“Estamos atribulados, pero no abatidos” (2 Cor 4, 8)
La grave situación que el COVID 19 ha generado de oriente a occidente, viene afectando a todos los países del planeta de modo progresivo e inexorable.
Italia, después de la China, es el país con el mayor número de contagios y muertes.
Desde hace ya algunas semanas el gobierno Italiano ha impuesto normas muy restrictivas de comportamiento social que han llevado al cierre de escuelas, universidades y espacios recreativos.
Días atrás, la “zona roja” se ha extendido a toda Italia, es decir que rige para toda la población la prohibición absoluta de realizar encuentros grupales públicos o privados.
La Iglesia italiana ha acatado y hecho propias -aunque con dolor- las opciones tomadas por las autoridades civiles. Se suprimieron todas las celebraciones en las iglesias, primero en el Norte y después en toda Italia.
Incluso el Papa Francesco dispuso que la Basílica de San Pedro y la Plaza omónima fuesen cerradas para evitar cualquier forma de reagrupamiento social y consecuente riesgo de transmisión del virus.
Mientras tanto, la vida del consejo General ha debido adecuarse a la situación modificando hábitos y reprogramando sus actividades:
P. Gustavo scj, Superior General, se vio obligado a suspender la visita canónica al Vicariato de Italia; otros viajes previstos por el Consejo fueron postergados.
Nuestros colaboradores habituales se han ofrecido a trabajar desde sus casas (smart working), lo cual nos ha permitido continuar -sin pausa- nuestros quehaceres.
El Cardenal Angelo de Donatis, Vicario del Papa para la diócesis de Roma, subrayaba esto en su carta a los sacerdotes:
“¿Qué nos está pidiendo el Señor? ¿Cuál es su Voluntad, a la que nos debemos en obediencia?: hacer todo lo mejor que podamos y prestar nuestra colaboración para servir a la salud de todos.
Estrecharnos unos a otros sí, pero no físicamente, sino con mutua solidaridad, para que los ancianos y enfermos, que en estos momentos son los “pequeños” que el Señor pone en medio de nosotros,
logren percibir que existe una sociedad unida -incluida la Iglesia- que no se resigna ante la muerte que los acosa…”
El Papa Francisco nos invita a invocar a María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, con estas palabras:
“Oh, María, tu resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, tú que estuviste junto a la cruz asociada a los dolores de Jesús, manteniéndote siempre firme en la fe.
Tú, salvación del Pueblo, que sabes bien lo que necesitamos: confiamos en tu intercesión providente, para que, como en Caná de Galilea, volvamos a vivir en la alegría y en la fiesta después de este momento de prueba…”
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