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Sessione 3
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15/03/2017

La Palabra del Superior General

La experiencia de la fraternidad evangélica

La Palabra del Superior General

Nuestra Congregación es un instituto de vida consagrada. Así lo quiso nuestro Fundador, San Miguel Garicoits en contra del deseo del Obispo de Bayona que nos quería una sociedad de vida apostólica. San Miguel defendió este proyecto frente al Obispo, soportó con paciencia la incomprensión y le obedeció, corriendo el riesgo de que lo que consideraba inspirado de arriba, se quedara en nada. Sólo doce años después de su muerte, 1875, la Santa Sede reconoció la Congregación como nuestro Fundador la quería. Así se proclama en el n° 1 de nuestra RdV.: La Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, fundada por San Miguel Garicoits, es un Instituto religioso clerical apostólico. Está integrada por religiosos, sacerdotes y hermanos, llamados a vivir hoy el Evangelio de Jesucristo en su vida de oración, su consagración personal, su vida comunitaria y su acción apostólica para la salvación del mundo. A veces escuchamos decir que la exigencia de la vida comunitaria no es tan importante, que lo importante es la misión. En un instituto de vida consagrada como es el nuestro, tan importante es la vida comunitaria como la misión. Puede haber excepciones, lo que no se puede hacer es que las excepciones se conviertan en regla. Nos engañaríamos a nosotros mismos, no viviríamos de acuerdo a como la Iglesia nos ha reconocido y estaríamos traicionando la inspiración divina, las intenciones y el proyecto de nuestro Padre San Miguel Garicoits. Comunidad y misión son dos elementos esenciales de nuestra vida. Ni la comunidad puede impedir la realización de las actividades de la misión; ni la misión puede impedirnos la fidelidad a las exigencias de nuestra vida fraterna en comunidad. Nuestra misión son las tres cosas por su significatividad testimonial: la entrega de nuestra vida al Señor en los consejos evangélicos, nuestra fraternidad evangélica en comunidad y las actividades apostólicas. Nuestra Regla de Vida lo recuerda: Siguiendo al Verbo Encarnado que “el Padre consagró y envió al mundo” (Jn 10, 36), también nosotros somos consagrados y enviados para ser, en el mundo, con toda nuestra vida de religiosos, signo y anuncio de Jesucristo. “La vida religiosa será tanto más apostólica cuanto más interior sea el don de sí al Señor Jesús, cuanto más fraterna sea la forma comunitaria de vida, cuanto más ardiente sea el compromiso en la misión específica del Instituto. (VC. 72,d) (RdV. 13).

Es importante que tengamos claro lo que la Iglesia entiende por vida comunitaria. Antes del Concilio, la vida comunitaria era casi igual en todas las comunidades y en todas las congregaciones. Se trataba de un estilo monástico. Consistía en observar el reglamento. Los horarios comunitarios: para comer, rezar, recreo, salida juntos…;en el resto del tiempo se realizaban las actividades sacramentales pastorales, educativas y después el buen religioso se recluía en su habitación. Hay que señalar que la oración comunitaria eran prácticas devocionales. Desde la fundación de los Jesuitas, los institutos de vida apostólica no tenían la obligación de rezar la liturgia de las horas en comunidad, porque era un obstáculo para la misión. La rezaban en privado. Hoy la Iglesia aconseja a los consagrados rezar la liturgia de las horas cuando están juntos; pero no puede ser un impedimento para la misión. Desde el Concilio no se insiste en la observancia de reglamentos sino en la experiencia de la fraternidad que es un valor evangélico. Una fraternidad que consiste en vivir una comunión entre hermanos cuyo fundamento es la unión de cada uno con Jesús y con el Padre. La vida de comunidad lleva consigo el compartir la vida de cada día según unas estructuras concretas y las prescripciones de las Constituciones. Compartir la oración, el trabajo, las comidas, el descanso, el espíritu de grupo « las relaciones de amistad, la cooperación en el mismo apostolado y el mutuo apoyo en una vida de comunidad, escogida para seguir mejor a Cristo, son todos ellos otros tantos valiosos factores en el diario caminar» (ET 39). Una comunidad reunida como verdadera familia en el nombre del Señor goza de su presencia (cf Mt 18, 25) por el amor de Dios que es infundido por el Espíritu Santo (cf Rm 5, 5). Su unidad es un símbolo de la venida de Cristo y es una fuente de poderosa energía apostólica (cf PC 15). En ella la vida consagrada puede desarrollarse en condiciones ideales (cf ET 38) y queda asegurada la formación permanente de sus miembros. La aptitud para vivir una vida comunitaria, con sus gozos y sus limitaciones, es una cualidad que es índice de vocación religiosa para un determinado instituto y criterio clave para aceptar un candidato.(EE.19). Estos son los valores que tenemos que vivir en la fraternidad evangélica. Podemos reducirlos a cuatro: compartir la vida, compartir la fe, compartir los bienes y compartir la misión.

