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Gustavo India
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12/05/2016

El Calvario de Betharram (5)

“Gracias Sr. Lescun…” o el Calvario bajo la Revolución

El Calvario de Betharram (5)

En el momento que estalló la Revolución Francesa, en Betharram había 7 capellanes […] Para ellos, el primer efecto de la revolución que comenzaba, fue la interrupción de su trabajo apostólico. Después vino el decreto de la Asamblea Nacional (2 de noviembre de 1789), que, despreciando toda ley divina y humana, declaró que todos los bienes del clero estarían a disposición de la nación. Entonces comenzó un despojamiento general en todo el reino. Betharram no podía sustraerse al desastre común; se vio despojado de todos los bienes que había adquirido por la caridad pública y especialmente de la generosidad de los sacerdotes que se retiraban de allí, después de más de un siglo y medio.[…]

En el mes de julio de 1790, la asamblea revolucionaria, cada vez más comprometida en el camino de la iniquidad, votó la demasiado famosa Constitución Civil del Clero. Ahora bien, en esta ley hay un artículo que suprime las Capillas y los Capellanes. […] La pequeña comunidad de los capellanes de Betharram fue definitivamente dispersada en el correr del año 1791. Se asignó a los diversos miembros una pensión que no fue pagada. Finalmente, la tormenta se hizo más amenazadora. Entonces esos dignos sacerdotes tuvieron que esconderse en el país o expatriar, como todos los otros eclesiásticos que permanecieron fieles a su deber [...].

[En 1793], el culto católico fue completamente abolido. […] Bajo el régimen del Terror, los templos y los claustros fueron profanados o devastados como nunca lo habían sido cuando las invasiones de los bárbaros. Y, aún en nuestros días ¿qué anciano no se acuerda sin temblar los increíbles excesos del furor revolucionario?
Fue en esa época cuando fanáticos emisarios de la Convención recorrieron Francia con el nombre de representantes del Pueblo. Monestier, de Puy-de-Dôme, fue el que vino a llevar, por orden de Robespierre, la guillotina a nuestra región. Estaba en Pau, en los primeros meses del año 1794. Cuando ya no tuvo más sangre para derramar, le aconsejaron que produjera ruinas y fue en Betharram donde se esforzó por llevar la destrucción.

Efectivamente, Monestier partió para Lestelle (17 de marzo de 1794), acompañado por algunos funcionarios del Districto y escoltados por los revolucionarios que se estaban en Nay y en los ayuntamientos de los alrededores. Al acercarse esta tropa furiosa, la congoja fue universal; pero, contra la desgracia que los amenazaba, no podían sino rezar y gemir. Y además había que tener cuidado de esconder las oraciones y las lágrimas.

Sin embargo, un hombre inteligente y de buen corazón, el Sr. Lescun, en ese momento alcalde de Lestelle, se presentó delante de Monestier, con el Consejo municipal, y le dirigió un corto discurso, al ingreso del pueblo. El representante continuó su camino y fue derecho a la Capilla. En seguida sus satélites hablaron de meter mano a la obra: llegan escaleras que son apoyadas a la fachada. Van a romper a golpes las cinco estatuas que la decoran, cuando, por una observación de Lescun, Monestier grita: “Respeten estas obras de arte; sería una lástima destruirlas”. Obedecen; pero es para precipitarse en el lugar santo y comenzar a romper algo, entre imprecaciones y blasfemias. - Ciudadano representante, dice entonces, con coraje, el alcalde, pido en nombre de las artes que este monumento sea conservado.- Sí, respondió Monestier, que se conserve; pero las puertas serán amuradas. Ciudadanos, ¡afuera!.

¡Al Calvario, al Calvario! Exclamaron los iconoclastas a una sola voz. Y en seguida, como bestias furiosas, se arrojaron sobre esa presa que no les pudieron sacar de la mano. Rompieron las puertas de las capillas; las estatuas fueron derribadas, mutiladas y los chicos jugaban con los pedazos. Encima de la puerta de la Capilla que estaba en lo alto del Calvario, se erguía la estatua de la Virgen, de mármol blanco. Un miserable sintió placer al decapitarla entre dos piedras. Se dice que más tarde, él mismo sufrió la misma suerte. Se dice también que de la estatua de plomo del Cristo de la cruz, salió un enjambre de abejas, mientras que la del ladrón impenitente sufrió sólo algunos arañazos. Esta circunstancia provocó algunos comentarios serios; pero nada conmovía a esos hombres descarriados

De todas las numerosas estatuas que engalanaban las ocho Capillas, sólo la de Cristo a la Columna escapó del hacha revolucionaria. Los escombros de todas las otras fueron amontonados sobre un carro y quemados al otro día en una plaza pública de Nay.

Se había destruido un monumento que el pueblo veneraba. ¿Se había logrado que ese pobre pueblo fuera mejor o más feliz, con esos actos tan impíos? Por desgracia, no. Pero, apartemos ese triste pensamiento y agradezcamos a la Providencia que haya, por lo menos preservado el Santuario y la casa de la ruina que las amenazaba. Agradezcamos también a las personas honestas que, de acuerdo con el Sr, Lescun, influyeron de una manera tan feliz como inesperada, en el espíritu y tal vez, en el corazón del terrible agente de Robespierre.

(Extracto de Crónica de Bétharram / Abbé Menjoulet)

 

Una vez vaciadas las capillas y borradas las trazas de s la religión, la Revolución se preocupaba de erradicar cualquier intento de resurrección. Fue rematada la capilla, la casa de los capellanes y la colina del Calvario. Nueve propietarios de Lestelle se asociaron y compraron juntos las capillas arruinadas, el camino y la explanada del Calvario “para servir a usos religiosos”. Se puede adivinar la dosis de coraje necesaria para estampar su firma a semejante clausula en la época del Terror. Todos estos bienes fueron entregados al obispo en 1805.
(Raymond Descomps - «Echos de Bétharram»)

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