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Gustavo India
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14/07/2017

La Palabra del Superior General

A la espera de los nuevos servidores

La Palabra del Superior General

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FVD

“Sin dudas, el arte de gobernar es difícil; 
sin embargo, no sólo la Gracia, sino el mismo Jesús, nuestro Señor está con nosotros.
Llénense de su espíritu y de sus maneras.
Actúen en él y como él: con abandono y confianza sin límites.
Aprópiense del proyecto del Señor y traten de seguirlo”.(Corresp. SMG, I, c. 97)

 

Queridos betharramitas:

Desde el día 18 de mayo el Capítulo General de San Bernardino ha elegido a las nuevas autoridades para gobernar, animar y acompañar la misión de la Congregación en los próximos seis años. A continuación, los que conforman el gobierno general, tendrán la tarea de nombrar a los tres que van a ser servidores mayores en la Región y a sus respectivos Vicarios Regionales. Mientras tanto las antiguas administraciones gobiernan cada región y vicariato hasta que sea designado su respectivo sucesor (R de V. 233 b), lo cual puede suceder en los próximos tres meses, o bien, en un futuro algo más distante, si eso fuera necesario (cf. R de V. 198).

Para ayudar en el discernimiento de las personas aptas se realiza una consulta donde se proponen unas ternas (R de V. 234 y 248). La gran mayoría de los hermanos responde a ella y, si bien no es vinculante, se observa y analiza sosegadamente, para percibir cuáles son las tendencias reinantes en cada lugar y para abrirse a la acción del Espíritu Santo con la necesaria indiferencia (conocido término ignaciano que implica tener claro el fundamento y el fin de la elección, sin inclinarse, a priori, “ni a derecha ni a izquierda”).

Sabemos bien que los servicios del Regional y del Vicario, sobre todo, no son para el honor ni el prestigio de nadie. En consecuencia, acaban quedando afuera los hermanos que, confundidos, van en procura del poder, el dinero o la vanidad del cargo. Tenemos la convicción de que las responsabilidades que deleguemos recaerán sobre aquellos que manifiesten su desinteresada disposición a servir “desde los límites de su posición”.

Todos recordamos cómo la Sagrada Escritura nos presenta vocaciones “particularmente impensadas”. En ellas el Señor manifiesta toda su liberalidad. Él “mira el corazón y no las apariencias” (I Sam 16,7), ni los títulos, ni las fuerzas humanas (I Cor 1,25-29); lo vemos en: David, Isaías, Jeremías, Amos; y hasta en los mismos apóstoles Pedro y Pablo -el rudo pescador y el perseguidor convertido- por citar algunas...

San Miguel Garicoïts, que era un maestro espiritual ya en su tiempo, tenía intuiciones admirables, y sorprendía a veces con algunas designaciones. Sabemos que en 1856 envió a sus mejores religiosos a América (aunque en Betharram se quedara sin muchos líderes…). Designó al P. Larrouy como soporte espiritual de los misioneros para garantizar el conocimiento del Carisma. A Guimón lo “soltó” a la misión entre los indios…, pero pronto le marcó que no debía caer en un individualismo indiscreto: “non preire, sed sequi”. A Barbé, Didace, calificado director de Betharam, lo envió como Superior del grupo, pero también para que fuera el fundador del todavía inexistente Colegio San José de Buenos Aires. El Señor de la Historia, en todos esos casos, confirmó todas sus elecciones. Estos hermanos mayores, sin ser perfectos, trabajaron incansablemente, dejaron su vida en la misión. ¡Qué fecunda es la obediencia por amor, aunque nos sintamos débiles!

Tengo particular admiración por este Don de Consejo que San Miguel había recibido del Padre y que había hecho crecer en sí mismo con una vida totalmente entregada a lo que Dios quería. Además, contaba con el don del discernimiento de espíritus, tan necesario a quien detenta alguna autoridad. Imprescindible para no perder el rumbo, buscar y hallar la Voluntad de Dios y seguirla.

Hoy el Papa Francisco nos recuerda: el superior no está para mandar, ni sólo para recordarnos normas y aburrirnos con ello; está más bien para invitarnos, sin descanso, a vivir el Evangelio según nuestro estilo de vida. Exhortarnos a ser abiertos a los hermanos de comunidad, a la gente que golpea a la puerta, a los predilectos del Reino que rodean nuestras casas, a todos los hombres y mujeres en su rica diversidad. El superior es ante todo un cristiano de gran corazón, un Padre que nos invita a ir al encuentro y a dar lo mejor de nosotros mismos. Nos ayuda a crear condiciones para ese “encuentro”. Es alguien que practica lo que pide a otros… Sin precipitarse, mansamente y sin sacar ventajas personales.

Si esto es así, sabrá recibir de puertas abiertas a los que quieran compartir en comunidad con nosotros la misma felicidad que nos ha congregado y seducido. Será testigo del Amor de Dios y del “Dios Amor”. Nos infundirá confianza, compartiendo lo que piensa y decide en nombre de todos, con franqueza y no con maniobras encubiertas. Esto será el mejor antídoto contra las murmuraciones que suelen aflorar entre nosotros cuando falta el diálogo y la comunicación sinceros. Si lo hace, aquel “aire pesado y estancado” del pesimismo, la amargura y el “sálvese quien pueda”, se cambiará por el “buen aroma de la fraternidad en Cristo” ya que nos llevará a aceptar la pobreza de los hermanos y a perdonar (cf. 2 Cor 2, 14-17)

Cuántas veces he sentido a los jóvenes religiosos reclamar una vida más ungida por el amor fraterno. ¡Cómo necesitan nuestras nuevas generaciones de esos horizontes amplios, cielos diáfanos, momentos gratuitos, que alienten su pasión por Cristo y por la humanidad! ¡No me resigno a creer que ya no estamos dispuestos a soñar!

Si existe entre nosotros el deseo de integrarnos mejor entre culturas y generaciones diversas, como las que hay hoy en Betharram, necesitamos superiores que no se dejen llevar por la rutina, el cansancio, el peso de la gestión de las estructuras, las prejuiciosas divisiones internas, las búsquedas de poder, la autoridad “mal llevada” que: o lo permite todo o, por el contario, acaba siendo autoritaria. Espero que tanto regionales como vicarios y todo betharramita sea una ayuda para recrear nuestra vida a la Luz del Evangelio.

Hoy más que nunca necesitamos servidores según el corazón de Dios. En medio de Hermanos que rezan, meditan concelebran, perdonan y se perdonan, dialogan y se corrigen fraternalmente, hacen fiesta, viven la misericordia hacia el que peca, sin juzgarlo mal. Los que obran así, compartiendo fe y vida, expresan la verdadera autoridad, aunque no detenten cargos. Por eso, pienso que hoy, más que “superiores”, necesitamos comunidades de servidores en las que, alternadamente, unos laven los pies de los otros.

Con este espíritu trataremos de dar una respuesta a las expectativas de la mayoría. Sabemos que no siempre estaremos de acuerdo todos…. ¡Bendito aquél a quien le toque cargar con la mochila del servicio y lo entienda así! Le pediremos que lo haga con humildad y que no pierda la alegría. ¿Seremos capaces de ayudar todos para que así sea?

Un fraterno abrazo para todos In Corde Iesu.

Gustavo Agín scj
Superior General

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