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22/05/2020

LHOUERROU Eugène (Padre)

Montory, 3 de julio de 1922 • Bétharram, 28 de octubre de 2019 (Francia)

P. Eugène Lhouerrou scj

Mil gracias a todos los que me tienen presente, en sus pensamientos y oraciones. Pido perdón de todo corazón a los parientes, hermanos, amigos cristianos y no cristianos que hice sufrir: por mi carácter, mis defectos, mi timidez, mi egocentrismo, mis limitaciones, mis debilidades, mis faltas y mis omisiones. A pesar de eso, y entre insuficiencias y faltas, siempre me esforcé, Señor, de seguirte en el camino al que me llamaste, tratando de poner lo mejor de mí mismo en el ejercicio de la misión a la que la autoridad me envió.

A todos los que compartieron mi trabajo y mis labores apostólicas, mi vida de testigo de Cristo, en ambientes budistas y animistas, en el 95%, toda minoría cristiana (católica y protestante), budistas de tradición y convicción, a todos yo los confío al corazón del Señor, vencedor de la muerte.

Yo mismo me confío, muy filialmente al corazón materno de la Virgen María a quien su Hijo, en el momento de morir en la cruz, dijo: “Mujer, éste es tu hijo... todos son tus hijos."

Con el corazón lleno de agradecimiento, les digo a todos, de diversas razas y religiones: nos volveremos a ver junto a Diós.

Mensaje que dejó el P. Lhouerrou scj
y que fue leído al comienzo de su misa de exequias.

 

Homilía del funeral en Bétharram 31 de octubre de 2019 ; Lecturas: 1 Cor. 1, 26-31. Lc. 4, 16-21

La Palabra de Dios fue elegida en función de lo que pudimos conocer de la vida del P. Lhouerrou. Nació en Montory, lejos de las grandes rutas, un poco apartado, como Garicoits en Ibarre.

De origen modesto, como muchos de nosotros, quedó muy apegado a sus raíces, abonado al “Espejo de la Soule” porque venía de la lengua del Béarn y del territorio de la Soule. Vivió modestamente, sin dinero, discretamente, sabiendo pasar desapercibido. En el momento de su muerte, meditábamos ya el evangelio del día siguiente sobre el grano de mostaza y la levadura en la masa. Lo que comentaba el Papa Francisco tiene que ver con la vida de nuestro Padre Lhouerrou: “Si queremos ser hombres y mujeres de esperanza, tenemos que ser pobres, pobres, apegados a nada. Pobres y mirando a la otra orilla. La esperanza es humilde, es una virtud que se forja todos los días”.

Detrás de ese comentario podemos ver el rostro del P. Lhouerrou. Fue la imagen de los que recomendaba nuestro Fundador, San Miguel Garicoits. “Expeditus”, desprendido de toda atadura.“El hombre que no se ata a nada, libre de todo, es realmente libre”, “despojarnos sobre todo de nosotros mismos”. Un hombre que pasa desapercibido pero no un hombre apagado, que sabía argumentar e incluso, a veces, decir la última palabra, lo que podía contrariar a sus hermanos. En estos días, leía el análisis que él hacía del budismo que parecía ser muy lúcido. Discreción, despojo, humildad, es ese estilo de vida, esa gracia que podemos pedir al Señor para cada uno de nosotros; acompañar a un difunto a su última morada terrestre no es un simple rito sino saber recibir en nuestra vida lo que el Señor nos sugiere con la vida de difunto.

Su manera de vivir el despojo fue también haber escrito, negro sobre blanco, que no quería ningún encarnizamiento terapéutico al final de su vida. El día de su muerte, en el Vaticano se redactó un texto consensuado entre cristianos, judíos y musulmanes, una declaración sobre el final de la vida. Esta declaración recomienda, por todos los medios posibles, los cuidados paliativos que hace que la medicina recupere su misión de cuidar sin abandonar nunca al enfermo. El personal de esta casa garantiza este servicio de manera admirable y pienso que unánimemente podemos agradecer a los miembros de la asociación San José y al personal de nuestra casa por ofrecer ese servicio a nuestros ancianos con delicadeza y profesionalidad.

Pero, eligiendo el Evangelio, quise particularmente insistir sobre los 56 años de vida pasados en Tailandia, entre 1952 y 2008. Si el Padre pidió volver a Francia, no fue para abandonar decepcionado ese país sino para no ser una carga para los jóvenes religiosos de ese joven vicariato de Tailandia. En eso también fue muy despojado de sí mismo.

De los 30 a los 86 años, fue misionero en Tailandia; estaba convencido de haber sido enviado por el Espíritu del Señor por medio de la Congregación para llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los presos que son libres. 1952, un año difícil para la misión; expulsados de China, Betharram comenzaba a instalarse en el norte de Tailandia. Aceptó ir a estar con los que habían vivido esa expulsión de China. Esa libertad de los presos, de la que habla el Evangelio, la vivió entre los leprosos blanqueados, es decir, los leprosos que habían seguido el tratamiento médico para no contaminar a los demás. Aún curados, quedaban presos de la desconfianza de su entorno porque permanecían las cicatrices. A los leprosos curados, había que enseñarles un oficio en primer lugar, como decía el Padre, para que tomaran consciencia de su dignidad humana y, después, devolverles la esperanza con el trabajo, a fin de que no fueran tan dependientes, sino que pudieran reinsertarse en la sociedad por medio de un oficio, como la escultura en madera, la fabricación de canastos, el tejido, la crianza de gallinas o de chanchos. Este era el objetivo del establecimiento de Hua Na Ken, cerca de Chomthong. Betharram había comprometido al P. Lhouerrou en esta iniciativa mucho antes de la encíclica del Papa Paulo VI “Populorum Progressio” sobre el desarrollo de los pueblos. Yo era seminarista y admiraba a este betharramita entre los leprosos que me recordaba al que considerábamos un héroe de la humanidad, Raoul Follereau.

En este mes de octubre, mes extraordinario de la misión, que acaba hoy, es un mensaje precioso, el que el P. Lhouerrou nos deja para esta época en la que tanto hablamos de las periferias existenciales. Él vivió esta periferia entre los leprosos a quienes ayudó a ponerse de pie saliendo de su situación de asistidos. Para el Evangelio, es el hombre entero que hay que salvar para que sea más según la imagen de Dios, lo que Dios desea para él. Esta etapa del desarrollo humano era muy necesaria en ese medio budista en el que vivía, muy impermeable al Evangelio. Fue el aliento que el Superior General, el P. Joseph Mirande dio en su primera visita canónica en 1960, a los misioneros. Quedó impactado por esa jovencita laosiana que respondió a sus parientes budistas que consideraban absurdo lo que decía el evangelio sobre Dios: Yo creo en el padre, porque es bueno.

Damos gracias a Dios por haber elegido un día a ese joven de Montory para ser religioso de Betharram misionero. No le faltaron dificultades en su vida de chico después de la primera guerra mundial y como joven, en la segunda guerra mundial, y después, en la vida tan exigente de los comienzos de Betharram en Tailandia. Que Nuestra Señora de Betharram le tienda ahora su ramo salvador y misericordioso de su Hijo Jesús. Que todos podamos volver a salir para vivir la misión que nuestro bautismo nos da, allí donde estamos.

Laurent Bacho scj

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