Esto es lo que hay que asegurar en la experiencia de la fraternidad. A diferencia de antes, que las reglas que se observaban eran las mismas en todas las comunidades de la Congregación, hoy hay un gran respeto por la realidad de cada comunidad. Teniendo en cuenta la espiritualidad que tenemos que vivir, la misión que tenemos que realizar, el lugar dónde tiene su residencia la comunidad, se reúnen todos los miembros de ella y tratan de responder a dos preguntas: ¿Que queremos vivir prioritariamente este año juntos? ¿Cómo vamos a hacer para vivirlo juntos lo que hemos decidido?. Respondiendo a estas preguntas vamos dando los elementos espirituales que queremos priorizar y después, con las agendas en mano elaboramos el calendario de la comunidad: buscando armonizar los compromisos de la comunidad con los de la misión.

Realizar el proyecto comunitario es ya una actividad de la comunidad que hace mucho bien, encontrándonos en aquello que es el fundamento de nuestra vida y de nuestra vocación. Esto nos pide un esfuerzo, sí, pero merece la pena, para que nuestra fraternidad sea un elemento que sostiene nuestra fidelidad vocacional. Siempre llegamos al mismo punto: hemos tenido una experiencia del amor de Dios, por el conocimiento de la persona de Jesús que ha marcado nuestra.vida y le ha dado una nueva orientación. Es el motivo de lo que somos, vivimos y hacemos. Es esa la experiencia que motiva también que estemos juntos en la comunidad. ¿Cómo es posible entonces que nos cueste tanto hablar de lo que fundamenta nuestra vida? ¿Nos avergonzamos en comunidad de ser lo que somos? ¿No será que no lo somos realmente? Quizá nos está afectando el individualismo de nuestra sociedad. La vida consagrada es comunitaria, y no tiene lugar para el individualismo que es mundano. El individualismo puede manifestarse también en al misión. Tantas veces muchas de las actividades que acaparan nuestro tiempo y nuestras energías no son actividades propias de nuestra misión, pero nos gusta hacerlas. Tantas actividades, despojadas de las experiencias de oración y fraternidad pueden hacer de nosotros funcionarios en vez de hombres de Dios, como denuncia el Papa Francisco. Estamos muy acostumbrados en nuestros días a considerar una misión sólo si tiene mandato canónico. Estamos necesitando hoy día priorizar la constitución de una comunidad con una misión sin un cargo pastoral, pero sí con un proyecto comunitario apostólico, que se establece en un lugar, se da el tiempo de hacerse conocer viviendo de su trabajo y poco a poco, testimoniando la fraternidad, los hermanos van dando razón de su esperanza, van anunciando a Jesús, el motivo que los hace vivir así y poco a poco se va constituyendo en torno a la comunidad religiosa una comunidad cristiana de hombres y mujeres. Y cuando ya esté constituida esa comunidad se parte a constituir otras. Yo me imagino así a la primera comunidad de betharramitas que llegaron a China en 1922.

Gaspar Fernández Pérez scj
Superior General

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