de Jesús en la cruz por amor, el Padre estaba manifestando su misericordia, liberando a los hombres del pecado. Es el momento de la alianza: En la muerte de Jesús, el Padre ama al hombre como siempre y el hombre (Jesús) ama al Padre como nunca lo había hecho.

En el encuentro con Jesús Resucitado se comprende, con ardor en el corazón, que todo lo que vivió Jesús esos días en Jerusalén, la pasión y la muerte, lo habían anunciado hace tiempo las Escrituras, y el mismo Jesús había anunciado tres veces la pasión y la muerte como cuentan los sinópticos. Se puede decir que se trata de una consolación como la de San Ignacio a orillas del Cardoner: “Y estando allì sentado, se me empezaron a abrir los ojos del entendimiento; no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y de letras; y eso con una ilustración tan grande que todas las cosas me parecían nuevas”(Autobiografía de S. Ignacio de Loyola, n° 30) (cf. Lc. 24,45).

En la agonía de Getsemaní, en las humillaciones de la pasión y en la soledad de la cruz parecía que el Padre hubiese abandonado al Hijo. Al identificar a Jesús resucitado, queda claro que el Padre, escondido, ha estado siempre junto al Hijo, lo ha sostenido y ha sido fiel a las promesas: “el que pierda su vida la encontrará”, “el que se humilla será ensalzado”.

El estado de ánimo de los discípulos es totalmente contrario, antes y después de encontrarse con el resucitado. Saber que había muerto en la cruz, los había entristecido, decepcionado, deprimido, llenado de miedo. Nosotros esperábamos… pero hace ya tres días… y a El no lo vieron. Después de encontrarse con Jesús resucitado desbordan de consolación, de alegría, “era verdad” se decían, algo se les mueve por dentro a medida que van entendiendo y esa alegría los llena de fortaleza, son capaces de encara cualquier adversidad. Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría… Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense» (Mt. 28, 8-9). Era tal la alegría y la admiración de los discípulos,… (Lc. 24, 41). Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. (Jn. 19, 20)

Por ejemplo, los dos de Emaús van haciendo una experiencia que consiste en un proceso de conocimiento integral en el que van superando la decepción que les causó ver “lo que pasó esos días en Jerusalén”, que los mueve a alejarse del grupo. Con el comentario de la Escritura que les hace Jesús “les arde el corazón” porque van como percibiendo que lo que “pasó esos días con Jesús en Jerusalén” es lo habían anunciado las Escrituras. Cuando al caer el sol, se sientan para la fracción del pan, se les abren los ojos y reconocen que el compañero de camino durante todo el día era Jesús, a quien “nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc. 24, 20). Entendieron la coincidencia de tres mensajes: Jesús era el protagonista de lo que pasó esos días en Jerusalén, que ya lo habían anunciado las Escrituras y se manifestaba al partir el pan. Consolados, alegres, entusiasmados, rehacen el camino para encontrar al grupo de discípulos.

¡La Paz esté con ustedes!. Tres veces en Juan 20, 19,21,26; Lc. 24, 36. Es el saludo del Resucitado. El que fue víctima de la injusticia, la violencia y la humillación de los prepotentes, evita la venganza y se muestra como en mensajero de la paz, “Jesús manso y humilde de corazón”. La última palabra no ha sido la fuerza y la violencia, sino el amor, que es más fuerte que ellas y que la muerte.

Consecuencia de esta experiencia es el don del Espíritu Santo y el envío en misión de los discípulos para facilitar a todos: hombres y mujeres, esta experiencia de renovación personal.
La Pascua es una invitación a hacer memoria y a dar nuevo impulso a nuestra experiencia fundante del encuentro con Jesús resucitado, que sustenta toda nuestra vida. ¿Te reconoces en algo en la experiencia de los discípulos de Jesús?

Gaspar Fernández Pérez scj
Superior General

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