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12/06/2015

La Palabra del Superior General

La profecía de nuestra vida

Icono de San Michele Garicoïts  pintado por el Philippe Hourcade scj

En el último número de la NEF, Mayo 2015, me impactó el testimonio de Ma. Eugenia: cómo conoció el carisma de la Congregación a través de un religioso, de su predicación, de su trabajo pastoral y de su manera de ser. Me dio mucha alegría comprobar que la vida de un hermano nuestro es significativa, atractiva, capaz de provocar en una joven un proceso de conversión. Y le doy gracias a Dios.

Este testimonio me ha hecho pensar mucho sobre la significatividad de nuestra vida betharramita. Hoy, que la educación llega a todos, de forma estatal o privada, resulta difícil que la vida de un religioso docente sea significativa, como lo era antes. Difícil digo, no imposible. Lo mismo podemos decir de los religiosos que trabajan en el mundo de la sanidad. Tanto la educación como la sanidad se han profesionalizado.

Tampoco la opción de partir a misionar a tierras lejanas resulta ya significativa para los hombres y mujeres de hoy, como lo era en otros tiempos. Hay muchos voluntarios de ONGs que dedican algunos años de su vida a un servicio desinteresado a personas y poblaciones en situación de exclusión. Parecería que estos voluntarios quitan significatividad a la entrega de los misioneros.

Pero hay que decir también que en los últimos tiempos, nuestros hermanos misioneros han sido significativos cuando en situaciones difíciles se han quedado junto a la gente, en vez de huir, poniendo en peligro su vida. Cuando empezaron los primeros síntomas de guerra en Costa de Marfil, la embajada francesa envió helicópteros para facilitar la repatriación a los ciudadanos franceses que residían en ese país como voluntarios de las diferentes ONGs. Fueron a proponer al P. J.M. Ruspil que volviera a Francia. El se negó a abandonar a la gente que se le había confiado y ese gesto fue muy bien entendido por los fieles de Dabakalá. Lo mismo pasó unos años después con el P. Bacho y posteriormente en África Central con nuestros misioneros italianos. Significativa y profética fue también la presencia del P. Sergio Gouarnalusse entre los campesinos de Santiago del Estero, al norte Argentina, en su lucha por defender sus tierras.

Cuando nuestro estilo de vida cuestiona, impacta, sorprende a los que viven con nosotros es significativa. Por esta significatividad somos profetas: siendo para algunas personas que nos ven vivir, un anuncio del misterio del Dios-Amor.

El aporte original que puede hacer significativa nuestra vida tiene que proceder de la seriedad, coherencia y responsabilidad con que vivimos personalmente y en comunidad el día a día: nuestra espiritualidad en un ambiente materialista, sediento de experiencias espirituales; nuestro celibato en un mundo hedonista; nuestra pobreza, cuando algunos sólo buscan acaparar; nuestra obediencia en un mundo que valora mucho la autorreferencialidad; nuestra fraternidad en un mundo individualista, y nuestra dedicación desinteresada a las actividades de nuestra misión al servicio de los pobres y el anuncio de Jesucristo, cuando lo más común es buscar actividades remuneradas que aportan beneficios económicos.

Pero puede suceder que, los que comparten nuestra fe o los que tienen otras convicciones, no nos perciban serios, no vean con claridad que estemos viviendo esos valores. Por otra parte, muchas veces, decimos que somos consagrados y nuestro estilo de vida nos contradice. En ese afán de ser como los demás, no hemos sido capaces de valorar que hay cosas que, por el estilo de vida que hemos elegido libremente, nos tienen que mostrar diferentes, disconformes con el pensamiento único y de ahí significativos.

Al evitar esa diferencia que nos hace significativos, nos hemos mundanizado, como dice el Papa. Los individualismos que impiden una vida fraterna en comunidad son conocidos por todos los de dentro y los de afuera de la parroquia o del ámbito donde realizamos la misión. Lo mismo se puede decir de la autonomía en el uso de los bienes, de las resistencias a obedecer cuando se propone un cambio, por ejemplo. Además no siempre realizamos la misión con la convicción, la pasión, la actitud de servicio y la alegría que tiene que caracterizarnos.

Proclamamos que nuestro ministerio es para anunciar a Cristo y para construir la Iglesia, pero el Pueblo de Dios percibe que lo hacemos para sentirnos bien, para ejercer un poder clerical, para ganarnos la vida, como una actividad remunerada; en definitiva, de forma interesada. El mensaje que emite nuestra actuación, deja en evidencia ante los demás que hemos profesionalizado el ministerio, como la sociedad ha profesionalizado la educación y la salud. Eso nos hace perder la única finalidad de nuestro ministerio que, siendo personas que han hecho una experiencia del Amor de Dios que ha llenado de entusiasmo nuestra vida, queremos lograr para los demás la misma alegría. Por otra parte, la gente percibe que hay laicos que, sin decir nada, practican con mayor seriedad el Evangelio.

Nuestra vida tiene que ser significativa: luz, sal, fermento. Lo que decimos, hacemos y somos tiene que coincidir. No puede haber contradicción entre estos tres ámbitos de nuestra vida, que será siempre un mensaje transparente o contradictorio, claro o confuso, depende de nuestra coherencia de vida. “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt. 5, 14 – 16).

Gaspar Fernández Pérez, scj
Superior General

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