Los primeros compañeros de San Miguel

Pierre Sardoy fue un verdadero misionero; por lo menos según los criterios del P. Guimon…

¿Sería su cualidad principal la de ser Barkostar, natural de Barcus? Nació el 21 de setiembre de 1819, en el mismo pueblo que el P. Guimon.

Cuando, en Saint-Jean-Pied-de-Port, el P. Guimon escuchó hablar de la trise suerte espiritual de los vascos emigrados a Argentina y a Uruguay, ya no tuvo un único deseo: ir a llevarles la Buena Noticia. Su táctica fue muy simple: trabajar en buscar sacerdotes para América y hacer que el obispo aceptara esa misión, incluso antes de hablarlo con los superiores. Se sabe cuánto el fundador apreció esta manera de actuar, tan poco conforme con la regla de la obediencia (cfr. NEF n° 126, mayo de 2017). Al final, esa misión fue aceptada.

Sacerdote desde el 20 de mayo de 1837, párroco de Menditte (en la Soule) desde 1842, Pierre Sardoy fue uno de los primeros sacerdotes contactados; siempre de manera informal, por cierto. En 1854, el P. Guimon le dijo de sopetón: “¿Quiere venir conmigo a América? Nuestros vascos viven como paganos…” La respuesta fue rápida: “¿por qué no” Hablaron un rato. El P. Guimon fue elocuente, el P. Sardoy se ofreció como voluntario. El plan previsto, funcionaba.

Cuando la “congregación general” del 16 de setiembre de 1854 aceptó la misión en la diócesis de Buenos Aires, no quedó otra cosa que preparar la partida, además de juntar a los voluntarios. Al comienzo de 1856, Mons. Lacroix autorizó al padre Sardoy a dejar su parroquia; entró a Betharram en abril; después de algunas semanas de probación, en vez de los dos años habituales, pronunció los votos religiosos en la Sociedad del Sagrado Corazón.

Partió para América. La travesía fue difícil: varias tormentas, errores de navegación, enfermedades e incluso, falta de comida al final; el P. Sardoy quedó anémico. Desde su llegada, acompañó al P. Guimon, por Argentina y Uruguay; eran misioneros.

Aquí, las misiones no eran como en la diócesis de Bayona; muchas veces fueron sus compatriotas quienes los recibieron en sus casas, no los sacerdotes. Sin embargo, ya sea en Buenos Aires como en las Pampas, conquistaban a todos con su celo; predicaban en vasco, a veces en bearnés o en francés, mientras aprendían el español. Sobre todo, anunciaban el Evangelio y siempre estaban dispuestos a confesar y a dar los sacramentos, sin pretender horario ni acuerdo previo. El mismo obispo los admiraba y lo proclama en una carta a Mons. Lacroix.

Desde diciembre de 1856, las Clarisas de Buenos Aires autorizaron a los recién llegados a oficiar el culto dominical en la Iglesia San Juan. En 1862, después de un acuerdo entre la Abadesa de Santa Clara y el obispo de Buenos Aires, el servicio de la Iglesia y del convento pasó a estar a cargo de los Misioneros de Betharram; fue así que la casa de los capellanes del convento fue acomodada como “Casa de la Misión”, residencia de la comunidad. El P. Sardoy fue capellán de las religiosas; para ejercer este ministerio, nuevo para él, recurrió a los consejos del P. Garicoits que tenía una gran experiencia adquirida con las Hijas de la Cruz.

El P. Sardoy organizó la parroquia de San Carlos, en Buenos Aires; después la cedió a los salesianos, cuando llegaron a Argentina. En 1871, fue nombrado superior de la residencia de San Juan. En 1875, por primera vez, se embarcó para Francia; habiendo llegado a la rada de Pauillac, en el estuario de la Gironde, fue donde falleció el 7 de junio, antes de poder llegar a Betharram.

Si el P. Sardoy pedía consejo en 1862 al P. Garicoits, fue porque éste lo estimaba mucho. El 21 de junio de 1860, el superior de Betharram le escribía: “Mi muy querido padre Sardoy”; agrega el “muy” al habitual “querido”; además “padre” substituye el “Señor” normal en esa época.

Beñat Oyhénart scj