Spiritualidad

En la Pascua de este año extraordinario de la Misericordia, podemos entender de manera más puntual la relación entre la Resurrección de Jesús y la Misericordia. En primer lugar, la misericordia encuentra su plena y clara expresión en la Resurrección de Cristo. Escribía san Juan Pablo II: “En su resurrección, Cristo reveló al Dios del amor misericordioso. Ahí está el Hijo de Dios que en su resurrección ha experimentado de manera radical, en sí mismo, la misericordia, es decir el amor del Padre que es más fuerte que la muerte” (Dives in Misericordia, 8).

La misericordia está estrechamente ligada a la resurrección y, con esta, al corazón de la Pascua, al corazón de nuestra fe.

Además, hay una vinculación estrecha entre misericordia y resurrección también en algunas parábolas en las que la vuelta a casa, la vuelta al padre, son símbolo de la resurrección que cada cristiano experimenta cuando recibe el perdón. El capitulo 15 del evangelio de Lucas contiene tres parábolas en las que resuena como un refrán, perdido-encontrado, muerto-vuelto a vivir. Estas parábolas de la misericordia cuentan de manera muy viva y profunda una experiencia de resurrección: la oveja encontrada, la alegría del pastor; la dracma encontrada y la consiguiente alegría de la mujer; el hijo pródigo que “estaba muerto y volvió a la vida”.

Hay varios episodios en el Evangelio, en los que Jesús no sólo predica la misericordia del Padre, sino que también la vive. En ellos se acentúa una relación muy estrecha entre misericordia/compasión y resurrección. Por ejemplo, cuando Jesús, antes de devolver la vida al hijo de la viuda de Naím “fue tomado de compasión por la viuda” (LC 7). O cuando estuvo delante de la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11); antes de ordenarle que salga del sepulcro, Jesús ‘se conmueve profundamente”. En los dos episodios, para expresar este sentimiento de misericordia y de compasión, los evangelistas usan un término que indica el seno materno y, más en general, las vísceras de todo ser humano que la Biblia considera la sede de los sentimientos.

En su misericordia, el Padre no nos deja en el sepulcro de nuestro pecado, sino que nos toca y nos libera. Rezamos siempre en el salmo (16,9-10): “Mi cuerpo también reposa seguro, porque no vas a abandonar mi vida en los infiernos, ni vas a dejar que tu fiel vea la corrupción”. Como el sepulcro que recibió el cuerpo muerto de Jesús fue transformado por el Padre en el seno del cual sale la vida, así en la Pascua, el Padre, en su misericordia, transforma la dura roca de nuestro pecado en seno de donde podemos renacer a una vida nueva.

La misericordia, también, puede obrar resurrección en nuestros hermanos. Allí donde Mateo habla de la perfección de Dios (Mt 5,48), Lucas habla de la misericordia de Dios: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre” (Lc 6,36). Con estas palabras, Jesús no sólo nos revela cómo es Dios, sino que nos dice que podemos colaborar en la resurrección de los hermanos por medio de nuestras obras de misericordia.

Para concluir, así es como san Juan Pablo II expresa nuestra vinculación estrecha entre el misterio pascual y la misericordia: “El misterio pascual es la cumbre de la revelación y de la práctica de la misericordia que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia entendida como el orden salvifico que Dios, desde el principio quiso en el hombre y, mediante el hombre, en el mundo” (Dives in misericordia, 7).

Enrico Frigerio scj
Vicario General